No
no sé qué rayos es lo que le ha dado a esta mujer. Ahí está dando vueltas como
caballito de tiovivo en rededor de esa mata sin decir palabra, nada más que
dando vueltas y más vueltas. Me tiene más cansado. Siempre está con su
artistaje y su bobería y su novelería. Creyendo en toda esa basura. Ah, no.
Conmigo sí que no. Ya le dije que ahí no entro yo. Mírenlos cómo están: parecen
hijos bobos. Voy a ponerme yo en eso. Se lo dije bien claro esta mañana, cuando
se levantó con esa bobera metida en la cabeza.
La
culpa no la tiene ella, sino esa tipa que recién se mudó para la accesoria y
tuvo que venir a caernos en el cuarto de al lado. Ella se pasa el santo día
metida en casa y diciéndole mi hermana haz esto, mi hermana haz lo otro, mi
hermana lo de más allá y lo de más acá. Yo voy a ver si a fin de mes, cuando
vengan a cobrarle el alquiler, va a querer que se lo paguemos nosotros en pago
de los consejos que le da a mi mujer todo el santo día. Esta matraca de ahora
es cosa de ella. Seguro, seguro. Voy cien pesos contra un cabo de tabaco que
fue ella quien se lo metió en la cabeza a esta zanaca de mi mujer que se lo
cree todo.
Ahí
me está llamando por seña. Pero se le puede caer el brazo haciendo el pato que
yo no voy a ir para allá. Me quedo aquí sentado donde estoy y listo. Si no es
porque no puede hablar ya me estaría llamando a grito pelado. Ahora tiene que
conformarse con hacer el pato toda la mañana o hasta que el sol le ase la
manito esa y se le caiga renegrida al suelo. Tan fiestera. Todo para ella es un
brete. Esta mañana me pegó tremendo susto porque me despertó haciendo visajes y
poniendo los ojos en blanco y diciendo jucujucu como si tuviera un buche de
agua en la boca y no pudiera hablar. Yo estaba medio dormido todavía y qué es
lo que me creo: que le ha pasado algo malo y me levanto como un volador de a
peso y la empiezo a sacudir por los hombros. Ya, me digo, le dio. Porque ella
tiene a su viejo en Mazorra desde hace como diez años y una hermana de ella se
dio candela y tiene otra hermana que nació así, toda ñanguetiada y todo eso, y
yo me creo que ella también se viró para el lado de los bobos. Cuando ella se
pudo zafar va a la mesa de comer y coge un papelito que tiene allí preparadito
y todo y me lo enseña. Toba, dice el recadito, acuérdate que oy es el día.
Felisidade te decea la colonia con K. Perdona que no te hable el día de tu
santo. Pónteme la guayabera blanca, los pantalones blancos y los zapatos de dos
tonos que vamos al templete. Te quiere Clodo.ueno, de manera que la fulana esa
le metió en la cabeza lo de ir al Templete y darle vueltas a la ceiba que hay
allí. Ahora, a mí no hay quien me meta en nada de eso. No señor. De eso nones,
con su mala pega y todo, como decía Padrino. Yo ahí NO entro. Ahí está
llamándome tan apuradita como esta mañana, que al ser de día ya me estaba
despertando. !Felicidades te desea la colonia con K! Las cosas que se le meten
a esta mujer en la cabeza. Bueno, a ver, ya que era el día de mi santo bien
podía dejarme dormir la mañana, que ya ni el domingo se puede descansar en pas
sin que venga una salación de éstas a jorobarle a uno el día.
Ahora,
que yo lo que hice fue tomarme mi subibaja muy tranquilo, muy cómodo, el radio
puesto, oyendo cómo el viejo Don Carlos, el Maestro Gardel, partía un tango en
dos por la mañana. Luego me oí mi par de buenas milongas y me fumé dos
tabaquitos seguidos. Y ella venga que te venga a escribir papelitos y más
papelitos. Parecía una enumeradora del censo que hubiera caído en la cuartería.
Toba apúrate por favor. Ya ni los firmaba. En los últimos ya yo estaba a punto
de reventar. íPor poquito la hago hablar! Cristóbal por los restos de tu madre
Tomasa apúrate. Lo que pasa es que me dio pena con ella, que después de todo es
una negra muy buenaza y muy hacendosita y cogí y me levanté. Ahora, eso sí, me
levanté con toda mi santa calma y me vestí bien (bien despacito) sin
apuramiento. Luego bajé las escaleras muy señorón y encendí otro tabaquito en
la calle y me llegué a la esquina a tomarme un cafecito de a tres. !Saliva de
tigre! Es una salación esto de que los domingos no abra el puestecito de
Inquisidor y tenga uno que caminar hasta el Muelle de Luz si quiere tomar un
buen café. Miao de mono fue lo que tomé. Tuve que enjuagarme la boca con agua
delante del tipo que vende el café y todo. Luego, pasito a pasito, vinimos para
el Templete.
Por
el camino Clodo cada vez que se encontraba con un conocido o con una amiga o
con un pariente (porque esta mujer tiene más familia que si se llamara Valdés)
había que verla, saludando con la cabeza, así, bajándola, como si fuera una
duquesa rusa o algo por el estilo, sin decir nunca ni esta boca es mía. íLo que
hubiera gozado yo si hubiéramos tenido que hacer el viaje en guagua! Pero ella
sabe más de la cuenta y me llevó caminando por la calle de San Innasio de
manera que no se tuviera que encontrar con esas amigas de Inquisidor y
Lamparilla, que son como cerca de seis mil negritas y todas son costureras y
toditas, toditas usan espejuelos y siempre están cacheando a todo el que pasa
con sus veinticuatro mil ojos.
Cuando
llegamos a la Plaza de Armas ya estaba aquello lleno de gente y hasta el
ayuntamiento estaba abierto y la banda municipal por allí con Gonzalo Roy y
todo celebrando el día de San Cristóbal, de ma nera que nos tuvimos que meter
por entre el gentío y colarnos hasta la reja del Templete. Y hasta ahí llegó mi
amor.
Me
negué redondamente a entrar y entonces ella se puso a halarme por un brazo y
luego por una manga, hasta que finalmente se quedó haciendo así con la mano y
me alejé de allí como perro con rabo enlatado y me perdí detrás del bombardino
y de la batuta de Gonzalo Roy y del ruido tremendo que estaba armando la banda
mientras tocaban el inno invasor. La vi, después, cuando se puso en coro
alrededor de la ceiba con toda esa otra gente a quien la tipa esa que vive en
el cuarto de al lado le debe haber metido en la cabeza esa idea de que si se le
da la vuelta a la mata cerca de un millón de veces sin hablar ni media palabra,
ni un suspiro y se va pidiendo una cosa, hasta que den la misa, la mata o el
Templete o el cura que luego rosía con sus sermones el tronco de la mata o
Gonzalo Roy o Dios, te lo conceden. Y así usted puede ver a las mujeres y a
algunos hombres también, no crea, que de todo hay en el jardín, dándole la
vuelta a la mata, calladitos pero pidiendo, pidiendo, pidiendo.
Ahí
está ella, Clodo Pérez, mi mujer, tan cabezona, dándole todavía la vuelta al
palo. Porque ya eso no es una ceiba ni ocho cuartos con lo seca que está. ¿Cómo
la mata misma no se hace un milagro y se saca hojas de nuevo? Clodo va a decir
que es porque la ceiba no puede darse la vuelta ella misma, seguro, y pidiendo
su milagrito. Ya todo el mundo se ha ido para su casa y los de la orqueta
recogieron y Gonzalo Roy a esta hora debe de estar durmiendo su siesta porque
se pasó toda la santa mañana dirigiendo la banda como si estuviera muerto de
sueño, de manera que debe de estar soñando que viene una mulata sabrosona y le
dice Cecilia Valdés mi nombre es. Y yo estoy aquí fumándome mi tabaquito número
noventainueve y mirando cómo mi mujer come esa mierda milagrosa. Fumando espero
a Clodomira Pérez. Ahí está llamándome otra ve y diciéndome como el
telegrafista del Morro, por señas, que venga yo también al tiovivo de la ceiba.
A mí.
Fumar
es un placer, sensual, idial, ritual.
Pero
pensándolo mejor voy a ir. Yo no creo en nada de eso, pero voy a ir y me voy a
poner a darle vuelta a la matica y todo. Ella se va a poner muy contenta y va a
creer que estoy en lo suyo. La pobrecita: ella viéndome aquí solo sentadito en
la sombra, resguardado de la solana, fumándome tranquilo mi tabaco cien. Seguro
que se cree que yo no he abierto la boca en toda la santa mañana, que no he
dicho ni esta boca es mía. ¿La mataré de un desengaño? Voy a darle yo también
mi vuelta boba a la ceiba.
En
este libro de Cabrera Infante hay cuentos inéditos y otros, como el que se
reproduce, que habían aparecido sólo en inglés, en revistas norteamericanas.