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Colin Kapp - Embajador en Verdammt


- Bienvenido a Verdammt, teniente.
El Capitán Administrador Lionel Prellen extendió una mano hacia el recién llegado.
El Técnico Espacial Teniente Sinclair ignoró la mano y saludó gravemente.
- Tengo entendido que la Administración de los Territorios del Espacio en Verdammt ha solicitado ayuda naval para la instalación de una rejilla de aterrizaje y una baliza subespacial que permitan el descenso de una nave de línea de la F.T.L.
- Exactamente. Queremos desembarcar a un personaje que se encuentra en la nave de la F.T.L. - explicó Prellen -. Y al parecer posee usted la única rejilla que puede ser instalada aquí a tiempo para detener esa nave y hacerla descender en las máximas condiciones de seguridad.
El teniente le dirigió una mirada especulativa.
- En respuesta a su petición, el Almirante Melk ha destacado a la S.N.V. Gemini para que se instale en órbita alrededor de Verdammt y haga descender una rejilla, generadores y una baliza preestructurados, para que sean montados en tierra. Usted tendrá que aportar materiales y mano de obra, y yo me encargaré de supervisar los trabajos y proporcionar ayuda técnica.
- ¡Excelente! - dijo Prellen -. Es la mejor solución que podíamos esperar. Aunque a usted no parece gustarle demasiado, teniente.
- Sinceramente, no, capitán. La Marina tiene que atender a muchas obligaciones, y dejar inactiva la Gemini durante veinte días mientras se monta la rejilla es algo que no coincide con mi concepto de la máxima utilización de los recursos.
Prellen se encogió de hombros.
- En tal caso, la Marina podía haber denegado nuestra petición de ayuda.
- El almirante entendió que la petición era legítima, suponiendo que la importancia de la operación justificara el coste y la pérdida de tiempo. Y no estaba en condiciones de juzgar los méritos del caso. Me gustaría preguntarle, capitán, si existe aquella justificación.
- Creo que sí - dijo Prellen -. Y, afortunadamente, no tengo que contestar a esa clase de pregunta ni al almirante Melk ni a usted. Sólo soy responsable ante la Administración de Territorios del Espacio en la Tierra. Pero, ya que ha planteado usted la cuestión, le diré que el personaje que estamos interesados en hacer recalar aquí es el primer Embajador de la Tierra en Verdammt.
- ¿Embajador? - Sinclair luchó con su incredulidad -. Corríjame si me equivoco, capitán, pero en el Manual del Espacio se señala que Verdammt no posee ninguna forma de vida indígena con la inteligencia suficiente para facilitar o comprender ningún tipo de contacto sociológico.
- El Manual del Espacio y usted están en un error - dijo Prellen. Regresó a su escritorio y se sentó detrás de él con aire fatigado -. Se equivocan. Verdammt posee una forma de vida sumamente inteligente. Ignoramos aún su grado de inteligencia, pero es posible que sea muy superior al nuestro. Lo malo es que la valoración inicial se estableció utilizando la escala de Manneschen, la cual está basada en conceptos de inteligencia puramente terrícolas. La forma de vida existente aquí no tiene nada de terrícola. En realidad, en términos terrícolas, resulta completamente ininteligible.
- ¿Pero usted la considera inteligente?
- Desde luego. Si consideramos la inteligencia en su definición más amplia, es decir, como la capacidad para modificar conscientemente el entorno vital, los Unbekannt son al menos iguales a nosotros. Cómo, o por qué, modifican su entorno, es algo que todavía no hemos llegado a establecer, pero el hecho de que pueden hacerlo, y de que lo hacen, es indiscutible. Por eso Verdammt merece un Embajador, y hemos solicitado ayuda para hacerle descender, a él y a su acompañamiento, de la F.T.L. De modo que ahora exijo de usted una respuesta concreta, teniente: ¿tendré mi rejilla y mi baliza?
- Las tendrá usted - dijo Sinclair -. Eso ya ha sido decidido. Pero con una condición. La petición será investigada desde todos los ángulos, y en el caso de que no estuviera completamente justificada el almirante está dispuesto a someter el asunto a las autoridades de la Tierra.
- Quiere usted decir que es una buena plataforma para prestar interservicios políticos en beneficio del almirante Melk - dijo Prellen secamente.
Sinclair se envaró.
- El primer transporte llegará mañana por la mañana con el material base y los trabajos podrán iniciarse inmediatamente. Esta tarde me gustaría inspeccionar el lugar previsto para el aterrizaje.
- Le pondré en contacto con mi oficial de ingeniería - dijo Prellen -, él le prestará toda la ayuda que necesite. ¿Piensa usted alojarse en la Gemini?
- Por desgracia, no. He de residir aquí hasta que la tarea quede terminada.
- Entonces, le ofrezco a usted un camarote a bordo de nuestra modesta nave-base S.V. Maxwell. No gozará de las comodidades de la Marina, pero siempre estará mejor que en un barracón prefabricado.
- En la Marina... - empezó a decir Sinclair, pero cambió de idea.
- Sé lo que hacen en la Marina - dijo Prellen -, pero puedo garantizarle que en Verdammt se alegrará usted de tener el casco de una nave espacial que le aísle del exterior durante las largas y ruidosas noches.
- Acepto complacido su hospitalidad - dijo el teniente sin el menor entusiasmo -. No dudo de que en Verdammt hay muchas más cosas de las que figuran en el manual del Espacio.
- Podría usted decir eso veintitrés veces más - dijo Prellen -, y no se acercaría aún a la verdad.
Si Sinclair había albergado alguna reserva mental en lo que respecta a alojarse en la Maxwell, la perdió aquella noche, a las diez y diez minutos, hora standard de Verdammt. Desdeñando el comedor de oficiales, buscó la sala de radio y pasó la velada redactando y cifrando su informe al Almirante Melk y su plan de operaciones para la S.N.V. Gemini. Terminada aquella tarea, regresó a su camarote y se preparó para acostarse.
Sus preparativos se vieron interrumpidos por el súbito ulular de algo que se deslizaba hacia abajo en la parte exterior del casco, seguido del macizo clomp-clomp de lo que fuera que parecía ascender de nuevo por el casco. Tras prestar unos instantes de atención, Sinclair se encogió de hombros, dispuesto a olvidar el incidente, y estaba a punto de ocupar su litera cuando los ruidos se repitieron. Esta vez, el clomp-clomp era descendente y el ulular ascendía. Siguieron otros ruidos imposibles de definir; y una sensación de suave balanceo, como si la nave se moviera hacia arriba y hacia abajo sobre sus puntos de apoyo.
Aunque el fenómeno presentaba todas las características de un desastre de primera magnitud, Sinclair no pudo detectar ninguna señal de pánico ni de acciones de emergencia en el resto de la nave, de modo que se decidió a investigar. Saliendo de su camarote, tropezó con Anton Wald, psicólogo de la A.T.S., al cual le habían presentado aquella tarde.
- ¡Ah! - dijo Wald -. Precisamente venía a decirle que no se preocupara.
- ¿Qué está pasando ahí fuera?
- Son los Unbekannt - dijo Wald tranquilamente.
- ¿Qué están haciendo? ¿Atacándonos?
- No lo creo. Sinceramente, ignoro lo que están haciendo. Es algo a lo que se dedican de cuando en cuando por motivos indescifrables. Supongo que les complace, y a nosotros no nos perjudica, de modo que les dejamos hacer.
Sinclair estaba asombrado.
- ¿Quiere usted decir que no ponen centinelas para mantenerlos alejados?
- No queremos mantenerlos alejados. Estamos aquí para estudiarlos.
- Pero, van a destrozar la nave...
- No - dijo Wald -. Le parecerá raro, pero no causan ningún daño y ni siquiera dejan rastro de sus actividades. Mañana por la mañana no encontrará usted ni la huella de una pisada.
- ¿Y los ruidos?
Wald se encogió de hombros.
- ¿Qué quiere que hagamos? ¿Salir y matar a una docena? Desde luego, son alienígenas, pero con el nivel de inteligencia, cualquier ataque por nuestra parte basado en ese pretexto sería moralmente indefendible. De todos modos, tengo la impresión de que si desearan atacarnos podrían hacerlo utilizando unos medios contra los cuales no tendríamos ninguna defensa. Yo no me atrevería a asumir la responsabilidad de iniciar una lucha contra los Unbekannt.
- Comprendo - dijo Sinclair, en un tono que revelaba que no comprendía absolutamente nada.
Regresó a su camarote, cerró la puerta y se resignó a la perspectiva de una noche de insomnio.

Lo primero que hizo Sinclair a la mañana siguiente fue inspeccionar la parte exterior de la nave. Estaba convencido de que los ruidos de la noche anterior no podían haber sido producidos sin causar desperfectos en el casco. Pero comprobó, asombrado, que no había ningún arañazo en la superficie del casco, ninguna pisada en la arena.
A pesar de su incredulidad, o tal vez a causa de ella, Sinclair quedó intrigado por el problema, recordando el balanceo que había experimentado la nave, y recordando que la propia nave probablemente pesaba más de cien mil toneladas terrestres. Resultaba difícil imaginar cómo podía haberse ejercido la fuerza necesaria para mover aquella masa sin dejar ninguna huella, y todavía más difícil imaginar cuál era el significado de aquel hecho.
La nave-base y sus tres transportes auxiliares se encontraban en un claro de unos cuatro kilómetros cuadrados, más allá del cual se extendía por todos lados la frondosa vegetación de Verdammt. El claro era artificial e incluía una zona de barracones prefabricados y el lugar donde se proyectaba montar la parrilla de aterrizaje. Desde el punto de vista de la ingeniería era un emplazamiento excelente, con todos los suministros y recursos disponibles concentrados a su alrededor.
El primer transporte llegó exactamente a la hora prevista, y Sinclair tuvo que atender a los detalles de la descarga, al tiempo que daba instrucciones a los jefes de los grupos de trabajo. Pero de cuando en cuando contemplaba con aire pensativo la vegetación que les rodeaba por todas partes, preguntándose si los Unbekannt estaban allí observando la nueva actividad y qué es lo que comprendían de ella, si es que comprendían algo.
Ocasionalmente producíase un movimiento entre la maleza, aunque siempre demasiado rápido para poder localizar su origen. Sin embargo, Sinclair llegó a convencerse de que los Unbekannt les estaban observando desde el lindero de la maleza, e incluso arriesgándose a avanzar unos cuantos metros por el claro, probablemente para ver más de cerca lo que estaba pasando.
Poco antes de que terminara la jornada de trabajo, Sinclair pudo abandonar el lugar para ir en busca de Wald. Le encontró en su oficina, en un barracón prefabricado, contemplando con aire malhumorado una tablilla cristalina curiosamente labrada, la cual parecía ondular y reestructurarse a sí misma incluso mientras Wald la hacía girar entre sus manos. Cuando entró Sinclair, el psicólogo le entregó el objeto para que lo examinara.
- ¿Qué es esto? - preguntó finalmente Sinclair.
- Ojalá lo supiera - dijo Wald -. Es algo que los Unbekannt dejaron aquí, pero ignoramos por qué y para qué. A veces me pregunto si llegaremos a saberlo. Puede ser cualquier cosa, desde una computadora cristalina hasta una obra de arte abstracto... o algo tan fuera del alcance de nuestra comprensión que la raza humana nunca podrá entenderlo.
- A propósito de los Unbekannt - dijo Sinclair -. ¿Son hostiles en algún sentido?
- Físicamente, no. Yo creo que están tan ansiosos como nosotros por establecer comunicación. Pero en eso estriba su peligro, precisamente.
- No comprendo - dijo Sinclair.
- No, supongo que no. Piense un momento en el concepto alienígena. Los Unbekannt son tan alienígenas que en ellos no hay casi nada que se aproxime a lo que nosotros somos capaces de comprender. Están tan alejados de nuestros conceptos de una forma de vida que resultan no sólo ininteligibles sino también completamente inimaginables. ¿Cómo puede uno empezar a comprender lo que está más allá del imperio de su propia imaginación? La respuesta es sencilla: no existe tal posibilidad.
- Pero eso depende únicamente del alcance de la mente individual.
- No. La experiencia humana en sí limita la imaginación individual a unos puntos de referencia más allá de los cuales resulta difícil manejar conceptos, porque no existen analogías ni coordenadas que puedan utilizarse para formular, o retener, la idea. Un concepto situado más allá de los puntos de referencia no significa nada.
- Continúo sin ver el peligro - dijo Sinclair.
El psicólogo levantó la mirada.
- Para aceptar a los Unbekannt como realidad, hay que negar la propia educación y la propia experiencia. Ellos no significan nada desde nuestros puntos de vista, de modo que hemos de tratar de adaptarnos a los suyos. El resultado sería una completa desorientación. El cerebro humano no reacciona favorablemente a esa forma de presión. La consecuencia más benigna es una confusión mental; la peor, una evasión absoluta del conflicto, un shock cataléptico. Por eso le sugiero que me consulte antes de intentar establecer cualquier contacto personal con los Unbekannt. No podemos permitirnos perderle a usted. Al menos hasta que tengamos nuestra rejilla.
- Ése es el problema, precisamente - dijo Sinclair -. En vista de todo esto, no veo ningún motivo lógico para tener un Embajador en Verdammt hasta que se haya alcanzado algún grado de comprensión de los Unbekannt. Creo que esto es lo normal.
- Está usted enojado, ¿verdad?
- ¿A usted qué le parece? - inquirió Sinclair en tono sarcástico -. ¡Desde luego que estoy enojado! Me fastidia que me hayan enviado a este lugar olvidado de Dios a instalar una rejilla y una baliza, debido a una petición que es una argucia burocrática. Han engañado a la A.T.E. haciéndole creer que este planeta necesita un embajador para tratar con una forma de vida con la cual nunca podrá establecer comunicación.
- ¿Ha terminado usted, Mr. Sinclair? - dijo fríamente la voz de Prellen.
Sinclair, que no le había oído entrar, giró rápidamente sobre sus talones.
- ¡No, no he terminado! Si quiere saber lo que opino...
- No necesito su opinión - le interrumpió Prellen -. Lo único que quiero de usted es su ayuda técnica para la instalación de una rejilla y una baliza subespacial. Tal vez le interese saber que los trabajos del doctor Wald acerca de la psicología Unbekannt fueron los que decidieron a la Administración de los Territorios Espaciales a enviar un Embajador a Verdammt, y que los detalles de la operación encaminada a permitirle llegar aquí los planeé yo mismo.
- ¿Usted?
- Sí. Lamento decepcionarle, Sinclair, pero a veces los capitanes administradores nos dedicamos a administrar. De modo que no ha habido argucias burocráticas ni nada que se le parezca. No ha habido más que un informe técnico, un acuerdo, y un plan de operaciones.
El rostro de Sinclair reflejaba su incredulidad.
- No le creo a usted, y sé que el almirante Melk tampoco va a creerle. Puedo anticiparle que terminaré mi informe al almirante con la recomendación de que investigue a fondo todo este asunto.
- Me resulta difícil creer - dijo Prellen -, después de lo que usted me ha dicho acerca de lo agobiados que están de trabajo, que el almirante disponga de tiempo para dedicarse a jugar a la política.
- ¡Prellen, no admito esa clase de observaciones!
- Y yo no admito esa clase de insolencias - dijo Prellen secamente -. Debo recordarle que hasta que el Embajador tome posesión de su cargo, los asuntos terrícolas sobre este planeta están bajo mi absoluta y única responsabilidad. Provisionalmente, represento a la autoridad legalmente constituida. ¿Sabe usted lo que eso significa aquí?
- Yo se lo diré - intervino Wald con maligno placer -, puesto que en la Academia Espacial descuidaron un poco su educación. No le adiestraron en el arte de los buenos modales, ni en el de saber callarse a tiempo. En los asuntos terrícolas, el poder del capitán es absoluto. Y eso incluye el derecho sobre la vida y la muerte. De modo que, si quiere aceptar un consejo desinteresado, cierre la boca antes de que le metan algo en ella. Mi bota, por ejemplo.
- No debió usted decir eso, Anton - dijo Prellen cuando Sinclair se hubo marchado -. A Melk no le gustará enterarse de que hacemos objeto de amenazas de violencia física a sus subordinados.
Wald sonrió afablemente.
- No he hecho más que expresar lo que usted pensaba, y que no se atrevía a manifestar por una cuestión de «protocolo».
- Nos ha ocurrido lo peor que podía pasarnos dijo Prellen -. De toda la Marina, han tenido que enviarnos a uno de los perritos falderos del almirante Melk... El asunto ya era bastante difícil sin que Melk metiera las narices en él, de modo que ahora... Confío en que podamos convertirlo en un hecho consumado antes de que estalle la tormenta. Si conseguimos resistir hasta entonces, todo irá bien. Pero si Sinclair se empeña en dificultarnos las cosas, no sé cómo saldremos de esto.

La rejilla iba adquiriendo forma lentamente. Las piezas que iban llegando a bordo de los transportes eran ensambladas sin la menor dificultad. Luego llegaron los generadores, y sus achaparradas y pesadas moles fueron encajadas en la base de la estructura, para ser conectadas con las cadenas conductoras que confinaban la fluxión de la rejilla dentro de la membrana de intrincadas arboladuras. La baliza subespacial llegó como una sola unidad y fue instalada a lo largo de la rejilla. En un barracón prefabricado situado muy cerca de allí, Sinclair estaba montando el transmisor que, operando a través de la baliza, atraería a la nave de la F.T.L. fuera del subespacio y la guiaría hacia la rejilla de aterrizaje.
Prellen revisaba diariamente los trabajos y comparaba cuidadosamente el tiempo calculado de complexión con las predicciones de la computadora acerca de la posición de la nave avanzando hacia ellos a través del universo a una velocidad superior a la de la luz. Se daba perfecta cuenta de las dificultades que entrañaba la operación, y le complacía comprobar que el antagonismo de Sinclair hacia los objetivos del proyecto no afectaba a su capacidad para controlar la rápida construcción de la rejilla.
Prellen estaba realmente impresionado por la eficacia del equipo de transporte de la Marina, los cuales entregaban exactamente la pieza adecuada en la posición adecuada y en el momento preciso. Pero al mismo tiempo le preocupaban los detallados informes en clave que Sinclair enviaba al almirante Melk. La situación en Verdammt era suficientemente única para exigir una solución radical del problema de establecer comunicación con sus habitantes, y Prellen no ignoraba que las presiones políticas podían destruir el precario equilibrio del experimento extra-sociológico que había planeado.

Estaba discutiendo precisamente aquel extremo con Wald, una noche, cuando se presentó Sinclair. Su rostro reflejaba una profunda satisfacción, que pareció acrecentarse al ver a Wald.
- Me alegro de que estén los dos aquí, ya que deseo continuar una conversación anterior. Tema: el Embajador.
- ¡Adelante! - dijo Prellen, mirando a Wald de soslayo -. Imagino que ha recibido usted alguna información, seguramente del almirante Melk.
- En efecto, capitán Prellen. El almirante está investigando a fondo todo este asunto, y de momento me ha anticipado los nombres del Embajador y de su acompañamiento a bordo de la nave de la F.T.L.
- No necesitaba haberse molestado - dijo Prellen -. Yo podía haberle dado a usted la misma información, si me la hubiera solicitado.
- ¿Incluso el nombre del Embajador? Conoce usted el nombre, ¿verdad?
- Sí - dijo Prellen lentamente -. Se llama Prellen. Da la casualidad de que es hijo mío.
- ¡De modo que lo admite!
- Tengo por norma no negar a los hijos que han nacido de mi matrimonio.
Sinclair estaba asombrado por aquella aparente despreocupación.
- ¡Sabe perfectamente que no me refiero a eso! ¿Quiere que siga tirando de la cuerda?
Prellen dirigió una rápida mirada a Wald.
- Naturalmente, nos interesa saber hasta qué punto alcanza su información - dijo, prudentemente.
- No me cabe la menor duda. Sé, por ejemplo, que el acompañamiento del embajador se compone de cinco mujeres y de ningún hombre. Un interesante ejemplo de selección de personal... ¿Necesito continuar?
Prellen levantó una mano.
- No, eso es suficiente, por ahora. No sé cómo ha obtenido la información el almirante Melk, pero debo admitir que es exacta. Ahora, Sinclair, dígame qué espera ganar personalmente con este asunto.
- ¿Está usted pensando en sobornarme?
- No estaba haciéndole ninguna oferta, aunque estoy convencido de que tiene usted un precio.
- ¿Por qué está tan seguro, capitán?
- Es evidente - dijo Prellen -. Busca usted dinero o un ascenso, porque nunca oyó hablar de una cosa llamada principios.
- ¿Se atreve usted de hablarme a mí de principios?
- Sí - dijo Prellen -, y algún día comprenderá usted cuáles son mis principios. Hasta entonces, sólo puedo esperar que sea usted mejor ingeniero que correveidile, porque de no ser así la nave de la F.T.L. va a provocar una verdadera catástrofe cuando descienda sobre este planeta.

Algo oscuro y disforme aterrizó de golpe sobre la cúpula transparente del barracón de la baliza, rascó furiosamente el curvado declive y saltó desde el fondo del baldaquín a la protectora maleza. El ruido de su paso sobresaltó a Sinclair. Alzó la mirada salvajemente cuando el episodio fue repetido por un segundo y luego por un tercer cuerpo. El cuarto proporcionó una variación: aterrizó sobre la parte baja del baldaquín, se deslizó hacia la parte superior de la cúpula y desapareció al llegar a la cima.
Sinclair se dirigió hacia la puerta, pero a medio camino recordó la advertencia de Wald y cambió de idea.
Pulsó la palanca del comunicador.
- Doctor Wald, hay algo que está moviéndose sobre el techo del barracón de la baliza. Creo que deben ser los Unbekannt.
- Es muy probable - dijo Wald -. Supongo que habrán decidido que ha llegado el momento de empujarle a usted a través del laberinto.
- ¿Laberinto?
- Sí, la prueba de reacción primaria para los animales experimentales. Estimulo y respuesta básicos. Nos han sometido a ella a la mayoría de nosotros, y han llegado a aburrirse. Usted, en su calidad de técnico, es distinto, y supongo que están tratando de tomarle la medida.
- ¿Deslizándose sobre el tejado - inquirió Sinclair, en tono de incredulidad -. ¿Qué pueden descubrir con eso?
- No tengo la menor idea - dijo Wald -. Ya le advertí que los Unbekannt estaban más allá de nuestras posibilidades de comprensión. Sin embargo, es evidente que no tienen más posibilidades de comprendernos que las que nosotros tenemos de comprenderlos a ellos. Estamos aplicándonos mutuamente nuestros propios puntos de vista, y dudo de que nuestras reacciones tengan para ellos más sentido del que para nosotros tienen las suyas. Es una clásica situación ilógica, sin ninguna respuesta.
- Si puedo echarle las manos encima a uno de ellos, pronto le daré a usted unas cuantas respuestas - dijo Sinclair.
- Sería interesante comprobar si eso es verdad - dijo Wald -. Pero no le aconsejo a usted que lo intente. ¿Cómo sabe que uno de ellos no alberga una idea similar en lo que a usted respecta?
- ¿Un maldito mono?
- ¡Ah! ¡De modo que ya ha caído usted en la trampa! - dijo Wald -. Por el simple hecho de que no ha podido ver a ninguno de ellos claramente, ha deducido por su cuenta que son como monos: un limitado concepto terrícola. En realidad, los Unbekannt tienen muchas menos cosas en común con los monos que nosotros. El mayor peligro que corre usted reside en sus falsa ideas preconcebidas.
Incluso a través del comunicador Wald oyó al quinto Unbekannt iniciar su danza alienígena encima del techo de plástico, y la conversación de Sinclair terminó con un grito de cólera antes de que la conexión se interrumpiera.

Abriendo la puerta del barracón de la baliza, Sinclair se asomó al exterior. El barracón se hallaba muy cerca del borde del claro, y separado únicamente por un ancho sendero de las franjas de maleza más próximas. El ruido de algo que se deslizaba a través del tejado le advirtió del paso de otro Unbekannt y le permitió calcular la dirección de movimiento con la precisión suficiente para ver la sombra borrosa que descendía y corría a ocultarse entre la maleza. No obtuvo ninguna impresión de altura ni de forma, pero calculó que la masa del Unbekannt era menor que la suya propia, aunque su velocidad y su agilidad eran fenomenales.
Volvió a entrar en el barracón y sus dedos se cerraron alrededor de una barra de titanio de un metro de longitud, de la cual había cortado los segmentos del conmutador de la baliza. Sopesó la barra pensativamente unos instantes, no sabiendo qué clase de fuerza podía ser aplicada a los Unbekannt sin que resultara mortífera. Luego salió de nuevo al exterior, empuñando la barra.
Durante un largo rato no ocurrió nada. Los trémulos sonidos de la vida de la cercana maleza llegaban hasta él con sorprendente claridad, y el frío y húmedo aliento de la vegetación se cerraba alrededor de su cuello como un pañuelo pelicular. Finalmente oyó un ruido deslizante a través del tejado y, calculando mentalmente el tiempo y la posición de descenso, retrocedió hasta la pared y esperó con la barra levantada. Exactamente en el momento previsto, la masa borrosa cayó como una piedra del tejado... y Sinclair la golpeó.
Nunca pudo descifrar ni describir lo que ocurrió a continuación. La impresión no fue la de haber golpeado un cuerpo blando y en movimiento, sino la de haber chocado inesperadamente con un bloque de piedra. Sus dedos quedaron entumecidos, como si acabaran de recibir una descarga eléctrica, y soltaron la barra. Algo le escupió, o le deslumbró, o hizo algo extraño e incomprensible, y una oleada de náusea y de desorientación envolvió todo su cuerpo de un modo casi físico.
Luego, el Unbekannt se irguió delante de él. Sinclair luchó contra su confusión e inmediatamente volvió a caer en ella mientras su mente trataba de reconciliar lo que veía con lo que consideraba remotamente posible. Lo absurdo de lo que sus ojos percibían no encajaba en ningún sentido con ninguna de las cosas que había esperado ver. Y cuando volvió a salir del abismo mental en que había caído, su alienígena antagonista había desaparecido.
Permaneció unos instantes completamente inmóvil, recobrándose de la impresión, y luego miró a su alrededor. No había ningún Unbekannt a la vista, pero unos leves rumores entre la maleza daban a entender que no se habían marchado muy lejos. Después oyó de nuevo el familiar sonido deslizante y se volvió hacia el lugar donde había caído la barra.
Sólo entonces, en una especie de agonía, comprendió lo profundo del abismo en el cual se había sumergido. Ya que la barra de titanio aparecía enrollada formando un dibujo extraño y maravilloso. Las manos de Sinclair temblaban cuando recogió la barra y observó la complejidad de los cerrados lazos, cuya inmaculada formación hubiera exigido de un artesano terrícola muchas horas de paciente trabajo y el empleo de un soldador electrónico. Pero aquella maravilla había sido producida en la fracción de segundo que transcurrió entre el momento en que el metal había abandonado sus dedos y el instante en que había llegado al suelo. Y era completamente fría al tacto.
El fenómeno no tenía explicación. Resultaba imposible y real al mismo tiempo. Y esto, más que cualquier otra cosa de las que había encontrado en Verdammt, provocó sudores en Sinclair, y una sensación de pasmo, y un repentino temor. Recogiendo los restos de la barra, dio media vuelta y se internó deliberadamente en la maleza, siguiendo a los Unbekannt.

Wald encontró a Prellen en la sala de derrota de la Maxwell.
- Sinclair se ha marchado.
- ¿A dónde? - inquirió Prellen, súbitamente alarmado.
- No lo sé - respondió Wald -. Se ha internado en la maleza, creo.
- ¡Maldición! - exclamó Prellen -. Eso significa que probablemente ha ido a comprobar por sí mismo qué aspecto tienen los Unbekannt. A pesar de lo mucho que me disgusta la Marina, no creo que sea una buena política devolverle a sus técnicos en un estado de shock... y éste será el resultado de semejante contacto, teniendo en cuenta lo rígido de su mentalidad. Además, la nave de la F.T.L. se encuentra solamente a dieciséis horas-luz de distancia. Tenemos que localizar a ese idiota, Anton, antes de que se cause un daño a sí mismo.
- No - dijo Wald -. Sé que tenemos que localizarle. Pero si ha llegado tan lejos como supongo, en este momento se encuentra fuera del alcance de usted. Yo iré a buscarle. Me llevaré a un par de hombres del equipo psíquico y una dosis triple de mezcalina. Si no regresamos, no salga usted en busca nuestra.
- ¿De veras hay tanto peligro en las zonas profundas?
- ¿Ha olvidado lo que dicen las estadísticas acerca de los desquiciamientos nerviosos en los equipos de exploración?
- No, desde luego que no - dijo Prellen -. Bien, usted es el doctor. ¿Necesita algo especial?
- Sólo unas cuantas plegarias, y mucha imaginación - respondió Wald -. Son los únicos factores con los que podemos contar allí.
- Entonces, le deseo mucha suerte.

En la maleza no había senderos visibles, pero la flexibilidad de los tallos palmeados le permitía avanzar en cualquier dirección con un mínimo de demora. Sinclair anotó mentalmente la posición del sol mientras echaba a andar, escogiendo una zona de agitación visual que le precedía en la maleza y que se movía delante de él, a veces con asombrosa velocidad pero sin alejarse nunca lo suficiente como para que Sinclair la perdiera de vista.
No podía saber si se trataba de un solo Unbekannt o de un grupo de ellos, ni podía explicarse, a pesar de sus conocimientos de física, por qué los alienígenas se revelaban como una sola fluctuación.
El único aspecto familiar de la situación era la sugerencia de un cebo, o de una invitación, para que les siguiera. Dado que Wald había rechazado la posibilidad de que los Unbekannt fueran físicamente peligrosos, Sinclair no se sentía particularmente alarmado por el hecho de seguir a los alienígenas a dondequiera que pensaran llevarle.
Psicológicamente, sin embargo, no estaba tan seguro del terreno que pisaba. Su breve encuentro con los Unbekannt había hecho vacilar seriamente su confianza en el alcance de su propia imaginación, y había subrayado las advertencias de Wald acerca de los peligros más insidiosos de un contacto con alienígenas. Pero la posibilidad de captar al menos un indicio de la tecnología mediante la cual la barra de titanio había sido moldeada en frío, y en milésimas de segundo, haciéndole adquirir su actual y complicadísima forma, era algo irresistiblemente atractivo para él.
Al cabo de una hora de marcha, Sinclair se detuvo, súbitamente desconcertado por lo que parecía ser un espejismo. Experimentó la extraña sensación de que por unos instantes habían existido unas grandes torres delante y en torno de él: torres que se habían levantado y desvanecido con tal rapidez que la impresión era poco más que subliminal. Sin embargo, el fenómeno se había grabado en su mente con una inconfundible aura de realidad. Trastornado aún, observó la zona de maleza con la esperanza de encontrar algo que pudiera haber disparado la fantasía. Pero la vegetación seguía ofreciendo el mismo aspecto, agitándose suavemente pero inmutable.
Luego, el infierno se tragó a Sinclair. De pronto se vio sumergido en el centro de alguna oscura y chirriante enormidad, que podía haber sido el vientre de una máquina funcionando en las profundidades del averno. O podía haber sido parte de una ruidosa hipermetrópoli, tan fuera del alcance de su comprensión como podía haber estado una de sus propias ciudades para el hombre de Neanderthal o de Cro-Magnon. Su mente se encogió ante el insoportable salvajismo de las impresiones provocadas por el ruido, la mugre y la turbulencia.
Luego, la escena desapareció con la misma rapidez con que había brotado. La única turbulencia que quedó fue la de su trastornado cerebro, y el único ruido que percibió fue el de sus propios oídos, vibrando, reaccionando aún a la impresión. Y con un creciente terror en su corazón esperó lo que temía que iba a llegar a continuación.

Con ojos incomprensivos Sinclair trató de seguir las series de montajes y espejismos de escenas y símbolos que fluían a su alrededor y encima de él. Sus entornos alcanzaban transposiciones aparentemente imposibles, desde las lúgubres sombras de algún enorme complejo satánico hasta la candente negatividad de un punto aislado del desierto, en una perspectiva tan inimaginable que Sinclair se veía obligado a cerrar los ojos para poder soportarla. Y de nuevo las imágenes se hacían borrosas y volvían a formarse, llenándole de emociones que su cuerpo no estaba construido para experimentar.
Su primera impresión había sido la de movimiento, la de ser arrojado a una serie de quasi entornos demenciales. Más tarde, alguna porción más racional de su mente revalorizó las sensaciones y arrojó sobre él el semiformado concepto de que estaba realmente inmóvil y de que aquellos fantásticos quasi contornos estaban siendo realmente creados y disueltos a su alrededor.
Recordó que Prellen había definido la inteligencia, en relación con los Unbekannt, como la capacidad consciente de modificar el entorno. Empezó a percibir vagamente el axioma de que, a lo largo del tiempo, todos los entornos, sea por manipulación, sea por causas naturales, deben cambiar; y que el inimaginable flujo y las transformaciones que se producían a su alrededor diferían esencialmente en ritmo de cualquier situación humana.
Sinclair no vio a Wald y a los dos hombres del equipo psíquico, moviéndose como hombres rana a través de las extensiones de pesadilla. No vio cómo disparaban una pistola hipodérmica contra su brazo...
Faltaban dos horas para el aterrizaje cuando aplicaron a Sinclair un contrasedante y le permitieron, todavía tembloroso a causa de la reacción, que efectuara los ajustes finales y activara la rejilla. Wald no se movió de su lado, ayudándole en las operaciones más sencillas y observándole constantemente con una especie de apenada simpatía. Finalmente, Sinclair declaró que la tarea estaba terminada y se volvió hacia el doctor con una forzada sonrisa en los labios.
- Tengo que darle las gracias por haberme sacado de allí. No puedo decir que no me advirtiera usted.
Wald se encogió de hombros, quitándole importancia al incidente.
- ¿Cómo se siente ahora?
- Aturdido y... confuso. Creo que nunca volveré a ser el mismo después de aquella experiencia.
Wald asintió.
- Resulta terrible tener un montón de conceptos y ningún medio para comunicarlos... Usted fue hacia allí sin ninguna preparación. Normalmente, nosotros utilizamos drogas que le dejan a uno razonablemente objetivo, al tiempo que reducen al mínimo la tensión de la imaginación. Es el único modo de sobrevivir allí.
Sinclair preguntó
- Pero, ¿cómo puede tener existencia algo tan absolutamente imposible?
- Estoy convencido - dijo Wald - de que ellos se formulan la misma clase de pregunta acerca de nosotros, y casi con la misma esperanza de encontrar una respuesta. La verdad es que ni ellos ni nosotros somos imposibilidades; lo que ocurre es que sobrepasamos las limitaciones en las mentes de los otros. Y ellos o nosotros, o ambos, como especie, hemos de encontrar el medio para efectuar un reajuste, si de veras queremos alcanzar algún nivel de comprensión.
»Creo que ahora se dará usted cuenta de lo atrapados que estamos en la tela de araña de las cosas que sabemos. Limitamos nuestra imaginación con unos puntos de referencia que nos dejan un reducido cuadro de probabilidades y posibilidades. No podemos comprender a los Unbekannt ni comunicarnos con ellos, porque discurren en un plano que no está previsto en la estructura de nuestra lógica. El único puente concebible entre las dos culturas sería una mente humana que no hubiese sido moldeada demasiado rígidamente en nuestros conceptos lógicos, y que pudiera ser expuesta simultáneamente a las dos culturas, con la esperanza de que aprendiera a aceptar, si no a reconciliar, las dos series de valores mutuamente contradictorios.
- Si existiera un individuo con una mente así...
- Yo creo que existe - dijo Wald -. Uno de ellos es nuestro embajador.
En alguna parte un timbre empezó a resonar a intervalos regulares. Sinclair consultó su cronómetro.
- Veinte segundos para el contacto - dijo.
Toda la atención estaba centrada ahora en el poderoso rayo de energía que la rejilla proyectaba en el cielo. Por muy familiarizado que se estuviera con el proceso, era un espectáculo que nunca perdía su fascinación. En un momento determinado, la inmensa nave de la F.T.L. se abría camino a través del espacio a una velocidad casi infinita; un instante después surgiría en el espacio-tiempo normal, enristrado, suspendido y en reposo sobre el rayo de la rejilla, en virtud de un milagro al que nadie acababa de acostumbrarse.
Sinclair dijo: «¡Ahora!» y el timbre empezó a sonar ininterrumpidamente.
Simultáneamente apareció la nave, mucho más cerca de lo que había sido previsto, aunque dentro de los márgenes de seguridad. El choque supersónico de su llegada hizo retemblar el suelo y provocó una intensa lluvia que los espectadores soportaron estoicamente como parte de la ceremonia de llegada.
Lentamente, como si tirara de ella un cordel invisible, la nave descendió hasta posarse sobre la rejilla. Después de un período de aparente inactividad, las escotillas de la parte inferior se abrieron para dar paso a un montacargas que facilitaría el desembarco. Cuando el montacargas se posó en el suelo se produjo un movimiento general en dirección a él.
Wald miró a Sinclair.
- ¿Ha terminado su trabajo? Venga conmigo, voy a presentarle al embajador.
Sinclair miró el mono azul que vestía.
- ¿Con esta ropa?
- No importa. En la A.T.E. no estamos apegados a los convencionalismos.
Se dirigieron hacia el lugar donde la multitud empezaba a abrir paso al embajador y a sus acompañantes.
Cuando estaban muy cerca de Sinclair se detuvo, desconcertado, y cogió al doctor Wald por el brazo.
- Oiga, ¿hablaba usted en serio?
- ¿Acerca de qué? - inquirió Wald, con una expresión de ingenuidad.
- Acerca del embajador... Dígame que ha sido una broma.
- Si cree que es una broma, tiene usted un extraño sentido del humor.
- Pero, un bebé... Ahora comprendo por qué necesitaban la rejilla para un aterrizaje suave.
- William Arthur Prellen - dijo Wald -, Embajador para el Territorio Espacial de Verdammt. Edad, veintisiete días, uno más, uno menos. Un poco crecido ya para el cargo, pero es la mejor posibilidad que tenemos de establecer contacto con los Unbekannt. Pretendemos ponerle en contacto con ellos con la suficiente frecuencia y durante períodos de tiempo lo bastante prolongados como para que su mente en formación les admita del mismo modo que a nosotros. ¿Qué pasa? Parece usted un poco decepcionado... No me diga que acaba de darse cuenta de que la A.T.E. no es un servicio tan cómodo como parece...
Recordando su propia experiencia en contacto con los Unbekannt, Sinclair se sentía más bien enfermo.
- Y, ¿cree usted de veras que tienen una posibilidad de conseguir algo?
- Sólo una posibilidad - dijo Wald -, y además peligrosa. Peligrosa para el joven Prellen y para los que han traído aquí. Ésta podría ser la mayor victoria del almirante Melk.
- Nunca lo sabrá - dijo Sinclair -. Al menos, no lo sabrá por mí. Nunca imaginé que se arriesgaran ustedes tanto.
- También se han arriesgado los Unbekannt - dijo Wald -. ¿Recuerda aquel cristal que le enseñé un día en mi oficina? ¿Le he dicho ya que crece un poco cada día? Sospecho que es un embrión de Unbekannt. Su embajador ante nosotros, por así decirlo. Todo parece indicar que hemos alcanzado ya ese primer punto de comprensión.


FIN

Colin Kapp - El ferrocarril, en Cannis


EL coronel Iván Nash desea verle, señor. El coronel Belling frunció el entrecejo.
-¿Iván Nash? Creí que estaba en Cannis con las fuerzas de ocupación. De todos modos, que pase.
-¡Demasiado tarde! - dijo Nash desde la puer­ta -. ¡Ya estoy dentro! No puedo esperar ni ha­cer ceremonias porque tengo mucho que hacer.
-¡Cuánto me alegro de verte, Iván! ¿Qué te trae por la Tierra?
- Te lo diré en seguida. Vengo por el ferrocarril de Cannis.
Belling le acercó una silla y le ofreció una copa.
- Me temo que estoy un poco al margen de este asunto. No pensé que tú te ocuparas para nada de los ferrocarriles.
- ¿No? - dijo Nash llenando su pipa con cui­dado -. De todos modos, ¿qué es lo que tú sabes sobre Cannis?
- No mucho, la verdad. Atmósfera y clima áspe­ro, normal en la Tierra. Población equivalente a la raza humana según la escala de Manueschen. ¡Oh, sí; y volcanes!
- Precisarnente - completó Nash -. No olvide­mos los volcanes. Cannis Cuatro es un mundo joven, con una corteza muy delgada. La actividad volcánica está muy desarrollada y en general es muy dura. Por doquier, y en cualquier momento> aparecen cráteres de diez a doce metros de diá­metro y surgen unas columnas de lava de diez a cien metros de altura. Por eso no hay carreteras en Cannis.
-¡Pues sí que es un buen sitio - comentó Bel­ling, volviendo a llenar los vasos.
- Buen sitio y buena gente.
Nash parecía que estaba estudiando el sitio mientras reflexionaba.
- Son como clavos, perversos y variables como el maldito agujero que los engendró. Teniendo en cuenta que no hay ningún espacio llano de más de doscientos metros de diámetro en todo el con­denado planeta> no se comprende que se haya podido desarrollar una civilización y menos una ca­paz de lanzarse al espacio.
- Ya he pensado yo en todo eso.
- Pues sí, es para pensarlo. Los canianos son una raza inteligente, son hombres fuertes, de afi­ciones activas y de alto calibre. Constituyen una cultura mecánica haciendo ensayos y desechando los errores. Pero no conocen la verdadera ciencia como tal.
-¿De verdad?
Iván Nash hizo una pausa.
- Echamos el infierno fuera de Cannis durante la guerra y ahora no tienen suficiente continuidad de técnica para volver ellos por su propio pie. Si rompes en pedazos una cultura tan altanera como aquella, ¿cómo demonios puedes volver a com­ponerla?
-¡Qué sé yo! - dijo Belling, hondamente.
- Pues yo tampoco. En conjunto, son buena gente cuando llegas a conocerlos. El hecho de que cogieran Sirates para colonizarlo cuando ya estábamos allí nosotros, fue una mala suerte, por esto nuestra presencia en Cannis es más bien un trabajo de rehabilitación que un trabajo de ocu­pación propiamente dicho. Si ahora los dejamos que se hundan, perderán más de mil años.
Belling silbó.
-¿Tanto?
- Peor. Con lo que producen actualmente v con su capacidad de distribución han tenido dificultad para mantener el veinte por ciento de la pobla­ción a un nivel mínimo de Supervivencia sin nues­tra ayuda. Y la ayuda con la distancia a que es­tán de la Tierra, es demasiado costosa. Tenemos que lograr que se sostengan pronto por sus pro­pios medios.
- Así, pues, ¿necesitas ingenieros para recons­trucción? - preguntó Belling.
- No,  ya tengo ingenieros. Desgraciadamente, aquello no marcha. La tecnología avanzada no es muy apropiada para reconstruir una cultura tan sofisticada. Entre nuestra tecnología y su técni­ca hay un abismo demasiado grande. Lo que yo necesito son hombres que sean verdaderos especialistas en diferentes ramas. Por eso vine a verte.
- Tienes a tu disposición toda la ingeniería ne­cesaria - dijo Belling -. Tú pide; te suministraré los que necesites.
- Lo que más me interesa son los ferrocarriles. Sin carreteras v sin ferrocarriles aquello no pue­de vivir, y los ferrocarriles es lo único que puede dar cohesión v vida a su desparramada sociedad. Sin ellos no podrán subsistir.
- Entonces, ¿quieres ingenieros de ferrocarri­les?
- No - dijo Nash, tristemente,- no; serían una molécula inútil.
-¿Cómo?
- ¡Hombrel - dijo Nash divagando y con voz de miedo -. ¿Has visto alguna vez los ferrocarriles de Cannis? Para un guardagujas son una pesadilla y para un jefe de estación, la encarnación del in­fierno.
- Pero, originalmente, alguien los habrá cons­truido.
- Unos innovadores medio locos v con tanto cerebro como un mosquito, trabajando por sepa­rado, cada uno en un sitio distinto y con diferente concepto del asunto. Es un sistema completa­mente lunático que desprecia todas las leves conocidas de la más elemental técnica sobre ferrocarriles.
- Entonces - dijo BeIling -. si no quieres ingenieros, ¿qué es lo que quieres?
- Yo lo que quiero es llevarme la brigada U. E. - respondió Nash con decisión.
Belling puso un gesto extraño.
-¿Lo dices en serio?
- Completamente en serio.
-¿Tú te das cuenta de qué es lo que la U. E. puede hacer en una situación como esta?
- Comprendo que es peligroso intentarlo, pero a grandes males grandes remedios. Es la última ocasión que tenemos para salvar a Cannis.
- Si yo estuviera en tu lugar, renunciaría.
* * *.
El teniente Fritz Van Noon. de las escuadras de U. E., miró a su superior cautamente.
- Tengo noticias para usted - dijo el coronel Belling -. Como usted sabe, mi opinión era contraria, desde el principio, a la formación de la brigada U. E. Puede ser que esté equivocado, pero sigo en mí idea. Mi conciencia no se aviene fácilmente con la idea de la ingeniería no ortodoxa. Sin em­bargo, creo que ha ganado la partida.
-¿Quiere decir, entonces, que la Operación Hy­peron está en marcha?
- Sí, justamente, pero hay una condición. Tie­ne usted que conservar la brigada a punto para operar, hasta que lo de Hyperon esté listo para aceptar asignaciones fuera de esta reserva. El coronel Nash ya ha pedido, oficialmente, sus servicios.
- Estoy muy agradecido - comentó Fritz preocu­pado -, pero tengo la sensación de que existe otro motivo.
Aunque Belling sonrió, su sonrisa era de lobo.
- Sí, realmente lo hay. Dígame. Fritz, ¿sabe us­ted algo de ferrocarriles?
- No, señor, absolutamente nada.
- Entonces, lo mejor es que se busque un libro. porque acaba de ser nombrado inspector de los ferrocarriles públicos. en Cannis Cuatro. U. E. irá con usted.
- ¿Cannis Cuatro?  Dónde está eso?
- Es el único planeta habitable en el sector de Cannis. Es el que he podido localizar más cerca del infierno.
- Le agradezco mucho la idea, señor.
- Y yo aprecio mucho su tacto, Fritz. Compren­de que no es una tarea fácil dirigir una reserva especial de ingeniería Siempre se encuentra un ingeniero entre mil, que no debía haber salido nunca del jardín de la infancia, y mucho menos haberse graduado. Con una reserva de energía como la nuestra es inevitable que hayamos conseguido más que con nuestro cupo de chalados téc­nicos. El problema ha sido siempre colocarlos en un lugar donde su actividad no fuera peligrosa. Ahora ya no tengo que preocuparme; todo el que contrata a U. E. lo hace bajo su responsabilidad.
- Lo cual revela una deplorable falta de discer­nimiento dijo Fritz Van Noon-. Yo le propuse a U. E. que destinaran una cantidad para aquellos ingenieros cuya imaginación estuviera por encima de lo normal.
- Lo sé - interrumpió Belling -. Ya he visto al­go de nuestra extraordinaria ingeniería. Solamente puedo admitir que el llevarle a usted a Cannis pa­ra rehabilitar lo que hasta ahora era territorio ene­migo, es una forma de reparar la guerra, Fritz.
- Señor.
- No se preocupe por Iván Nash. Es amigo mío y no acepta tontos alegremente. No trate de ato­londrarle como ha hecho conmigo, pues si lo hace probablemente pasará el resto de su carrera en­tre rejas en una cárcel de Cannis.
- Puede usted confiar en mí, señor. Después de todo, U. E. tiene una reputación que mantener.
- Precisamente esto es lo que yo temía. Ahora, llévese usted el infierno de aquí. Voy a tener bastante jaleo!

* * *

La llegada a la Base de Hellsport no contribuyó a que Fritz se encariñara con el planeta. La jaula del transbordador no tomó bien la curva y empezó a dar bandazos de lado a lado. La tripulación tuvo que abandonar los automáticos y bajó la jau­la a tierra con control manual. La jaula llegó a tierra con los motores desincronizados y en forma irregular en el lugar de aterrizaje. Esto dio lugar a dos horas de espera mientras que los chorros de agua lanzados sobre el lecho de roca de la base consiguieron enfriarla porque se había recalenta­do. El segundo jefe, Jacko Hine, le estaba espe­rando en el bar del espacio puerto. Jacko y un pequeño contingente del U. E. habían llegado an­tes para hacer una inspección preliminar de la posición. El resumen de este reconocimiento se explicaba por lo cabizbajo y desilusionado que es­taba Jacko.
-¿Qué te parece? - preguntó Fritz.
Jacko le miró serio durante dos o tres segundos. «Feo»- dijo -. Si yo hubiera traído adrede una representación del U. E. para probar lo in­útiles, incompetentes y holgazanes que somos no podía haber escogido nada mejor.
- Ya me figuraba yo algo de eso. El amigo Belling estuvo demasiado amable al aceptar esta oferta. De todos modos, esto nos da ocasión de probar de una vez para siempre que está equi­vocado.
-¿Seguro? Presta atención y te diré unas cuan­tas verdades sobre los ferrocarriles de Cannis. Pri­mero: que ninguna sección del sistema funciona, por lo menos, desde hace cinco años. Segundo, que las partes de la instalación que han sobrevivido a las bombas de la última guerra, se han caído por sí solas o han sido destruidas por los volcanes.
Fritz se atragantó con su bebida y Jacko tuvo que darle palmaditas en la espalda.
- ¿Volcanes? - preguntó al fin.
- Sí. Pequeños volcanes. Surgen constantemen­te. Aun cuando estaban en su apogeo los ferro­carriles de Cannis, una quinta parte de su longitud total estaba siempre sin funcionar a causa de la actividad volcánica. Después de cinco años que nadie se ha ocupado de su conservación y reparación los daños son sencillamente catastróficos. Los ingenieros de Nash reconstruyeron el año pasado cinco kilómetros de vía v lo suspen­dieron el año pasado, y dos volcanes los destruyeron en una semana.
- Continúa - pidió Fritz, ceñudo.
- Todos los metales nuevos tienen que venir de la Tierra. El plazo de entrega es algo menos de dos años v una nave no puede entregar más de cien toneladas cada vez. Los canianos tienen un metal bueno y maleable, pero no es lo bastante duro. Está muy bien para railes, soportes cortos, pero la resistencia a la tensión es demasiado baja para que se pueda usar en grandes obras de ingeniería.
- Me basta cortó Fritz -, el resto de la mise­ria lo descubriré yo solo. Tantas lamentaciones me parecen un poco exageradas. Esta tarde voy a ver al coronel Nash, y después quiero ver algu­nos ferrocarriles.
- En ese caso - dijo Jacko - necesitas otro trago.

* * *

El coronel Nash estaba esperándole en el Cuar­tel General de Cannis. Existía cierto aire de re­serva entre los dos oficiales, que Fritz encontraba vagamente familiar.
- Supongo que habrá leído usted el informe so­bre Cannis - preguntó Nash-. ¿Qué impresión le hace el trabajo?
Fritz se encogió de hombros.
- Todo depende del tipo de cooperación que tengamos.
- Tendrá usted la que necesite. Esto es a lo que tiene que hacer frente. La rehabilitación nos está costando infinitamente más de lo que nos costó la guerra. No podemos sufragar el hacer héroes
- Lo que yo quiero - explicó Fritz- es bien sen­cillo: que nos dejen solos. completamente solos.
-¿A qué se refiere? ¿A la disciplina, a la ad­ministración, o a qué?
-A todo. Lo que tiene usted que hacer es po­nernos a cien kilómetros de distancia v olvidar­nos.
- Esto es irregular - exclamó Nash-. Después de todo son ustedes una unidad del ejército, ¿y qué pasaría, por ejemplo, con los suministros.
- Nosotros nos arreglaremos.
-¿Y del acero? No pueden construir un ferrocarril sin acero.
- La falta de lo esencial nunca le preocupa a un ingeniero no ortodoxo.
- Pero esto es ridículo - dijo Nash -, yo no he ido a buscarle a la Tierra, solo para que juegue usted a las cartas en la selva.
- Mire - concretó Fritz tranquilamente -, usted necesita un ferrocarril. Ya se ha convencido de que los métodos ortodoxos, no pueden proporcio­narlo. Si ahora yo fracaso con los métodos no or­todoxos tiene usted que volver a la Tierra v ad­mitir que la tarea ha sido más fuerte que usted.
-¡Váyase! - dijo Nash enfadado -. Quítese de mi vista lo antes posible. Le voy a dejar solo como pide, pero le prometo una cosa: la próxima vez que entre usted en Hellsport mejor será que lo haga en tren, porque si no, le denunciaré por in­subordinación y le hundiré tan abajo que tendrá que darse por vencido.
- Gracias - dijo Fritz Van Noon-. Es todo lo que quería saber.

* * *

Atravesaron la estructura cuya silueta se proyectaba sobre un cielo amarillo-naranja. Esto re­cordaba a Fritz un muelle junto al mar construido torpemente con pilotes sobre el quebrado terreno de debajo. Jacko tenía una escala de cuerda ata da a la estructura, puesto que el acceso ordinario, que era un montacargas, estaba estropeado sin arreglo posible. Los dos subieron con mucha precaución a la plataforma superior rozando en todos los postes y guías y duchados por el agua sucia de los desagües.
Por encima de los muelles la desolación era mayor. Era una grotesca parodia de una estructura, cuyo mal estilo v forma la hacían diferente y, sin embargo, artística porque la lenta corrosión se la iba comiendo. Era como una película surrea­lista de horrores que nadie se atrevería a hacer. En el lado más lejano, un letrero torcido, pintado a mano en la pared con tiza, que decía en carac­teres canianos: Hellsport Termínus. Final de la línea.
- Esto me recuerda - dijo Jacko - una casita de cartón colocada en medio de un mar de espague­tis mohosos.
Fritz se sintió desilusionado, y circuló entre las armazones de hierro oxidado y cables medio rotos.
-¿Qué fue lo que ocurrió? - preguntó por fin.
- Nada.
Jacko, le guió separándole de una plataforma tan sumamente oxidada que cualquier pie incauto podía penetrar fácilmente en las profundidades que se abrían bajo ella. Señaló un cono de lava, ya fría, que había caído a través de las vías, en mitad de la estación terminal, destrozando com­pletamente dos vías y llenando las restantes con una fina ceniza volcánica y prosiguió:
Aparte de los estragos producidos por este volcán, lo demás se conservaba como estaba cuando salió el último tren hacia el Norte durante la pasada guerra. Créeme que han estado usando estas instalaciones solamente que los trenes nun­ca regresaron.
- No puedo censurar a los trenes - exclamó Fritz malhumorado-. ¿Quieres decir que esta chatarra destrozada está todavía en estado de fun­cionar?
 - Según las normas de Cannis, sí.
 - Di -  preguntó Fritz-. ¿Tenían trenes muy pe­queños o qué significa entonces esta especie de laberintos de railes?
 - Pregunté sobre esto v parece que cada línea tenía un ancho distinto, según quien la había cons­truido. En una estación terminal como esta hay que atenerse a lo que hay y tratar de sacar de ello el mejor partido, así que hay que encajar una vía en otra lo más aseadamente posible. Sin em­bargo, cuando haya una dificultad buscaremos la mejor manera de solucionaría.
Fritz aspiró visiblemente desilusionado el aire caliente de la tarde.
- Veamos antes lo peor.
 Salieron de la estación al apartadero que servia para ordenar las varias líneas que entraban en la estación terminal. Allí había por lo menos un kilómetro de trabajos estropeados y de mecánica desolación, increíblemente cubierto todo ello de moho. Los soportes y las galerías se conservaban sólidos, con sus uniones, bridas, anclajes, varillas y resortes helicoidales.
Los cables gruesos y los solenoides, yacían ahora bajo el sol como si fueran los huesos de algún esqueleto.
Fritz contempló la escena con desmayo crecien­te. Jacko se apoyé pesadamente sobre su pie de­recho y miró aquel desastre con muv mal humor.
- Lo estamos haciendo bien - dijo Fritz-. Tene­mos una estación completa, con un volcán y un patio de desahogo que solo existiría en un mal sueño. Seis líneas que no van a ninguna parte. Añadamos a esto cl hecho de que ya no podemos conseguir acero y la probabilidad de que lo que construíamos será destruido por los volcanes en un plazo de seis meses, y nuestra situación es como si estuviéramos subidos en un árbol de goma. No sé si votar el total para que desaparezca y empe­zar de nuevo, o dejarlo como está y enseñado como ejemplo de cómo no se deben construir fe­rrocarril es.
-Bueno, y ahora ¿quién es convencional? Yo debía haber pensado que esta ciénaga ingenuidad mecánica debía haber alegrado infinitamente tu corazón.
No - contestó Fritz - y te diré por qué. Sus constructores no prestaban atención a los funda­mentos básicos. Hay cierta fertilidad idiota en construir lo que está destinado a una destrucción segura. Incluso un chapucero sabe trabajar de for­ma que consiga el mayor rendimiento con el míni­mo esfuerzo. Es por esto por lo que los ferroca­rriles de Cannis son no solamente defectuosos si­no, además, innecesariamente complicados.
Tomemos como ejemplo este apartadero. No solamente vulnerable sino también totalmente in­necesario. Está proyectado para ser completa­mente automático, con distribución automática, con aislamiento y sistema de señales automático y probablemente a toda prueba. Incluso los fe­rrocarriles terrestres automáticamente controla­dos no tienen nada que envidiar a estos en teoría. Pero las faltas provienen de una visión limitada. Podríamos haber hecho todo ello con la décima parte de trabajo y el doble de precisión.
Sí que debíamos haberlo hecho - dijo Jacko, señalando hacia afuera, a través de las vías donde se veía un rayo de sol en el cual danzaban motas de polvo y ceniza -. Si no estoy equivocado, por aquí cerca va a surgir otro volcán.
Quiero - expuso Fritz Van Noon - empezar a unos cien kilómetros de aquí en un trabajo agra­dable y simple. Para cuando volvamos a Hellsport habremos de tener las máquinas y los técnicos ne­cesarios. De todos modos, ¿qué clase de máquinas usaron?
Jacko respiré profundamente.
No vas a creer lo que voy a decirte, pero las máquinas eran tan extrañas como las vías La máquina Yuara era un vapor que andaba con re­sina. Dos locomotoras de Manin que eran unos carricoches que andaban con baterías eléctricas. Un hombre vino de Nath en una especie de super­giróscopo y la locomotora de Callin era una maquina que andaba con alcohol hecho con la fer­mentación de hollejos de leguminosas. Por lo de­más, el resto era bastante convencional.
-¡No sigas! - interrumpió Fritz-. Los canianos parece que se han propuesto vencemos en nuestro propio juego. ¡Hablemos de ingenieros no ortodoxos! Nosotros, comparados con ellos, no somos más que unos aficionados.
- Lo dudo - dijo Jacko -; en mi juventud, pen­saba que yo era el peor técnico del mundo, pero desde que te conocí vi que comparado contigo era sencillamente un ingeniero sano y muy trabajador. Todavía no se me ha pasado la desmoralización que me produjo el darme cuenta de esta realidad. Tengo la sensación de que los canianos se encontrarán en una situación semejante. Bajo la mano de Fritz Van Noon los ferrocarriles canianos nun­ca volverán a ser los mismos.
Muchas gracias por ese astuto voto de con­fianza. Ahora lo que me propongo hacer es llevar­me un helicóptero al área de Callin, buscar la locomotora y traerla aquí - dijo Fritz señalando con el dedo en el mapa -. Hay un corte en la vía de dos kilómetros. Voy a llevar el resto de U. E. a ese lu­gar y tratar de reparar el corte. Si lo consigo es­to me proporciona una zona para trabajar tan grande como Yuara. Quiero completar este traba­jo antes que madure la cosecha de habas de Cal­lin. Tenemos de tiempo dos meses.
-¿Dos kilómetros de vía en dos meses? Estás loco.
- Naturalmente - dijo Fritz-. De no ser así, no utilizaría la U. E.

* * *

La nave de Yuara estaba en lo alto de una roca. El terreno granítico había reducido la actividad de los volcanes de la región a un nivel tolerable, y gracias a la fertilidad del suelo aquello era ha­bitable. La cabeza de línea estaba intacta, pero la
línea iba hacia el Noroeste y luego al norte de la planicie y penetraba en una zona baja donde ha­bía montículos y postes de lava, cubiertos de ve­getación que semejaban árboles sin ramas for­mando un bosque fantástico.
Este era un mal sitio para el ferrocarril. Desde el aire se notaba, por lo tortuoso de la vía, que esta había sufrido un desastre y había sido reconstruida por lo menos una docena de veces. Algunos trozos estaban completamente aislados de los restos de las vías existentes, como si estuvie­ran esperando unos trenes que nunca habían de venir.
A seis kilómetros de Yuara estaba el corte. Ca­sualmente había caído una bomba en la vecindad, en un terrero estratificado y había dejado su mar­ca de fábrica habitual. El ferrocarril había sido literalmente hecho papilla. En dos kilómetros, ha­bía restos de varillas retorcidas y caballetes des­parramados sobre la tierra. Hacia el Norte, a 40 kilómetros, estaba Callin y las fértiles montañas de Cansoon.
En el centro de este corte, Fritz mandó aterri­zar el helicóptero, y los servidores del aparato ba­jaron el pesado equipaje. Reunieron las piezas de frágil aleación de Knudsen y con ellas armaron a toda prisa unos barracones entre los montícu­los de lava. Unos almacenes prefabricados fueron armados en un tiempo récord en cuanto las má­quinas dinodozer limpiaron lo suficientemente el lugar. La forja y las máquinas laminadoras fue­ron colocadas en sitios estratégicos.
Trabajando febrilmente y sin ninguna dirección que los obstaculizase, los ingenieros del U. E. ex­cavaron ellos mismos una base allí cerca y se ins­talaron en ella. A la caída de la noche, una nueva ciudad funcional había surgido bajo las oscuras torres de Cannis.
Fritz estaba satisfecho del resultado de esta ins­talación. Su éxito estaba, principalmente, en que él no pasaba nunca una falta por pequeña que fuera que pudiera notar el más atento observa­dor. Pero el U. E. no era propiamente un equipo. Nadie planeaba ni dirigía sino de un modo general, pero cada ingeniero estaba entrenado para analizar los puntos salientes de una opera­ción y aplicar sus propias actividades para con­seguir el máximo efecto. Esto era el mito de la anarquía en una escala práctica y productiva y ¡que funcione! El genio paciente de Fritz Van Noon había producido un milagro filosófico.
* * *
Un día apareció Malu. Entró en la base al ama­necer. Era un caniano delgado y moreno, con ojos oscuros v húmedos y los ligeros movimientos de pájaro que caracterizaban a su raza. Todos los canianos se fijan mucho en cualquier falta, y una inspección constante de todo trabajo en marcha forma parte para ellos del esquema de las cosas. Después de recorrer todos los servicios inspec­cionándolos detenidamente, fue de barracón en barracón hablando a los ocupantes en idioma ga­lácteo con un acento atroz. No encontró a nadie que pudiera entenderle, excepto Harris, quien no solamente hablaba la lengua galáctea, sino tam­bién algo del idioma caniano. Harris se dio cuen­ta de la importancia de este contacto y lo llevó en seguida a Fritz.
- Este es Malu - explicó. Un ingeniero local que quiere saber qué puede hacer para ayudar­nos en los ferrocarriles.
Fritz sonrió asintiendo.
-A ver si me puede encontrar alguna labor local.
Harris lo tradujo y hubo una discusión bas­tante acalorada. Finalmente, se volvió a Fritz.
- Dice que puede encontrar mucha labor, pero los canianos no quieren trabajar en cuadrillas bajo la dirección de uno; para trabajar tienen que estar completamente libres, y de lo contrario no hacen nada.
- Ya me figuraba yo que iba a suceder esto. Explique que es su cosecha lo que estamos tra­tando de llevar a Yuara. No será culpa nuestra si no se consigue. Además, está claro que ellos no tienen la habilidad necesaria para hacer el tra­bajo por sí mismos, pues, de lo contrario, ya lo hubieran hecho.
- Yo ya se lo he dicho, pero no hacen caso. Son una caterva de testarudos. Se morirán de hambre antes que aguantar ninguna dirección.
- Voy a pensar en ello - dijo Fritz, entornando los ojos para mirar al sol -. ¡Qué diablos! Voy a hacer la prueba. Déjalos que vengan todos. Esto, al final, no parecerá un ferrocarril, pero lo que sí garantizo es que será una prueba muy divertida.
Durante este tiempo, Malu había andado de un lado para otro examinando el nuevo aspecto de los barracones Knudsen. Parecía otro estaba pre­ocupado de estas construcciones hechas con es­tructuras de aleación v volvió a tener, muy exci­tado. una conversación con Harris.
- Está preocupado con los Knudsen -- tradujo Harris-, dice Que no debemos construir direc­tamente sobre el suelo.
-¿Por qué no? Aquí no hay corrientes de agua y el terreno está razonablemente nivelado.
- No es por eso. Malu dice que el liquen es muy sensible a la temperatura. Se pone color castaño donde se desarrolla un punto de calor. Da una indicación diez horas antes que haya que quitar la casa. Si se construye directamente sobre el suelo no se puede ver el liquen de debajo.
Fritz descanso.
- Ya hemos pensado en esto. Entre cada dos barracones hay enterrada una cúpula térmica. Las alarmas son automáticas y no hay necesidad de estar al cuidado. Además de lo cual no están afectadas por el sol y la lluvia como el liquen; de todos modos, no puedes construir un barracón Knudsen sobre zancos, porque se caerían a pe­dazos.
Harris se lo iba traduciendo a Malu, el cual frunció el entrecejo, moviendo la cabeza de lado a lado.
- Dice que no quedarán bien - continuó Ha­rris-. Dijo esta frase: La gente que vive en casas de magnesio no deben temer a los volcanes.»
-¡Júpiter! No me faltaba más que eso - Dijo Fritz Van Noon.
* * *

Era curioso ver cómo el personal caniano y el del U. E. trabajaban juntos bastante bien. Los nativos se daban cuenta de lo limitados que eran v no acometían un trabajo ni cogían una herra­mienta sin estar seguros de su competencia para ello. La brigada del U. E. era la que llevaba la voz cantante, empezando nuevos trabajos, y los canianos los secundaban emulando cuidadosamen­te a sus instructores.
Al final del segundo día, una gran extensión de vías había sido limpiada, los carriles habían vuel­to a los laminadores y las viguetas y demás ma­terial de hierro no estropeado estaban apilados para volver a ser utilizados. Lingotes de hierro maleable eran traídos a mano desde Yuara y la forja y el laminador trabajaban constantemente produciendo perfiles de este metal blando que ha­bía que usar en vez de acero.
El metalurgista del U. E. estaba constante y calladamente tratando de averiguar por qué el hierro caniano no se endurecía. Por fin, llegó a la conclusión de que era debido a la mala forma alotrópica de los carbones que había en Cannis e instaló un taller de refinación electrolítica para obtener muestras de elementos menos tempera­mentales. Dos libras de este acero preparado en el laboratorio tenían un grado tal de fragilidad que se podía pulverizar golpeándolo con un mar­tillo. Aumentando la proporción de sílice v usan­do carbón caniano, obtuvo un acero tan dúctil como el plomo. Con esto dio por terminadas las pruebas con amargura y se fue a los trabajos de construcción.

* * *
La cuarta noche despertó a Fritz un murmullo de voces ante su puerta. Se bajó de su litera, abrió la puerta. salió. Lo primero que vio fue a 3acko que estaba tumbado boca abajo examinan­do el suelo, delante del umbral, con la ayuda de una lámpara portátil. MaIn y dos individuos ca­nianos estaban observando la operación desde una distancia respetable.
- ¡Diablo! - dijo Fritz -. ¿Es una broma?
Jacko se sacudió la ropa con la mano. Tenía un gesto serio.
- ¡Diablo! - dijo -. Esto es un avance de tu des­tino si no abandonas pronto este sitio. Tu barracón está justamente instalado en un punto tér­mico.
-¿Cómo?
Fritz sintió un súbito temblor de tierra bajo sus pies, v, mientras, un humo sulfuroso salía de una de las grietas formadas en el suelo. Se sepa­raron de allí, y no habían andado más de 20 me­tros escasos cuando sonó una explosión y surgió un chorro de lava roja y brillante. A bastante dis­tancia, se volvieron y vieron que había un volcán en erupción, exactamente en el sitio en que Fritz había estado durmiendo cuatro minutos antes.
- Qué bromas gasta Cannis' . Exclamó Fritz, sonriendo -. Esto está resultando una lucha sin cuartel. Puesto que Cannis lo quiere así, yo tam­bién voy a jugar sucio.
Jacko vigilaba la furiosa hoguera encendida ante él.
-Creí que habías instalado una termo-cúpula de alarma.
- Así lo hicimos - dijo Fritz-. Cúpulas de pla­tino-rodium a tres metros de profundidad, y esa ha sido nuestra equivocación. porque el azufre y los silicatos son veneno para una aleación de pla­tino. Se conoce que ha habido un corto circuito antes que la alarma pudiera funcionar. Ha sido verdaderamente una desgracia entre un millón, pero podemos arreglarnos otra vez. Habrá que cambiar de sitio el resto de los barracones Knud­sen.
- Eso nos llevará mucho tiempo - protestó Jacko -. Tenemos que llevar la cosecha a Yuara. ¿ No podríamos, sencillamente, emplear otro tipo de termo-cúpula protegida?
- No es bastante sensible. Una de dos: o nos llevamos los barracones o nos exponemos a freírnos en nuestras camas. No me conformo con la idea de despertarme por la mañana y encontrar­me el cuerpo tostado por los dos lados. Y yo quiero, de todos modos, llegar a tiempo a Yuara, aunque sea pasando sobre tu cadáver.
- Yo ya me temía esto. Te traje una máquina que puede servirte de momento y cuyo combus­tible es estupendo.
- Ya lo veo - dijo Fritz-. Lo estoy oliendo en tu aliento.

* * *
Gran parte de las vías podían ser recuperadas, puesto que las bajas velocidades y la poca den­sidad del tráfico no exigen una alta calidad en Tos carriles.
Una gran parte del material viejo podía ser uti­lizada. Las armaduras son las que habían sufri­do más. Cuatro, de las cinco, estaban estropeadas por completo, v debido a la mala calidad de aleación del metal, había que echarlas a la cha­tarra. A medida que el trabajo avanzaba se com­probaba que más de la mitad de lo estropeado no se podía rehacer por falta de material.
Fritz no quería descorazonarse y trazó sus pla­nes de trabajo con gran precisión y secreto, Co­municándolos a Harris v a Malu, que eran Tos únicos en quienes tenía confianza y a los que les encargaba trabajos especiales. Todos los demás estaban cada vez más desesperados y el pesimis­mo de Jacko pareció justificado cuando apareció un nuevo punto caliente.
-¿Dónde está? - preguntó Fritz.
-A la derecha - respondió Jacko; justamente donde puede hacer más daño; bajo nuestra nue­va vía y en el centro de un campamento. Tres vías, y todo el trabajo habrá que hacerlo de nuevo. ¿Cómo diablos se puede construir un ferrocarril en estas condiciones?
- No se puede - dijo Fritz-, Por esto vamos a alterar los términos; sigue mi consejo, Jacko, no trates nunca de cambiar el sistema. Es lo sufi­cientemente grande para vencerte; más vale que le ayudes sin cambiar su marcha.
- Sofismas - dijo Jacko -; no puedes detener un volcán.
-¿No se puede? Cannis y yo tenemos mucho en común. Los dos pensamos del mismo modo, falso y solapado. Es la política de pisar al enemigo cuando está caído. De este modo, obtienes el mejor resultado con el menor esfuerzo. Esto es una lucha personal, y no hay un maldito pla­neta que pueda más que Fritz Van Noon.
Jacko movió la cabeza con tristeza.
- Hay que mirarlo de frente, Fritz. Estamos vencidos. No podemos continuar sin acero de la Tierra y no es una deshonra ceder ante una im­posibilidad física.
- Ya te lo he dicho antes - dijo Fritz con fir­meza -, no existe semejante imposibilidad física. Una limitación es un concepto de la inteligencia, pero no una cuestión de hecho. Un aeroplano era una imposibilidad física hasta que la inteligencia del hombre discurrió el modo de dominar el con­cepto.
- La falta de acero y el exceso de volcanes son también conceptos de la inteligencia.
- Ciertamente, si los consideras como limita­ciones.
- Muy bien, prueba tu teoría.
* * *

Mientras llegaban al Jugar del trabajo, el punto caliente estaba empezando a abrirse. Cuando es­taban observándolo, la tierra reventó, y la tremen­da presión hizo volar la corteza del suelo. Siguió una explosión más fuerte, el suelo voló y surgió una columna de fuego esparciendo un magma li­quido incandescente, que se fue condensando alre­dedor del cráter para formar la base del cono, a unos 15 metros más arriba, los materiales estaban sumergidos en una corriente de gases recalenta­dos, ennegrecidos y destrozados por la explosión.
Apareció Harris corriendo, llevando un mortero, seguido por Main v dos ingenieros que llevaban varias bombas de mortero. Colocaron el mortero a una distancia razonable y empezaron a prepa­rar las bombas.
-¿Están locos? - preguntó Jacko.
- Sí - contestó Fritz -, es idea mía. Quiero ver lo que pasa si hacemos que una bomba de mor­tero estalle dentro del cráter. Tú eres perito en el manejo de armas. ¿Puedes hacer lo que yo quie­ro sin estropear todo el material?
Jacko estimé la situación en silencio.
- La bomba puedo manejarla - pero los mate­riales los encomiendo a sus propios dioses.
El resultado fue más espectacular de lo que se esperaba. La bomba salió describiendo un arco con gran precisión y cayó en la boca del flamant­e cono. Un momento de incertidumbre y después el infierno mismo quedó empequeñecido. La pirámide de magma se extendió con ruido ensorde­cedor. Las llamas de lava incandescente hervían y echaban humo en el aíre y acabaron por apa­garse. transformándose en una ceniza blanquecina y caliente y en chorros de gas hirviente. En la base, donde asentaba el cono el cráter. arrojó un arroyo de lava hirviente como una grotesca ba­canal.
¿Otra? ~ preguntó Jacko.
Fritz asintió.
Lo mismo nos da estar asados como un car­nero que fritos como un cordero lechal.
La segunda bomba también cayó exactamente en su sitio; esta vez la lava salió como una trom­ba, regándolo todo. hasta una distancia de 30 me­tros. Brotó una corriente de llamas que envolvió a los horrorizados miembros del ferrocarril que estaban presentes.
La explosión de calor y el terror hicieron que los espectadores salieran corriendo en busca de un refugio. Harris temía que las bombas que que­daban fuera estallaran. Unicamente Fritz per­maneció quieto, con las ropas chamuscadas, tapándose los ojos con las manos y horrorizado con la enormidad de la catástrofe que había provoca­do. Después, las llamas se fueron apagando y la espuma blanca y caliente fue disminuyendo. El río de lava se transformó en una pasta espesa y rojiza de la cual salían columnas de azufre reca­lentado.
'Dios me valga.'  exclamó Fritz Van Noon.
A la mañana siguiente, los restos del volcán no daban signos visibles de vida. La lava se había es­parcido formando una gran capa, todavía caliente, pero lo suficientemente sólida para soportar el peso de un hombre. El liquen ya había empezado su asalto a las regiones más frías ansioso de em­pezar la simbiosis para que después creciera la hierba.
Jacko tenía terminados los cálculos cuando Fritz estuvo listo para la inspección.
- Eres un genio. Hay el suficiente material en esta torta de lava para formar dos volcanes de un tamaño medio en este distrito. Esto quiere decir que lo hemos vaciado completamente. Con un poco de suerte va no volverán a tener aquí un volcán durante sesenta años. A menos que apa­rezca un volcán bajo un pie derecho, podemos tratarlo del mismo modo que a este. Esto sim­plifica la vida para siempre.
- Pero, precisamente. lo que me preocupa son los pies derechos. Porque el trabajo de la máqui­na cerca de ellos los hace vulnerables por su base. ¿Qué sucedería al ferrocarril si fallan  sus pies de­rechos?
- Creo que sobre eso podemos estar tranquilos - dijo Jacko con candidez.
- No te fíes ~ dijo Fritz-. Tenemos enemigos. Si los U. E. vuelven a casa derrotados, seguramente tratarán de hundirnos. Hay entre nosotros muchos técnicos y ayudantes descontentos con este servi­cio. Ninguno de ellos se sentiría feliz con volver a su trabajo serio de ingeniería mientras puedan estar aquí con nosotros y tomar el trabajo como un juego de niños bajo la menor vigilancia posi­ble. No podemos dejarlos que hagan lo que quieran. Además, aquí, en Cannis, hay otras cosas en juego, no es solamente el ferrocarril.
- Me figuro que tienes razón - consintió Jac­ko.
Pero fíjate en el problema. No podemos construir una vía sobre el suelo a causa de tantos conos como hay. Aun suponiendo que pudiéra­mos, llevaría años nivelar el terreno. Así, pues, construiremos sobre roca y pequeños conos. Esto es sensato, aunque parezca grotesco. Pero no pue­des parar un volcán que surge por debajo de la obra hecha. Ni siquiera los canianos pudieron nun­ca encontrar el modo de evitar esto.
- Yo puedo - afirmó Fritz, tranquilamente -. Pero es peligroso intentarlo. Fíjate que hay un lugar en Cannis donde nunca surge un volcán.
- Lo dudo.
- Pero es completamente cierto. Un volcán an­tiguo puede agotarse y desaparecer, pero nunca aparece un volcán nuevo donde hay uno viejo en actividad. Supongo que es por la diferencia de presión.
Se interrumpió de pronto haciendo un gesto extraño.
- Me pareció oír un helicóptero. ¿Esperamos visitas?
Jacko tomó unos gemelos de campaña y estu­dió el helicóptero, ahora visible en el horizonte.
- Complicaciones - dijo -. Parece que la admi­nistración debe de haber descubierto dónde esta­mos. O estoy muy equivocado o es una comisión de Hellsport.
-¡Vaya por Dios! - exclamó Fritz-  ¿Puedes encargarte de ellos? Porque yo tengo que traba­jar. Apuesto que ese maldito grupo viene a com­plicar los trabajos y a estropear las cosas.
* * *
En el helicóptero había dos individuos civiles terráqueos. El más alto de los dos parecía llevar la voz cantante, mientras que sus acompañantes parecían más bien unos técnicos consultivos. Des­de el muelle de aterrizaje empezaron a inspeccio­nar detenidamente los pilares, vigas y angulares, y el más bajo de los dos empezó a explicar a su compañero algunos detalles sobre la construcción de ferrocarriles, que Fritz parecía haber despre­ciado. Para cuando llegaron a la oficina va esta­ban al corriente de la marcha de la obra.
- Soy Eldríck, planeador y coordinador - se pre­sentó el individuo alto. Me figuro que usted será míster Noon.
- El teniente Van Noon - corrigió Fritz un po­co agriamente -. Ya les dije por el radiófono que no perdieran el tiempo en venir hasta aquí.
Eldrick sonrió de un modo tolerante.
- Yo creo que usted no ha comprendido nues­tro propósito. Somos el grupo que coordina los esfuerzos de todas las unidades de Cannis paro asegurar que el máximo esfuerzo se concentre en la debida dirección. Estamos aquí para ayudarle.
- Cuando el U. E. necesita ayuda. se ayuda ~ a sí mismo - dijo Fritz-. Esta es la principal función del U. E. Nosotros somos independientes, incoordinados e inortodoxos y, generalmente, a prueba de fuego; es más, tengo un certificado que lo demuestra.
Eldrick estaba inmóvil.
- Sigo creyendo que está usted cometiendo un error.
Frítz levantó los brazos como un hombre que se está volviendo loco.
- Todo este episodio de Cannis es un error, em­pezando porque este planeta improductivo es un tremendo error cosmológico. Si ustedes creen que pueden poner orden en este caos con una varita de virtud y una cédula de ordenanza es que no tienen ni idea de lo complejo que es este asunto.
-¿Qué materiales tiene usted? - preguntó El­drick, tajante -. ¿Tiene acero? No puede cons­truir un ferrocarril sin acero. Hay cosas primor­diales que arreglar. Hay determinados puntos sobre los que hay que ponerse de acuerdo, pedidos que hay que hacer para la Tierra. La organización es esencial para que marche bien cualquier em­presa importante.
- La organización - dijo Fritz - es el último re­fugio de una imaginación gastada. Es el sustituto mecánico efectista de la iniciativa. No puedo es­perar veinte meses a que llegue el acero de la Tierra, aunque viniera cortado a las medidas y netamente calibrado con arreglo al pedido. Si no tengo acero uso otra cosa, no me pregunte el qué.
- Considero su actitud estúpida e innecesaria.
- Esta actitud, estúpida e innecesaria - respon­dió Fritz -, es la fuerza y la razón que coloca al género humano por encima de los animales. Si no fuera por ella estaríamos quitándonos las pul­gas de la espalda los unos a los otros. Ahora, les ruego que se marchen.
-Muy bien - terminó Eldrick-, pero si la ne­cesidad es la madre de la inventiva, usted está en camino de inventos sensacionales. Ya he visto las construcciones que está haciendo aquí, y si cree que en diez años va a terminar una línea de aquí a Hellsport es usted un genio o un iluso.
-¿Fue esto juicioso? - preguntó Jacko mirando cómo se marchaba el helicóptero hacia Hellsport-. Quiero decir, el echarle de ese modo.
- No contestó Fritz-. Pero ¡por el cielo!, que sonó bien. Estos proyectistas hacen hervir mi san­gre. La civilización anda muy despacio a causa del dicho equivocado de que cada cosa debe ser organizada con arreglo a los libros.
- Creo que, sin embargo, tiene sus virtudes ~ dijo Jacko, pensativo -. Después de todo, mira a los canianos. No pueden aunar suficientemente sus esfuerzos para reparar sus propios ferroca­rriles.
-¿Y por qué? Porque viven con un filosofía equivocada.
- No pueden hacerlo porque están tratando de reconstruir el ferrocarril como estaba antes. Esta no es una actitud sensata.
- No hay ninguna lógica para resolver ningún problema lo mismo que se hacia antiguamente. El ferrocarril de Cannis era un producto de su propia época y los tiempos cambian. Si no tienes los medios necesarios para hacer lo mismo que hizo otro, olvídalo y prueba alguna otra cosa.
- Eso es lo que me gusta de ti - admiró Jac­ko. Vas constantemente en dirección contraria a la de todo el mundo. Acuérdate cuando nos qui­siste enseñar cómo se construye una armadura de hierro a prueba de volcanes sin usar acero.
Fritz sonrió con gesto pícaro.
- Olvidémonos de las armaduras. ¿Puedes apro­vechar bastante material viejo para los soportes y los carriles?
- Claro que puedo: pero si no es una pregunta indiscreta, ¿cómo piensas colocarlos? :Será por la fuerza?
-  No; con los volcanes muertos. Quítales las partes superficiales ¿y qué te queda? Pilares na­turales de roca que durarán toda la vida. Arrióstralos entre sí y ya tienes tu ferrocarril.
- Estás completamente loco - protestó Jacko. Naturalmente que resultará bien en una sección corta, pero supónte que tu pequeño cerebro no se ha ocupado en discurrir cómo vas a conse­guir que haya una cadena de volcanes en línea recta, aproximadamente, en la dirección que necesitamos. O bien construiremos una línea en zigzag v usaremos trenes triangulares.
- No, aunque se me ha ocurrido la idea. Ya conoces el proverbio sobre Mahoma y la mon­taña.
- Ahora ya veo que estás vencido - dijo Jacko. Si no tienes volcanes no tienes nada y no tienes pensada otra solución.
-¿De verdad lo crees así? Entonces tienes todavía mucho que aprender. Este puede no ser uno de los momentos más brillantes de mi carrera, pero quizá sea el más espectacular.

* * *

Al final de la línea donde tenía que estar el próximo castillete, Harrison y Fanning, los dos geólogos del U. E., se reunieron con el equipo de sondeos que estaba allí con la perforadora. Fan­ning estaba tomando muestras del sondeo y moviendo la cabeza tristemente.
- No me gusta esto, Fritz, hemos penetrado hasta cuarenta metros y la materia sube más ca­liente que el demonio. Me molestaría mucho que llegáramos a una zona de presión más alta.
-¿Cuánto nos falta para llegar a una capa dura?
- No lo puedo decir exactamente, pero por la prueba de sonido calculo unos setenta metros, diez más o menos.
- Lo bastante cerca - aprobó Fritz-. Si las muestras que salen de la perforadora son fusi­bles, creo que debemos suspender ya la perforación.
Fanníng se secó la frente y mandó sacar la sonda. Cuando estuvo fuera pararon la máquina v la dino-dozer se la llevó.
Entonces Harris volvió arrastrando cilindros de metal con la natural precaución.
Fritz hizo que se separaran todos del sondeo, ajustó alguna cosa en uno de los cilindros v lo dejó caer dentro del pozo. De momento no ocurrió nada, únicamente al cabo de un minuto empezó a salir del agujero un humo espeso y amarillo. Fritz, acercándose preocupado, dejó caer otro cilindro después del primero. Tuvo escasamente tiempo para separarse. Hubo un estampido como un true­no y una bola incandescente subió hasta el cielo, chisporroteando. Después salieron llamas y una explosión salió del suelo como una fantástica an­torcha volante. Mezclado con los gases subía a gran altura un magma recalentado y caía como una cascada de granizo incandescente.
Los que estaban mirando corrieron en tropel para apartarse del terrible pozo. Para cuando Fritz llegó a un refugio ya tenía el uniforme chamus­cado por una docena de sitios y tenía la cara y las manos rojas de estar expuestas al calor y cubier­tas de heridas superficiales de las chispas que le habían caído encima. Jacko escapó un poco me­jor, habiendo esperado a estar seguro de que Fritz podía escapar. Se sentaron en una caja va­cía y se curaron con un botiquín de urgencia las heridas, quedándose mirando la imponente voladura que continuaba saliendo con una feroci­dad insospechada.
Poco a poco empezó a formarse el cono de lava solidificada alrededor de la garganta llameante y la antorcha subía con una magnificencia majes­tuosa mientras el cono se transformaba en una vela y después en torre con un brillante faro en 10 alto.
- Voilá! - dijo Fritz-. Te regalo un volcán.
-¡Vete al diablo! Ya te daré yo volcanes ~ es­talló Jacko frotándose las heridas -. La próxima vez que hagas una prueba de estas, hazla tú solo, qué demonios has echado por el agujero?
Fritz sonrió:
- Una bomba super-térmica Kellung y un cilin­dro de oxigeno por añadidura. El intenso calor generado por la bomba, justamente encima del lecho de un magma activo en ignición, fue más que suficiente para vaciar el volcán. Esta vez el proceso se canalizó por el agujero que habíamos hecho y ahora tenemos un cono en lugar de un charco de magma.
- Per ardua ed asbestos' dijo Jacko lamen­tándose -. ¿Estás sugiriendo que debemos conti­nuar haciendo esto todo el camino hasta Helí­sport?
- Unicamente - sugirió Fritz - en los sitios en que no tengamos más remedio. Y aún así gastaremos más bombas de las que podamos conseguir honradamente. Afortunadamente hay un camino. En Yuara están los depósitos de municiones y hay más bombas Kellung que las que jamás podamos necesitar.
- Pero ¿nos las darán?
- No  dijo Fritz-, pero esto jamás ha sido un obstáculo para Harris,
Tres días después el nuevo volcán estaba apa­gado.
Alrededor del cono levantaron un andamio y la punta fue truncada con un potente escoplo y mar­tillos neumáticos. Quedó magníficamente situado para el objeto que se pretendía.
La roca silícea se había endurecido como el hormigón y quedó tan derecha y tan firme como si hubiese sido tallada a mano. El yugo quedó sujeto alrededor del vértice del cono por medio de grapas. Encima colocaron unos postes de hor­migón armado prefabricados encastrados sobre el yugo para aumentar la altura y a ello se unió la estructura va existente. El resultado fue la mejor armadura que jamás existió en Cannis.
Para U. E. fue un día de júbilo. Olvidados los errores y con las innovaciones que introdujo Fritz y que dieron buen resultado, era ya seguro que la construcción de la línea iba adelante. Al cabo de tres semanas de trabajar con energía, el último carril de Yuara quedó colocado en su sitio. La lo­comotora volvió a Callin con un stock improvi­sado de material móvil y dos días después lle­gaba a Yuara con el primer cargamento de la ma­yor cosecha de habas desde hacía varios años
Después estalló y voló en pedacitos.
- Y hay algo más - dijo Jacko -. Acaban de arrestar a Harris y al jefe del almacén de armas. Así, pues, no podemos volver a usar las bombas Kellung.
En Hellsport era verano. Las moscas y el polvo hacían el aire espeso y el calor húmedo era tre­mendo e inaguantable. Aun en el Cuartel general que tenía clima artificial, el polvo se calaba a tra­vés de los filtros y la humedad desafiaba a los se­cadores que debían mantener la humedad y la presión en el grado conveniente.
Cuando empezó el tiroteo, el coronel Iván Nash se irritó mucho con esta nueva fuente de preocu­paciones. Llamó a un correo indígena para que averiguara el significado de este ultraje.
- Dicen, Lazib - dijo el indígena un poco enfa­dado, que el tren viene de Yuara trayendo al hom­bre más grande de Cannis.
¡Tonterías - dijo Nash irritado -. Si no hay trenes en la línea Yuara-Callin.
- Puede que sea verdad, Lazíb - dijo el caniano empujándose la mejilla con la lengua -, pero al­guna cosa viene por la línea. mire, puede usted verlo desde aquí.
Nash abrió las ventanas, retrocediendo ante la nube de polvo caliente que invadió el cuarto. Cogió sus gemelos de campaña e inspeccionó el fe­rrocarril que parecía que bailaba una especie de niebla polvorienta. Vio una cosa que venia por la línea de Yuara, pero la distancia y el polvo le impedían completamente identificar lo que era. Solamente cuando se fue acercando pudo darse cuenta de los detalles del vehículo.
Nash cerró la ventana de golpe. El tren traía una cosa parecida a un helicóptero de los del ser­vicio de tropa, sobre un pequeño vagón, cuyas ruedas eran rodillos más bien cortos y anchos. También se veían varias maquinarias que sobre­salían del extraño conjunto y delante venía un caniano con movimientos rápidos de pájaro saltando de traviesa en traviesa y enarbolando una bandera roja.
El tren entró en la estación terminal, se cam­bió a otra vía y después anduvo hacia delante y hacia atrás para mostrar a todos la facilidad que tenía con sus juegos de ruedas, para maniobrar en cualquier clase de vías. Los canianos se volvieron locos de entusiasmo y  empezaron a gritar y a ovacionar de tal modo que Nash pensó que su cabeza iba a estallar. Todavía estaba mirando por la ventana cuando entró en el cuarto Fritz Van Noon.
El coronel Nash le saludó en silencio.
- Muy bien, Fritz; ganó usted hasta ahora. Nun­ca pensé que podría hacerlo. Lo malo es que tuvo que salirse de la línea para hacerlo.
- Usted, verdaderamente, no ha ayudado mucho - dijo Fritz -. Creí que no podríamos seguir cuando arrestó a Harris por robar bombas Kel­lung. Afortunadamente Malu, nuestro genio in­dígena, nos fabricó un sustituto, usando combustible caniano para cohetes.
- Lo sé - dijo Nash-. Tenía mis espías allí. Un esfuerzo eficaz. Pude aprender a soportar la inge­niería inortodoxa, pero la piratería va es dife­rente.
-¿Lo es? - preguntó Fritz-. Tengo aquí una garantía autorizando la libertad de Harris, está oficialmente firmada por la Comisión General en la Tierra.
- Esta orden no sirve - rechazó Nash-; pienso mandar a Harris ante un tribunal militar, con todas las de la ley. Ni siquiera la Comisión Gene­ral puede mandar sobre mí en la administración interna de mi sector. Dios mediante Harris con­tinuará en la cárcel cuando se ponga el sol. Y cuando tenga la evidencia de su complicidad, irá usted a hacerle compañía. Robar armas es un delito capital. Además, no ha tenido usted tiempo de obtener de la Comisión General confirmación de esa orden de libertad.
- No es necesario - dijo Fritz sonriente -. La orden de libertad para el alférez Harris, forma parte de nuestra orden general de trabajo. Siem­pre pedimos esto antes de empezar una misión.
Nash se quedó muy extrañado.
-¿Quiere usted decir que la conducta de este hombre ha sido oficialmente perdonada?
- Perdonada - masculló Fritz-. Por lo que yo entiendo el único delito que ha cometido Harris es el de dejarse coger y por esto pienso repren­derle personalmente. Precisamente, esta es su es­pecialidad. Nos llevó mucho tiempo el encontrar un bandido de este calibre. El fue quien asaltó el First National Bullion Bank y robó un cuarto de millón de libras.
- Pues se pone la cosa cada vez peor - dijo Nash elevando la voz sin creerlo -. ¿Quiere usted decir que emplea un criminal conocido por sus proezas como ladrón? ¿Cómo clasifica esta clase de em­pleos?
- Obra maestra - dijo Fritz, con aire diverti­do ~. Nosotros necesitamos herramientas y ma­teriales; él tiene que rogar, pedir prestado o robarlos para suministrárnoslos. Es un caso de honor que nunca viene por canales limpios.
- Pero por todos los santos, ¿qué está usted diciendo? - Nash sentía que perdía el control de sus nervios.
- Esto forma parte de la filosofía fundamental del U. E.- explicó Fritz.
Nash relamía su bigote nerviosamente.
- Ya me habían advertido que no discutiera con usted.
Regresó a su mesa y se sirvió una copa. Des­pués de pensarlo un momento se la ofreció a Fritz sirviéndose otra para él.
- Ya veo que usted puede explicarlo todo. No dudo de su habilidad y de que si le dejan hablar sale airoso de cualquier situación. Agradézcame que soy bueno. De no ser así tendría entre rejas a todos sus hombres antes que amanezca.
- Creo que no - repuso Fritz -; me temo esté usted ligeramente defraudado. Esta partida de chapuceros que tengo no es lo que parece. Esto, quizá, sea una falta de ética, pero si intenta usted algo contra nosotros, se encontrará fuera del ejército tan rápidamente que no le dará tiempo a cam­biar de sombrero.
- Le advierto.. - dijo Nash sonriente.
- Óigame usted primero - interrumpió Fritz -. ¿Ha oído usted hablar de la Operación Hyperon?
Nash asintió:
- El proyecto de penetración profunda. Dos mi­llones de años luz sin posibilidad de volver.
- Precisamente. El U. E. es el equipo elegido para ir.
- No comprendo. ¿Qué cuento es ese?
- No, señor; está muy lejos de ser un cuento. Fíjese que en una prueba profunda en el espacio no es posible llevar nada más que hombres y el pertrecho absolutamente indispensable para tener asegurada la vida. No hay naves de repuesto, no hay almacenes de maquinaria, no hay librería de referencia, y dos millones de años luz de distancia a la Tierra. Entonces, ¿qué clase de hombres en­viaría usted? ¿Físicos, que se sienten perdidos sin un laboratorio? ¿Ingenieros, que no pueden obtener acero? No. Mandaría al hombre que sea ca­paz de hacer un arado de un tronco de árbol, una piedra y un hierro viejo; al hombre que tiene de toda su vida la costumbre de transformar todo lo que cae en sus manos en algo que pueda serle útil a sí mismo.
-¿Y este es el concepto de la filosofía que tie­ne U. E.?
- Justamente ese - aclaró Fritz -. Nuestra épo­ca es de alta y compleja tecnología. Especializa­ción y estandarización son las palabras clave de nuestra civilización. Pero así como las espaciona­ves nos llevan lejos por la Galaxia, igualmente las ataduras que no nos dejan alejarnos de los centros de orden y de sabiduría tienden a rela­jarse cada vez más. Uno no puede llevarse con­sigo su tecnología. Las cosas se presentan des­nudas.
- Una hábil manera de quitarse importancia - admiró Nash-. Inclusive en Cannis hemos crea­do un monstruo tecnológico. Hemos tratado de aplicar los procedimientos de la Tierra, pero no tenemos facilidad para hacerlo. No dio resultado.
- Así es - corroboró Fritz-. Y por eso surgió el U. E. Esto es un equipo experimental, constituido según su patrón que ha sido escogido después de años de investigaciones psicológicas. Es una apro­ximación completamente flexible y sin preceptos consagrados, excepto que el fin justifica los me­dios. Hemos construido un equipo que puede for­mar el núcleo de una civilización funcional, pero sacados de pedazos de cinta y de palillos de ceri­llas, si fuese necesario. Nuestra venida a Cannis fue simplemente un ejercicio de prueba.
Nash descolgó el teléfono y marcó un número.
- Tráigame al alférez Harris a mi despacho, in­mediatamente y olvídese de los guardianes. Estoy ordenando que le pongan en libertad en seguida. Eso es; idiota. He dicho libertad. Sí, y trae otra botella de whísky; no, mejor una caja. Vamos a celebrar una fiestecita.
- Muchas gracias - dijo Fritz Van Noon - extra­ordinario charlatán.


Editorial Aguilar 1968
Ciencia-Ficcion Inglesa tomo III
Traducción Alberto Levenfeld
Escaneado por diaspar 1998