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Dyef Richter - Prófugo

Cuando mi primera memoria vuelve a la escena de los actos, estaba yo ante una luna de sangre, en algún lugar que une las ciudades de Asunción con Ciudad del Este.

- ¡Eda, Eda!… Despierta viejo, ¡no sabes el accidente que sufrimos! – Me decía una persona que en aquel momento era incapaz de reconocer.
- ¿Dónde estamos? – Respondí aún sin entender qué demonios estaba sucediendo.
- ¡Se supone que deberías saberlo!
Y tras esta respuesta volví a desmayar; Aún no lo sabía, pero era el inicio de una desgraciada historia…



¡Muerte a los indignos!

Estaba, entre Coronel Oviedo y Caaguazú más precisamente, me llamo Eda y mi amigo me dijo que se llamaba Nabu (No iré cuestionarlo, hasta porqué ni siquiera mi nombre recordaría si no fuese por él). De hecho seguíamos allí en este punto, donde descansan los límites urbanos y dan lugar a un descampado que acomoda nada más que a crías vacunas. ¿Cómo se dio el accidente? Vaya Dios saber, no teníamos auto, ninguna clase de biciclo, ni aparecían otras víctimas.
No estaba herido, Nabu tampoco; pero eso no quiere decir que no estuviésemos confusos.
Para él, todo tenía que saber yo, total le he invitado para participar de mi proyecto y el aceptó sin conocer absolutamente nada de mi lugar. Eso decía él, pero al parecer tenía más memoria que yo…

- Nabu, a cuál proyecto te refieres, mi memoria ha sufrido un apagón, no tengo la más pálida idea de quién soy, quién eres, ni menos aún de mentado proyecto.
- Sí que eres un inútil – me dijo en tono burlón - ¿Acaso no recuerdas que nuestro plan es eliminar las sobras de la humanidad?
- ¿A qué te refieres cuando dices sobras? – Pregunté algo impactado pero aún más (admito) curioso.
- A todos aquellos que recibieron de la divina providencia un cerebro, pero se rehúsan a utilizarlo correctamente…

Se dio unos instantes de silencio, el me miraba y lo único que hacía yo era demostrar lo máximo posible que estaba perdido, no quería participar de algo que aparte de no saber de mi propia participación, no lograba entender ni qué, ni por qué y mucho menos cómo…

- Eres un nabo, Eda. – Dijo después - Nuestro plan es comenzar una eliminación sistemática y anónima de indigentes, deficientes mentales y casualmente alguno que otro que se merezca pasar al plano del más allá…
- Esta obra debe ser interrumpida, Nabu. Me parece un poco radical y para ello debió ser bien estructurada como para aceptar una persona que por hora es incapaz de recordar la propia identidad.
- No seas un flojo, Eda. Eras la persona más animada con ello, me hiciste venir de lejos. Me convenciste a hacerlo afirmando que aquí sería el marco cero de un proyecto que ganaría adeptos en el mundo entero, no me falles ahora.
- Necesito de un doctor, antes que nada.
- Necesitas notar que posees un par de bolas entre las piernas, maricón.

Nabu me dio la espalda y me dejó pensar, por un momento el silencio era tal que pensé estar completamente sólo, pero a veces aparecía el, gesticulando silenciosamente, como si me decía -  ¿Estás listo?  - mientras yo le daba de hombros y seguía mis reflexiones.

Si algo Nabu tenía que le sobresalía, era el instinto de convencimiento. Cuando mi sensatez comenzaba a ganar terreno él siempre interfería, me hacía retroceder el pensamiento hasta un punto neutral, que comenzaba a darle razón. Hasta que finalmente y tras largas horas de un juego entre razonamientos e interferencias, pensé conmigo mismo – que se vaya todo a la puta – agarré mis pocas pertenencias, y como si Nabu supiera que había ganado aquella riña mental, apenas sonrió y dijo: - No entiendo mucho de geografía, pero creo que la capital queda para allá. – y señaló dirección al oeste.
Allá nos fuimos, en aquel punto comenzaba lo que yo llamé “El rastro de sangre”.


La primera víctima uno jamás olvida.

Tardamos cerca de un día para llegar en Coronel Oviedo, parece mucho, pero cuando se tiene que andar a oscuras, el tiempo debe ser tratado con especial indulgencia.
Al caer la noche, Nabu asumió una forma distinta. Su sonrisa parecía demoníaca, su mirada era la misma de un lobo que está a punto de lanzarse sobre su alimento y su silencio, era mortal.
- Me parece que aquí es el local perfecto – Finalmente dijo Nabu -, me parece que aquellas personas serán el inicio perfecto ¡Eda! ¿No te sientes animado? ¿No estás con sed? ¡Vamos, la puta madre!
- Al escuchar estas palabras, sentí que algo se apoderaba de mí. Un instinto, una fuerza, ¡alguien!

 Eran tres indigentes, dormían con tal paz que no parecía que estaban en aquellas condiciones, pero esto tendría su fin…
Un puñal me bastó, ninguno de ellos ni siquiera emitió un grito.
- Un servicio limpio, Eda. – me dijo satisfactoriamente Nabu.

Salimos tranquilamente, nadie nos vio llegar, ni mucho menos salir.


Después del primero, los demás son apenas números.


Itacurubí de la Cordillera, Piribebuy, Caacupe, San Bernardino, Aregua, Luque… ¡Asunción!
- ¡Cuánto anhelábamos por este momento, Eda! – decía en tono animado Nabu.
El trayecto desde el inicio hasta ahora fue colosal, no parábamos por nada ajeno a nuestro proyecto. En total, sumando los tres primeros, éramos responsables por la muerte de nada más, nada menos que 37 almas.
En cada cuerpo dejábamos un pequeño mensaje: “Desde ahora, la humanidad se ve un poco más purificada”.
- Me siento tan orgulloso, Eda. Mira cómo se respira mejor sin estos pesos en nuestra humanidad.
- Nabu, ¿Crees que ya se está copiando nuestro proyecto en el resto del mundo?
- Pero, ¿Qué dices, Eda? ¿Qué nos importa el resto del mundo? Si ellos no lo hacen, nosotros lo haremos. No nos preocupemos con ellos ahora, tenemos mucho que hacer por aquí.

Cuando nos alojamos en pleno centro de la Capital, me preocupé un poco. Éramos prófugos, y día tras día aumentaban los rumores sobre el “carnicero de Caaguazú” estar en Asunción.
- Que hijos de puta, Eda. No se dieron ni al trabajo de darnos un nombre más respetable. – Y en tono burlón repetía haciendo caretas con la cara – “carnicero, ¡vaya!… de Caaguazú, ¡VAYA!
- Lo que me preocupa ahora Nabu, no son las atribuciones que nos hacen… Sino que lo expuestos que estamos entre miles de personas.
- Descuida, cambias los árboles por edificios, los animales sin poder de discernimiento por tantas almas frías e indiferentes las unas con las otras. Tenga por cierto, aquí estamos más ocultos y salvaguardados que nunca.

De hecho, pasamos cinco días sin que nadie siquiera notara nuestra existencia. Era hora de actuar.



Último acto, la mancha de sangre nunca sale de nuestra piel.

En Asunción hicimos más de 20 víctimas en tres noches. La sonrisa de Nabu tras cada asesinato era aterradora, era como si fuese necesario alimentar su espíritu con cada vida segada. Miraba a lo alto sonriendo desenfrenadamente, descansaba su manos sobre su pecho mientras decía para sí mismo: - Nabu, Nabu… Qué maravillosa es la vida, como me siento feliz.

En la cuarta noche, llevábamos 2 infelices cuando desde una ventana escuchamos el grito aterrador: - ¡EL CARNICERO, EL CARNICERO ESTÁ HACIENDO MÁS VÍCTIMAS EN LA CALLE! – y de pronto vimos que aquella floresta de acero y concreto mostró su verdadero rostro. Una infinidad de ventanas con luces encendidas comenzaban de emitir sonidos, Nabu sonreía y decía: - Ellos no nos comprenden, Eda. Deben padecer como las escorias que estamos exterminando -.
Yo estaba perplejo, voces e improperios me llegaban de tantas ventanas abiertas e iluminadas, rostros que reflejaban el más puro odio, la sonrisa inquebrantable de Nabu que ahora gritaba: - ¡LO LOGRAMOS, EDA! ¡LO LOGRAMOS! MIRA COMO NOS APLAUDEN, MIRA COMO NOS RECONOCEN.
No tardó en llegar la policía, en asegurarse que de hecho, éramos los prófugos responsables por tanta sangre derramada. Y al cabo de 20 minutos estábamos presos con toda una Capital queriendo nuestras cabezas, la prensa buscando una entrevista exclusiva, algunos abogados queriendo defender nuestro caso y algunas otras personas que no supe reconocer afirmando que merecíamos un trato más humano… Vaya saber por qué.
- Mira toda esta gente, Eda. ¿Cuántos no merecen una buena puñalada? – Dijo Nabu mientras sonreía, yo de mí parte, en aquella altura del fervor, no me molestaría en matar a todos para tener un momento de silencio y tranquilidad.


El final, mí final.

- Señor Juan Díaz, es usted responsable por el asesinato de más de 50 personas inocentes, ¿tienes noción de lo que has hecho? – Me preguntó el Comisario mirándome fijamente a los ojos.
- Pero, señor oficial… Mi nombre no es Juan Díaz. – Dije algo confundido, algo desconcertado. Nabu estaba a mí lado, pero ya nada decía, tan solo sonreía diabólicamente y sin parar, para ser sincero si tuviese derecho a un último asesinato, sería Nabu la víctima.
- Señor Díaz – interrumpió el oficial – aquí tengo tu ficha, con nombre, apellido, número de cédula, domicilio, tu histórico completo. Niegas tu nombre pero no tus víctimas, ¿es usted consciente de lo que hiciste?
- Sí, señor. Pero repito, ¡mi nombre es Eda! ¡Y el de mi compañero que no para de reírse a mi lado es Nabu!
- Señor Díaz, usted se encuentra aquí solo conmigo…

Desde esta última frase hasta el momento que os relato mi breve historia, recuerdo apenas de fragmentos y esa risa maldita de Nabu. Pero no es siempre que la escucho, a veces el sale, lógicamente, el desgraciado anda suelto por ahí…

- Díaz – acaba de interrumpir una doctora – Ya es hora de regresar al pabellón para tomar los medicamentos y cenar.
Diablos… ¿una doctora?
- Está bien…
- Alberto, el paciente 541 está aguardando para medicarse, por favor acompáñale hasta el pabellón de meriendas y después asegúrese de cerrarle en su habitación.
- Entendido, vamos amigo…

Por hora Nabu está recorriendo las calles, pero bien sé que mañana temprano el infeliz me despertará con su sonrisa maldita.

Fin.-

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