- Bienvenido a Verdammt, teniente.
El Capitán Administrador Lionel Prellen extendió una mano hacia el recién llegado.
El Técnico Espacial Teniente Sinclair ignoró la mano y saludó gravemente.
- Tengo entendido que la Administración de los Territorios del Espacio en Verdammt ha solicitado ayuda naval para la instalación de una rejilla de aterrizaje y una baliza subespacial que permitan el descenso de una nave de línea de la F.T.L.
- Exactamente. Queremos desembarcar a un personaje que se encuentra en la nave de la F.T.L. - explicó Prellen -. Y al parecer posee usted la única rejilla que puede ser instalada aquí a tiempo para detener esa nave y hacerla descender en las máximas condiciones de seguridad.
El teniente le dirigió una mirada especulativa.
- En respuesta a su petición, el Almirante Melk ha destacado a la S.N.V. Gemini para que se instale en órbita alrededor de Verdammt y haga descender una rejilla, generadores y una baliza preestructurados, para que sean montados en tierra. Usted tendrá que aportar materiales y mano de obra, y yo me encargaré de supervisar los trabajos y proporcionar ayuda técnica.
- ¡Excelente! - dijo Prellen -. Es la mejor solución que podíamos esperar. Aunque a usted no parece gustarle demasiado, teniente.
- Sinceramente, no, capitán. La Marina tiene que atender a muchas obligaciones, y dejar inactiva la Gemini durante veinte días mientras se monta la rejilla es algo que no coincide con mi concepto de la máxima utilización de los recursos.
Prellen se encogió de hombros.
- En tal caso, la Marina podía haber denegado nuestra petición de ayuda.
- El almirante entendió que la petición era legítima, suponiendo que la importancia de la operación justificara el coste y la pérdida de tiempo. Y no estaba en condiciones de juzgar los méritos del caso. Me gustaría preguntarle, capitán, si existe aquella justificación.
- Creo que sí - dijo Prellen -. Y, afortunadamente, no tengo que contestar a esa clase de pregunta ni al almirante Melk ni a usted. Sólo soy responsable ante la Administración de Territorios del Espacio en la Tierra. Pero, ya que ha planteado usted la cuestión, le diré que el personaje que estamos interesados en hacer recalar aquí es el primer Embajador de la Tierra en Verdammt.
- ¿Embajador? - Sinclair luchó con su incredulidad -. Corríjame si me equivoco, capitán, pero en el Manual del Espacio se señala que Verdammt no posee ninguna forma de vida indígena con la inteligencia suficiente para facilitar o comprender ningún tipo de contacto sociológico.
- El Manual del Espacio y usted están en un error - dijo Prellen. Regresó a su escritorio y se sentó detrás de él con aire fatigado -. Se equivocan. Verdammt posee una forma de vida sumamente inteligente. Ignoramos aún su grado de inteligencia, pero es posible que sea muy superior al nuestro. Lo malo es que la valoración inicial se estableció utilizando la escala de Manneschen, la cual está basada en conceptos de inteligencia puramente terrícolas. La forma de vida existente aquí no tiene nada de terrícola. En realidad, en términos terrícolas, resulta completamente ininteligible.
- ¿Pero usted la considera inteligente?
- Desde luego. Si consideramos la inteligencia en su definición más amplia, es decir, como la capacidad para modificar conscientemente el entorno vital, los Unbekannt son al menos iguales a nosotros. Cómo, o por qué, modifican su entorno, es algo que todavía no hemos llegado a establecer, pero el hecho de que pueden hacerlo, y de que lo hacen, es indiscutible. Por eso Verdammt merece un Embajador, y hemos solicitado ayuda para hacerle descender, a él y a su acompañamiento, de la F.T.L. De modo que ahora exijo de usted una respuesta concreta, teniente: ¿tendré mi rejilla y mi baliza?
- Las tendrá usted - dijo Sinclair -. Eso ya ha sido decidido. Pero con una condición. La petición será investigada desde todos los ángulos, y en el caso de que no estuviera completamente justificada el almirante está dispuesto a someter el asunto a las autoridades de la Tierra.
- Quiere usted decir que es una buena plataforma para prestar interservicios políticos en beneficio del almirante Melk - dijo Prellen secamente.
Sinclair se envaró.
- El primer transporte llegará mañana por la mañana con el material base y los trabajos podrán iniciarse inmediatamente. Esta tarde me gustaría inspeccionar el lugar previsto para el aterrizaje.
- Le pondré en contacto con mi oficial de ingeniería - dijo Prellen -, él le prestará toda la ayuda que necesite. ¿Piensa usted alojarse en la Gemini?
- Por desgracia, no. He de residir aquí hasta que la tarea quede terminada.
- Entonces, le ofrezco a usted un camarote a bordo de nuestra modesta nave-base S.V. Maxwell. No gozará de las comodidades de la Marina, pero siempre estará mejor que en un barracón prefabricado.
- En la Marina... - empezó a decir Sinclair, pero cambió de idea.
- Sé lo que hacen en la Marina - dijo Prellen -, pero puedo garantizarle que en Verdammt se alegrará usted de tener el casco de una nave espacial que le aísle del exterior durante las largas y ruidosas noches.
- Acepto complacido su hospitalidad - dijo el teniente sin el menor entusiasmo -. No dudo de que en Verdammt hay muchas más cosas de las que figuran en el manual del Espacio.
- Podría usted decir eso veintitrés veces más - dijo Prellen -, y no se acercaría aún a la verdad.
Si Sinclair había albergado alguna reserva mental en lo que respecta a alojarse en la Maxwell, la perdió aquella noche, a las diez y diez minutos, hora standard de Verdammt. Desdeñando el comedor de oficiales, buscó la sala de radio y pasó la velada redactando y cifrando su informe al Almirante Melk y su plan de operaciones para la S.N.V. Gemini. Terminada aquella tarea, regresó a su camarote y se preparó para acostarse.
Sus preparativos se vieron interrumpidos por el súbito ulular de algo que se deslizaba hacia abajo en la parte exterior del casco, seguido del macizo clomp-clomp de lo que fuera que parecía ascender de nuevo por el casco. Tras prestar unos instantes de atención, Sinclair se encogió de hombros, dispuesto a olvidar el incidente, y estaba a punto de ocupar su litera cuando los ruidos se repitieron. Esta vez, el clomp-clomp era descendente y el ulular ascendía. Siguieron otros ruidos imposibles de definir; y una sensación de suave balanceo, como si la nave se moviera hacia arriba y hacia abajo sobre sus puntos de apoyo.
Aunque el fenómeno presentaba todas las características de un desastre de primera magnitud, Sinclair no pudo detectar ninguna señal de pánico ni de acciones de emergencia en el resto de la nave, de modo que se decidió a investigar. Saliendo de su camarote, tropezó con Anton Wald, psicólogo de la A.T.S., al cual le habían presentado aquella tarde.
- ¡Ah! - dijo Wald -. Precisamente venía a decirle que no se preocupara.
- ¿Qué está pasando ahí fuera?
- Son los Unbekannt - dijo Wald tranquilamente.
- ¿Qué están haciendo? ¿Atacándonos?
- No lo creo. Sinceramente, ignoro lo que están haciendo. Es algo a lo que se dedican de cuando en cuando por motivos indescifrables. Supongo que les complace, y a nosotros no nos perjudica, de modo que les dejamos hacer.
Sinclair estaba asombrado.
- ¿Quiere usted decir que no ponen centinelas para mantenerlos alejados?
- No queremos mantenerlos alejados. Estamos aquí para estudiarlos.
- Pero, van a destrozar la nave...
- No - dijo Wald -. Le parecerá raro, pero no causan ningún daño y ni siquiera dejan rastro de sus actividades. Mañana por la mañana no encontrará usted ni la huella de una pisada.
- ¿Y los ruidos?
Wald se encogió de hombros.
- ¿Qué quiere que hagamos? ¿Salir y matar a una docena? Desde luego, son alienígenas, pero con el nivel de inteligencia, cualquier ataque por nuestra parte basado en ese pretexto sería moralmente indefendible. De todos modos, tengo la impresión de que si desearan atacarnos podrían hacerlo utilizando unos medios contra los cuales no tendríamos ninguna defensa. Yo no me atrevería a asumir la responsabilidad de iniciar una lucha contra los Unbekannt.
- Comprendo - dijo Sinclair, en un tono que revelaba que no comprendía absolutamente nada.
Regresó a su camarote, cerró la puerta y se resignó a la perspectiva de una noche de insomnio.
Lo primero que hizo Sinclair a la mañana siguiente fue inspeccionar la parte exterior de la nave. Estaba convencido de que los ruidos de la noche anterior no podían haber sido producidos sin causar desperfectos en el casco. Pero comprobó, asombrado, que no había ningún arañazo en la superficie del casco, ninguna pisada en la arena.
A pesar de su incredulidad, o tal vez a causa de ella, Sinclair quedó intrigado por el problema, recordando el balanceo que había experimentado la nave, y recordando que la propia nave probablemente pesaba más de cien mil toneladas terrestres. Resultaba difícil imaginar cómo podía haberse ejercido la fuerza necesaria para mover aquella masa sin dejar ninguna huella, y todavía más difícil imaginar cuál era el significado de aquel hecho.
La nave-base y sus tres transportes auxiliares se encontraban en un claro de unos cuatro kilómetros cuadrados, más allá del cual se extendía por todos lados la frondosa vegetación de Verdammt. El claro era artificial e incluía una zona de barracones prefabricados y el lugar donde se proyectaba montar la parrilla de aterrizaje. Desde el punto de vista de la ingeniería era un emplazamiento excelente, con todos los suministros y recursos disponibles concentrados a su alrededor.
El primer transporte llegó exactamente a la hora prevista, y Sinclair tuvo que atender a los detalles de la descarga, al tiempo que daba instrucciones a los jefes de los grupos de trabajo. Pero de cuando en cuando contemplaba con aire pensativo la vegetación que les rodeaba por todas partes, preguntándose si los Unbekannt estaban allí observando la nueva actividad y qué es lo que comprendían de ella, si es que comprendían algo.
Ocasionalmente producíase un movimiento entre la maleza, aunque siempre demasiado rápido para poder localizar su origen. Sin embargo, Sinclair llegó a convencerse de que los Unbekannt les estaban observando desde el lindero de la maleza, e incluso arriesgándose a avanzar unos cuantos metros por el claro, probablemente para ver más de cerca lo que estaba pasando.
Poco antes de que terminara la jornada de trabajo, Sinclair pudo abandonar el lugar para ir en busca de Wald. Le encontró en su oficina, en un barracón prefabricado, contemplando con aire malhumorado una tablilla cristalina curiosamente labrada, la cual parecía ondular y reestructurarse a sí misma incluso mientras Wald la hacía girar entre sus manos. Cuando entró Sinclair, el psicólogo le entregó el objeto para que lo examinara.
- ¿Qué es esto? - preguntó finalmente Sinclair.
- Ojalá lo supiera - dijo Wald -. Es algo que los Unbekannt dejaron aquí, pero ignoramos por qué y para qué. A veces me pregunto si llegaremos a saberlo. Puede ser cualquier cosa, desde una computadora cristalina hasta una obra de arte abstracto... o algo tan fuera del alcance de nuestra comprensión que la raza humana nunca podrá entenderlo.
- A propósito de los Unbekannt - dijo Sinclair -. ¿Son hostiles en algún sentido?
- Físicamente, no. Yo creo que están tan ansiosos como nosotros por establecer comunicación. Pero en eso estriba su peligro, precisamente.
- No comprendo - dijo Sinclair.
- No, supongo que no. Piense un momento en el concepto alienígena. Los Unbekannt son tan alienígenas que en ellos no hay casi nada que se aproxime a lo que nosotros somos capaces de comprender. Están tan alejados de nuestros conceptos de una forma de vida que resultan no sólo ininteligibles sino también completamente inimaginables. ¿Cómo puede uno empezar a comprender lo que está más allá del imperio de su propia imaginación? La respuesta es sencilla: no existe tal posibilidad.
- Pero eso depende únicamente del alcance de la mente individual.
- No. La experiencia humana en sí limita la imaginación individual a unos puntos de referencia más allá de los cuales resulta difícil manejar conceptos, porque no existen analogías ni coordenadas que puedan utilizarse para formular, o retener, la idea. Un concepto situado más allá de los puntos de referencia no significa nada.
- Continúo sin ver el peligro - dijo Sinclair.
El psicólogo levantó la mirada.
- Para aceptar a los Unbekannt como realidad, hay que negar la propia educación y la propia experiencia. Ellos no significan nada desde nuestros puntos de vista, de modo que hemos de tratar de adaptarnos a los suyos. El resultado sería una completa desorientación. El cerebro humano no reacciona favorablemente a esa forma de presión. La consecuencia más benigna es una confusión mental; la peor, una evasión absoluta del conflicto, un shock cataléptico. Por eso le sugiero que me consulte antes de intentar establecer cualquier contacto personal con los Unbekannt. No podemos permitirnos perderle a usted. Al menos hasta que tengamos nuestra rejilla.
- Ése es el problema, precisamente - dijo Sinclair -. En vista de todo esto, no veo ningún motivo lógico para tener un Embajador en Verdammt hasta que se haya alcanzado algún grado de comprensión de los Unbekannt. Creo que esto es lo normal.
- Está usted enojado, ¿verdad?
- ¿A usted qué le parece? - inquirió Sinclair en tono sarcástico -. ¡Desde luego que estoy enojado! Me fastidia que me hayan enviado a este lugar olvidado de Dios a instalar una rejilla y una baliza, debido a una petición que es una argucia burocrática. Han engañado a la A.T.E. haciéndole creer que este planeta necesita un embajador para tratar con una forma de vida con la cual nunca podrá establecer comunicación.
- ¿Ha terminado usted, Mr. Sinclair? - dijo fríamente la voz de Prellen.
Sinclair, que no le había oído entrar, giró rápidamente sobre sus talones.
- ¡No, no he terminado! Si quiere saber lo que opino...
- No necesito su opinión - le interrumpió Prellen -. Lo único que quiero de usted es su ayuda técnica para la instalación de una rejilla y una baliza subespacial. Tal vez le interese saber que los trabajos del doctor Wald acerca de la psicología Unbekannt fueron los que decidieron a la Administración de los Territorios Espaciales a enviar un Embajador a Verdammt, y que los detalles de la operación encaminada a permitirle llegar aquí los planeé yo mismo.
- ¿Usted?
- Sí. Lamento decepcionarle, Sinclair, pero a veces los capitanes administradores nos dedicamos a administrar. De modo que no ha habido argucias burocráticas ni nada que se le parezca. No ha habido más que un informe técnico, un acuerdo, y un plan de operaciones.
El rostro de Sinclair reflejaba su incredulidad.
- No le creo a usted, y sé que el almirante Melk tampoco va a creerle. Puedo anticiparle que terminaré mi informe al almirante con la recomendación de que investigue a fondo todo este asunto.
- Me resulta difícil creer - dijo Prellen -, después de lo que usted me ha dicho acerca de lo agobiados que están de trabajo, que el almirante disponga de tiempo para dedicarse a jugar a la política.
- ¡Prellen, no admito esa clase de observaciones!
- Y yo no admito esa clase de insolencias - dijo Prellen secamente -. Debo recordarle que hasta que el Embajador tome posesión de su cargo, los asuntos terrícolas sobre este planeta están bajo mi absoluta y única responsabilidad. Provisionalmente, represento a la autoridad legalmente constituida. ¿Sabe usted lo que eso significa aquí?
- Yo se lo diré - intervino Wald con maligno placer -, puesto que en la Academia Espacial descuidaron un poco su educación. No le adiestraron en el arte de los buenos modales, ni en el de saber callarse a tiempo. En los asuntos terrícolas, el poder del capitán es absoluto. Y eso incluye el derecho sobre la vida y la muerte. De modo que, si quiere aceptar un consejo desinteresado, cierre la boca antes de que le metan algo en ella. Mi bota, por ejemplo.
- No debió usted decir eso, Anton - dijo Prellen cuando Sinclair se hubo marchado -. A Melk no le gustará enterarse de que hacemos objeto de amenazas de violencia física a sus subordinados.
Wald sonrió afablemente.
- No he hecho más que expresar lo que usted pensaba, y que no se atrevía a manifestar por una cuestión de «protocolo».
- Nos ha ocurrido lo peor que podía pasarnos dijo Prellen -. De toda la Marina, han tenido que enviarnos a uno de los perritos falderos del almirante Melk... El asunto ya era bastante difícil sin que Melk metiera las narices en él, de modo que ahora... Confío en que podamos convertirlo en un hecho consumado antes de que estalle la tormenta. Si conseguimos resistir hasta entonces, todo irá bien. Pero si Sinclair se empeña en dificultarnos las cosas, no sé cómo saldremos de esto.
La rejilla iba adquiriendo forma lentamente. Las piezas que iban llegando a bordo de los transportes eran ensambladas sin la menor dificultad. Luego llegaron los generadores, y sus achaparradas y pesadas moles fueron encajadas en la base de la estructura, para ser conectadas con las cadenas conductoras que confinaban la fluxión de la rejilla dentro de la membrana de intrincadas arboladuras. La baliza subespacial llegó como una sola unidad y fue instalada a lo largo de la rejilla. En un barracón prefabricado situado muy cerca de allí, Sinclair estaba montando el transmisor que, operando a través de la baliza, atraería a la nave de la F.T.L. fuera del subespacio y la guiaría hacia la rejilla de aterrizaje.
Prellen revisaba diariamente los trabajos y comparaba cuidadosamente el tiempo calculado de complexión con las predicciones de la computadora acerca de la posición de la nave avanzando hacia ellos a través del universo a una velocidad superior a la de la luz. Se daba perfecta cuenta de las dificultades que entrañaba la operación, y le complacía comprobar que el antagonismo de Sinclair hacia los objetivos del proyecto no afectaba a su capacidad para controlar la rápida construcción de la rejilla.
Prellen estaba realmente impresionado por la eficacia del equipo de transporte de la Marina, los cuales entregaban exactamente la pieza adecuada en la posición adecuada y en el momento preciso. Pero al mismo tiempo le preocupaban los detallados informes en clave que Sinclair enviaba al almirante Melk. La situación en Verdammt era suficientemente única para exigir una solución radical del problema de establecer comunicación con sus habitantes, y Prellen no ignoraba que las presiones políticas podían destruir el precario equilibrio del experimento extra-sociológico que había planeado.
Estaba discutiendo precisamente aquel extremo con Wald, una noche, cuando se presentó Sinclair. Su rostro reflejaba una profunda satisfacción, que pareció acrecentarse al ver a Wald.
- Me alegro de que estén los dos aquí, ya que deseo continuar una conversación anterior. Tema: el Embajador.
- ¡Adelante! - dijo Prellen, mirando a Wald de soslayo -. Imagino que ha recibido usted alguna información, seguramente del almirante Melk.
- En efecto, capitán Prellen. El almirante está investigando a fondo todo este asunto, y de momento me ha anticipado los nombres del Embajador y de su acompañamiento a bordo de la nave de la F.T.L.
- No necesitaba haberse molestado - dijo Prellen -. Yo podía haberle dado a usted la misma información, si me la hubiera solicitado.
- ¿Incluso el nombre del Embajador? Conoce usted el nombre, ¿verdad?
- Sí - dijo Prellen lentamente -. Se llama Prellen. Da la casualidad de que es hijo mío.
- ¡De modo que lo admite!
- Tengo por norma no negar a los hijos que han nacido de mi matrimonio.
Sinclair estaba asombrado por aquella aparente despreocupación.
- ¡Sabe perfectamente que no me refiero a eso! ¿Quiere que siga tirando de la cuerda?
Prellen dirigió una rápida mirada a Wald.
- Naturalmente, nos interesa saber hasta qué punto alcanza su información - dijo, prudentemente.
- No me cabe la menor duda. Sé, por ejemplo, que el acompañamiento del embajador se compone de cinco mujeres y de ningún hombre. Un interesante ejemplo de selección de personal... ¿Necesito continuar?
Prellen levantó una mano.
- No, eso es suficiente, por ahora. No sé cómo ha obtenido la información el almirante Melk, pero debo admitir que es exacta. Ahora, Sinclair, dígame qué espera ganar personalmente con este asunto.
- ¿Está usted pensando en sobornarme?
- No estaba haciéndole ninguna oferta, aunque estoy convencido de que tiene usted un precio.
- ¿Por qué está tan seguro, capitán?
- Es evidente - dijo Prellen -. Busca usted dinero o un ascenso, porque nunca oyó hablar de una cosa llamada principios.
- ¿Se atreve usted de hablarme a mí de principios?
- Sí - dijo Prellen -, y algún día comprenderá usted cuáles son mis principios. Hasta entonces, sólo puedo esperar que sea usted mejor ingeniero que correveidile, porque de no ser así la nave de la F.T.L. va a provocar una verdadera catástrofe cuando descienda sobre este planeta.
Algo oscuro y disforme aterrizó de golpe sobre la cúpula transparente del barracón de la baliza, rascó furiosamente el curvado declive y saltó desde el fondo del baldaquín a la protectora maleza. El ruido de su paso sobresaltó a Sinclair. Alzó la mirada salvajemente cuando el episodio fue repetido por un segundo y luego por un tercer cuerpo. El cuarto proporcionó una variación: aterrizó sobre la parte baja del baldaquín, se deslizó hacia la parte superior de la cúpula y desapareció al llegar a la cima.
Sinclair se dirigió hacia la puerta, pero a medio camino recordó la advertencia de Wald y cambió de idea.
Pulsó la palanca del comunicador.
- Doctor Wald, hay algo que está moviéndose sobre el techo del barracón de la baliza. Creo que deben ser los Unbekannt.
- Es muy probable - dijo Wald -. Supongo que habrán decidido que ha llegado el momento de empujarle a usted a través del laberinto.
- ¿Laberinto?
- Sí, la prueba de reacción primaria para los animales experimentales. Estimulo y respuesta básicos. Nos han sometido a ella a la mayoría de nosotros, y han llegado a aburrirse. Usted, en su calidad de técnico, es distinto, y supongo que están tratando de tomarle la medida.
- ¿Deslizándose sobre el tejado - inquirió Sinclair, en tono de incredulidad -. ¿Qué pueden descubrir con eso?
- No tengo la menor idea - dijo Wald -. Ya le advertí que los Unbekannt estaban más allá de nuestras posibilidades de comprensión. Sin embargo, es evidente que no tienen más posibilidades de comprendernos que las que nosotros tenemos de comprenderlos a ellos. Estamos aplicándonos mutuamente nuestros propios puntos de vista, y dudo de que nuestras reacciones tengan para ellos más sentido del que para nosotros tienen las suyas. Es una clásica situación ilógica, sin ninguna respuesta.
- Si puedo echarle las manos encima a uno de ellos, pronto le daré a usted unas cuantas respuestas - dijo Sinclair.
- Sería interesante comprobar si eso es verdad - dijo Wald -. Pero no le aconsejo a usted que lo intente. ¿Cómo sabe que uno de ellos no alberga una idea similar en lo que a usted respecta?
- ¿Un maldito mono?
- ¡Ah! ¡De modo que ya ha caído usted en la trampa! - dijo Wald -. Por el simple hecho de que no ha podido ver a ninguno de ellos claramente, ha deducido por su cuenta que son como monos: un limitado concepto terrícola. En realidad, los Unbekannt tienen muchas menos cosas en común con los monos que nosotros. El mayor peligro que corre usted reside en sus falsa ideas preconcebidas.
Incluso a través del comunicador Wald oyó al quinto Unbekannt iniciar su danza alienígena encima del techo de plástico, y la conversación de Sinclair terminó con un grito de cólera antes de que la conexión se interrumpiera.
Abriendo la puerta del barracón de la baliza, Sinclair se asomó al exterior. El barracón se hallaba muy cerca del borde del claro, y separado únicamente por un ancho sendero de las franjas de maleza más próximas. El ruido de algo que se deslizaba a través del tejado le advirtió del paso de otro Unbekannt y le permitió calcular la dirección de movimiento con la precisión suficiente para ver la sombra borrosa que descendía y corría a ocultarse entre la maleza. No obtuvo ninguna impresión de altura ni de forma, pero calculó que la masa del Unbekannt era menor que la suya propia, aunque su velocidad y su agilidad eran fenomenales.
Volvió a entrar en el barracón y sus dedos se cerraron alrededor de una barra de titanio de un metro de longitud, de la cual había cortado los segmentos del conmutador de la baliza. Sopesó la barra pensativamente unos instantes, no sabiendo qué clase de fuerza podía ser aplicada a los Unbekannt sin que resultara mortífera. Luego salió de nuevo al exterior, empuñando la barra.
Durante un largo rato no ocurrió nada. Los trémulos sonidos de la vida de la cercana maleza llegaban hasta él con sorprendente claridad, y el frío y húmedo aliento de la vegetación se cerraba alrededor de su cuello como un pañuelo pelicular. Finalmente oyó un ruido deslizante a través del tejado y, calculando mentalmente el tiempo y la posición de descenso, retrocedió hasta la pared y esperó con la barra levantada. Exactamente en el momento previsto, la masa borrosa cayó como una piedra del tejado... y Sinclair la golpeó.
Nunca pudo descifrar ni describir lo que ocurrió a continuación. La impresión no fue la de haber golpeado un cuerpo blando y en movimiento, sino la de haber chocado inesperadamente con un bloque de piedra. Sus dedos quedaron entumecidos, como si acabaran de recibir una descarga eléctrica, y soltaron la barra. Algo le escupió, o le deslumbró, o hizo algo extraño e incomprensible, y una oleada de náusea y de desorientación envolvió todo su cuerpo de un modo casi físico.
Luego, el Unbekannt se irguió delante de él. Sinclair luchó contra su confusión e inmediatamente volvió a caer en ella mientras su mente trataba de reconciliar lo que veía con lo que consideraba remotamente posible. Lo absurdo de lo que sus ojos percibían no encajaba en ningún sentido con ninguna de las cosas que había esperado ver. Y cuando volvió a salir del abismo mental en que había caído, su alienígena antagonista había desaparecido.
Permaneció unos instantes completamente inmóvil, recobrándose de la impresión, y luego miró a su alrededor. No había ningún Unbekannt a la vista, pero unos leves rumores entre la maleza daban a entender que no se habían marchado muy lejos. Después oyó de nuevo el familiar sonido deslizante y se volvió hacia el lugar donde había caído la barra.
Sólo entonces, en una especie de agonía, comprendió lo profundo del abismo en el cual se había sumergido. Ya que la barra de titanio aparecía enrollada formando un dibujo extraño y maravilloso. Las manos de Sinclair temblaban cuando recogió la barra y observó la complejidad de los cerrados lazos, cuya inmaculada formación hubiera exigido de un artesano terrícola muchas horas de paciente trabajo y el empleo de un soldador electrónico. Pero aquella maravilla había sido producida en la fracción de segundo que transcurrió entre el momento en que el metal había abandonado sus dedos y el instante en que había llegado al suelo. Y era completamente fría al tacto.
El fenómeno no tenía explicación. Resultaba imposible y real al mismo tiempo. Y esto, más que cualquier otra cosa de las que había encontrado en Verdammt, provocó sudores en Sinclair, y una sensación de pasmo, y un repentino temor. Recogiendo los restos de la barra, dio media vuelta y se internó deliberadamente en la maleza, siguiendo a los Unbekannt.
Wald encontró a Prellen en la sala de derrota de la Maxwell.
- Sinclair se ha marchado.
- ¿A dónde? - inquirió Prellen, súbitamente alarmado.
- No lo sé - respondió Wald -. Se ha internado en la maleza, creo.
- ¡Maldición! - exclamó Prellen -. Eso significa que probablemente ha ido a comprobar por sí mismo qué aspecto tienen los Unbekannt. A pesar de lo mucho que me disgusta la Marina, no creo que sea una buena política devolverle a sus técnicos en un estado de shock... y éste será el resultado de semejante contacto, teniendo en cuenta lo rígido de su mentalidad. Además, la nave de la F.T.L. se encuentra solamente a dieciséis horas-luz de distancia. Tenemos que localizar a ese idiota, Anton, antes de que se cause un daño a sí mismo.
- No - dijo Wald -. Sé que tenemos que localizarle. Pero si ha llegado tan lejos como supongo, en este momento se encuentra fuera del alcance de usted. Yo iré a buscarle. Me llevaré a un par de hombres del equipo psíquico y una dosis triple de mezcalina. Si no regresamos, no salga usted en busca nuestra.
- ¿De veras hay tanto peligro en las zonas profundas?
- ¿Ha olvidado lo que dicen las estadísticas acerca de los desquiciamientos nerviosos en los equipos de exploración?
- No, desde luego que no - dijo Prellen -. Bien, usted es el doctor. ¿Necesita algo especial?
- Sólo unas cuantas plegarias, y mucha imaginación - respondió Wald -. Son los únicos factores con los que podemos contar allí.
- Entonces, le deseo mucha suerte.
En la maleza no había senderos visibles, pero la flexibilidad de los tallos palmeados le permitía avanzar en cualquier dirección con un mínimo de demora. Sinclair anotó mentalmente la posición del sol mientras echaba a andar, escogiendo una zona de agitación visual que le precedía en la maleza y que se movía delante de él, a veces con asombrosa velocidad pero sin alejarse nunca lo suficiente como para que Sinclair la perdiera de vista.
No podía saber si se trataba de un solo Unbekannt o de un grupo de ellos, ni podía explicarse, a pesar de sus conocimientos de física, por qué los alienígenas se revelaban como una sola fluctuación.
El único aspecto familiar de la situación era la sugerencia de un cebo, o de una invitación, para que les siguiera. Dado que Wald había rechazado la posibilidad de que los Unbekannt fueran físicamente peligrosos, Sinclair no se sentía particularmente alarmado por el hecho de seguir a los alienígenas a dondequiera que pensaran llevarle.
Psicológicamente, sin embargo, no estaba tan seguro del terreno que pisaba. Su breve encuentro con los Unbekannt había hecho vacilar seriamente su confianza en el alcance de su propia imaginación, y había subrayado las advertencias de Wald acerca de los peligros más insidiosos de un contacto con alienígenas. Pero la posibilidad de captar al menos un indicio de la tecnología mediante la cual la barra de titanio había sido moldeada en frío, y en milésimas de segundo, haciéndole adquirir su actual y complicadísima forma, era algo irresistiblemente atractivo para él.
Al cabo de una hora de marcha, Sinclair se detuvo, súbitamente desconcertado por lo que parecía ser un espejismo. Experimentó la extraña sensación de que por unos instantes habían existido unas grandes torres delante y en torno de él: torres que se habían levantado y desvanecido con tal rapidez que la impresión era poco más que subliminal. Sin embargo, el fenómeno se había grabado en su mente con una inconfundible aura de realidad. Trastornado aún, observó la zona de maleza con la esperanza de encontrar algo que pudiera haber disparado la fantasía. Pero la vegetación seguía ofreciendo el mismo aspecto, agitándose suavemente pero inmutable.
Luego, el infierno se tragó a Sinclair. De pronto se vio sumergido en el centro de alguna oscura y chirriante enormidad, que podía haber sido el vientre de una máquina funcionando en las profundidades del averno. O podía haber sido parte de una ruidosa hipermetrópoli, tan fuera del alcance de su comprensión como podía haber estado una de sus propias ciudades para el hombre de Neanderthal o de Cro-Magnon. Su mente se encogió ante el insoportable salvajismo de las impresiones provocadas por el ruido, la mugre y la turbulencia.
Luego, la escena desapareció con la misma rapidez con que había brotado. La única turbulencia que quedó fue la de su trastornado cerebro, y el único ruido que percibió fue el de sus propios oídos, vibrando, reaccionando aún a la impresión. Y con un creciente terror en su corazón esperó lo que temía que iba a llegar a continuación.
Con ojos incomprensivos Sinclair trató de seguir las series de montajes y espejismos de escenas y símbolos que fluían a su alrededor y encima de él. Sus entornos alcanzaban transposiciones aparentemente imposibles, desde las lúgubres sombras de algún enorme complejo satánico hasta la candente negatividad de un punto aislado del desierto, en una perspectiva tan inimaginable que Sinclair se veía obligado a cerrar los ojos para poder soportarla. Y de nuevo las imágenes se hacían borrosas y volvían a formarse, llenándole de emociones que su cuerpo no estaba construido para experimentar.
Su primera impresión había sido la de movimiento, la de ser arrojado a una serie de quasi entornos demenciales. Más tarde, alguna porción más racional de su mente revalorizó las sensaciones y arrojó sobre él el semiformado concepto de que estaba realmente inmóvil y de que aquellos fantásticos quasi contornos estaban siendo realmente creados y disueltos a su alrededor.
Recordó que Prellen había definido la inteligencia, en relación con los Unbekannt, como la capacidad consciente de modificar el entorno. Empezó a percibir vagamente el axioma de que, a lo largo del tiempo, todos los entornos, sea por manipulación, sea por causas naturales, deben cambiar; y que el inimaginable flujo y las transformaciones que se producían a su alrededor diferían esencialmente en ritmo de cualquier situación humana.
Sinclair no vio a Wald y a los dos hombres del equipo psíquico, moviéndose como hombres rana a través de las extensiones de pesadilla. No vio cómo disparaban una pistola hipodérmica contra su brazo...
Faltaban dos horas para el aterrizaje cuando aplicaron a Sinclair un contrasedante y le permitieron, todavía tembloroso a causa de la reacción, que efectuara los ajustes finales y activara la rejilla. Wald no se movió de su lado, ayudándole en las operaciones más sencillas y observándole constantemente con una especie de apenada simpatía. Finalmente, Sinclair declaró que la tarea estaba terminada y se volvió hacia el doctor con una forzada sonrisa en los labios.
- Tengo que darle las gracias por haberme sacado de allí. No puedo decir que no me advirtiera usted.
Wald se encogió de hombros, quitándole importancia al incidente.
- ¿Cómo se siente ahora?
- Aturdido y... confuso. Creo que nunca volveré a ser el mismo después de aquella experiencia.
Wald asintió.
- Resulta terrible tener un montón de conceptos y ningún medio para comunicarlos... Usted fue hacia allí sin ninguna preparación. Normalmente, nosotros utilizamos drogas que le dejan a uno razonablemente objetivo, al tiempo que reducen al mínimo la tensión de la imaginación. Es el único modo de sobrevivir allí.
Sinclair preguntó
- Pero, ¿cómo puede tener existencia algo tan absolutamente imposible?
- Estoy convencido - dijo Wald - de que ellos se formulan la misma clase de pregunta acerca de nosotros, y casi con la misma esperanza de encontrar una respuesta. La verdad es que ni ellos ni nosotros somos imposibilidades; lo que ocurre es que sobrepasamos las limitaciones en las mentes de los otros. Y ellos o nosotros, o ambos, como especie, hemos de encontrar el medio para efectuar un reajuste, si de veras queremos alcanzar algún nivel de comprensión.
»Creo que ahora se dará usted cuenta de lo atrapados que estamos en la tela de araña de las cosas que sabemos. Limitamos nuestra imaginación con unos puntos de referencia que nos dejan un reducido cuadro de probabilidades y posibilidades. No podemos comprender a los Unbekannt ni comunicarnos con ellos, porque discurren en un plano que no está previsto en la estructura de nuestra lógica. El único puente concebible entre las dos culturas sería una mente humana que no hubiese sido moldeada demasiado rígidamente en nuestros conceptos lógicos, y que pudiera ser expuesta simultáneamente a las dos culturas, con la esperanza de que aprendiera a aceptar, si no a reconciliar, las dos series de valores mutuamente contradictorios.
- Si existiera un individuo con una mente así...
- Yo creo que existe - dijo Wald -. Uno de ellos es nuestro embajador.
En alguna parte un timbre empezó a resonar a intervalos regulares. Sinclair consultó su cronómetro.
- Veinte segundos para el contacto - dijo.
Toda la atención estaba centrada ahora en el poderoso rayo de energía que la rejilla proyectaba en el cielo. Por muy familiarizado que se estuviera con el proceso, era un espectáculo que nunca perdía su fascinación. En un momento determinado, la inmensa nave de la F.T.L. se abría camino a través del espacio a una velocidad casi infinita; un instante después surgiría en el espacio-tiempo normal, enristrado, suspendido y en reposo sobre el rayo de la rejilla, en virtud de un milagro al que nadie acababa de acostumbrarse.
Sinclair dijo: «¡Ahora!» y el timbre empezó a sonar ininterrumpidamente.
Simultáneamente apareció la nave, mucho más cerca de lo que había sido previsto, aunque dentro de los márgenes de seguridad. El choque supersónico de su llegada hizo retemblar el suelo y provocó una intensa lluvia que los espectadores soportaron estoicamente como parte de la ceremonia de llegada.
Lentamente, como si tirara de ella un cordel invisible, la nave descendió hasta posarse sobre la rejilla. Después de un período de aparente inactividad, las escotillas de la parte inferior se abrieron para dar paso a un montacargas que facilitaría el desembarco. Cuando el montacargas se posó en el suelo se produjo un movimiento general en dirección a él.
Wald miró a Sinclair.
- ¿Ha terminado su trabajo? Venga conmigo, voy a presentarle al embajador.
Sinclair miró el mono azul que vestía.
- ¿Con esta ropa?
- No importa. En la A.T.E. no estamos apegados a los convencionalismos.
Se dirigieron hacia el lugar donde la multitud empezaba a abrir paso al embajador y a sus acompañantes.
Cuando estaban muy cerca de Sinclair se detuvo, desconcertado, y cogió al doctor Wald por el brazo.
- Oiga, ¿hablaba usted en serio?
- ¿Acerca de qué? - inquirió Wald, con una expresión de ingenuidad.
- Acerca del embajador... Dígame que ha sido una broma.
- Si cree que es una broma, tiene usted un extraño sentido del humor.
- Pero, un bebé... Ahora comprendo por qué necesitaban la rejilla para un aterrizaje suave.
- William Arthur Prellen - dijo Wald -, Embajador para el Territorio Espacial de Verdammt. Edad, veintisiete días, uno más, uno menos. Un poco crecido ya para el cargo, pero es la mejor posibilidad que tenemos de establecer contacto con los Unbekannt. Pretendemos ponerle en contacto con ellos con la suficiente frecuencia y durante períodos de tiempo lo bastante prolongados como para que su mente en formación les admita del mismo modo que a nosotros. ¿Qué pasa? Parece usted un poco decepcionado... No me diga que acaba de darse cuenta de que la A.T.E. no es un servicio tan cómodo como parece...
Recordando su propia experiencia en contacto con los Unbekannt, Sinclair se sentía más bien enfermo.
- Y, ¿cree usted de veras que tienen una posibilidad de conseguir algo?
- Sólo una posibilidad - dijo Wald -, y además peligrosa. Peligrosa para el joven Prellen y para los que han traído aquí. Ésta podría ser la mayor victoria del almirante Melk.
- Nunca lo sabrá - dijo Sinclair -. Al menos, no lo sabrá por mí. Nunca imaginé que se arriesgaran ustedes tanto.
- También se han arriesgado los Unbekannt - dijo Wald -. ¿Recuerda aquel cristal que le enseñé un día en mi oficina? ¿Le he dicho ya que crece un poco cada día? Sospecho que es un embrión de Unbekannt. Su embajador ante nosotros, por así decirlo. Todo parece indicar que hemos alcanzado ya ese primer punto de comprensión.