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Guillermo Cabrera Infante - Darle vueltas a una ceiba



No no sé qué rayos es lo que le ha dado a esta mujer. Ahí está dando vueltas como caballito de tiovivo en rededor de esa mata sin decir palabra, nada más que dando vueltas y más vueltas. Me tiene más cansado. Siempre está con su artistaje y su bobería y su novelería. Creyendo en toda esa basura. Ah, no. Conmigo sí que no. Ya le dije que ahí no entro yo. Mírenlos cómo están: parecen hijos bobos. Voy a ponerme yo en eso. Se lo dije bien claro esta mañana, cuando se levantó con esa bobera metida en la cabeza.
La culpa no la tiene ella, sino esa tipa que recién se mudó para la accesoria y tuvo que venir a caernos en el cuarto de al lado. Ella se pasa el santo día metida en casa y diciéndole mi hermana haz esto, mi hermana haz lo otro, mi hermana lo de más allá y lo de más acá. Yo voy a ver si a fin de mes, cuando vengan a cobrarle el alquiler, va a querer que se lo paguemos nosotros en pago de los consejos que le da a mi mujer todo el santo día. Esta matraca de ahora es cosa de ella. Seguro, seguro. Voy cien pesos contra un cabo de tabaco que fue ella quien se lo metió en la cabeza a esta zanaca de mi mujer que se lo cree todo.
Ahí me está llamando por seña. Pero se le puede caer el brazo haciendo el pato que yo no voy a ir para allá. Me quedo aquí sentado donde estoy y listo. Si no es porque no puede hablar ya me estaría llamando a grito pelado. Ahora tiene que conformarse con hacer el pato toda la mañana o hasta que el sol le ase la manito esa y se le caiga renegrida al suelo. Tan fiestera. Todo para ella es un brete. Esta mañana me pegó tremendo susto porque me despertó haciendo visajes y poniendo los ojos en blanco y diciendo jucujucu como si tuviera un buche de agua en la boca y no pudiera hablar. Yo estaba medio dormido todavía y qué es lo que me creo: que le ha pasado algo malo y me levanto como un volador de a peso y la empiezo a sacudir por los hombros. Ya, me digo, le dio. Porque ella tiene a su viejo en Mazorra desde hace como diez años y una hermana de ella se dio candela y tiene otra hermana que nació así, toda ñanguetiada y todo eso, y yo me creo que ella también se viró para el lado de los bobos. Cuando ella se pudo zafar va a la mesa de comer y coge un papelito que tiene allí preparadito y todo y me lo enseña. Toba, dice el recadito, acuérdate que oy es el día. Felisidade te decea la colonia con K. Perdona que no te hable el día de tu santo. Pónteme la guayabera blanca, los pantalones blancos y los zapatos de dos tonos que vamos al templete. Te quiere Clodo.ueno, de manera que la fulana esa le metió en la cabeza lo de ir al Templete y darle vueltas a la ceiba que hay allí. Ahora, a mí no hay quien me meta en nada de eso. No señor. De eso nones, con su mala pega y todo, como decía Padrino. Yo ahí NO entro. Ahí está llamándome tan apuradita como esta mañana, que al ser de día ya me estaba despertando. !Felicidades te desea la colonia con K! Las cosas que se le meten a esta mujer en la cabeza. Bueno, a ver, ya que era el día de mi santo bien podía dejarme dormir la mañana, que ya ni el domingo se puede descansar en pas sin que venga una salación de éstas a jorobarle a uno el día.
Ahora, que yo lo que hice fue tomarme mi subibaja muy tranquilo, muy cómodo, el radio puesto, oyendo cómo el viejo Don Carlos, el Maestro Gardel, partía un tango en dos por la mañana. Luego me oí mi par de buenas milongas y me fumé dos tabaquitos seguidos. Y ella venga que te venga a escribir papelitos y más papelitos. Parecía una enumeradora del censo que hubiera caído en la cuartería. Toba apúrate por favor. Ya ni los firmaba. En los últimos ya yo estaba a punto de reventar. íPor poquito la hago hablar! Cristóbal por los restos de tu madre Tomasa apúrate. Lo que pasa es que me dio pena con ella, que después de todo es una negra muy buenaza y muy hacendosita y cogí y me levanté. Ahora, eso sí, me levanté con toda mi santa calma y me vestí bien (bien despacito) sin apuramiento. Luego bajé las escaleras muy señorón y encendí otro tabaquito en la calle y me llegué a la esquina a tomarme un cafecito de a tres. !Saliva de tigre! Es una salación esto de que los domingos no abra el puestecito de Inquisidor y tenga uno que caminar hasta el Muelle de Luz si quiere tomar un buen café. Miao de mono fue lo que tomé. Tuve que enjuagarme la boca con agua delante del tipo que vende el café y todo. Luego, pasito a pasito, vinimos para el Templete.
Por el camino Clodo cada vez que se encontraba con un conocido o con una amiga o con un pariente (porque esta mujer tiene más familia que si se llamara Valdés) había que verla, saludando con la cabeza, así, bajándola, como si fuera una duquesa rusa o algo por el estilo, sin decir nunca ni esta boca es mía. íLo que hubiera gozado yo si hubiéramos tenido que hacer el viaje en guagua! Pero ella sabe más de la cuenta y me llevó caminando por la calle de San Innasio de manera que no se tuviera que encontrar con esas amigas de Inquisidor y Lamparilla, que son como cerca de seis mil negritas y todas son costureras y toditas, toditas usan espejuelos y siempre están cacheando a todo el que pasa con sus veinticuatro mil ojos.
Cuando llegamos a la Plaza de Armas ya estaba aquello lleno de gente y hasta el ayuntamiento estaba abierto y la banda municipal por allí con Gonzalo Roy y todo celebrando el día de San Cristóbal, de ma nera que nos tuvimos que meter por entre el gentío y colarnos hasta la reja del Templete. Y hasta ahí llegó mi amor.
Me negué redondamente a entrar y entonces ella se puso a halarme por un brazo y luego por una manga, hasta que finalmente se quedó haciendo así con la mano y me alejé de allí como perro con rabo enlatado y me perdí detrás del bombardino y de la batuta de Gonzalo Roy y del ruido tremendo que estaba armando la banda mientras tocaban el inno invasor. La vi, después, cuando se puso en coro alrededor de la ceiba con toda esa otra gente a quien la tipa esa que vive en el cuarto de al lado le debe haber metido en la cabeza esa idea de que si se le da la vuelta a la mata cerca de un millón de veces sin hablar ni media palabra, ni un suspiro y se va pidiendo una cosa, hasta que den la misa, la mata o el Templete o el cura que luego rosía con sus sermones el tronco de la mata o Gonzalo Roy o Dios, te lo conceden. Y así usted puede ver a las mujeres y a algunos hombres también, no crea, que de todo hay en el jardín, dándole la vuelta a la mata, calladitos pero pidiendo, pidiendo, pidiendo.
Ahí está ella, Clodo Pérez, mi mujer, tan cabezona, dándole todavía la vuelta al palo. Porque ya eso no es una ceiba ni ocho cuartos con lo seca que está. ¿Cómo la mata misma no se hace un milagro y se saca hojas de nuevo? Clodo va a decir que es porque la ceiba no puede darse la vuelta ella misma, seguro, y pidiendo su milagrito. Ya todo el mundo se ha ido para su casa y los de la orqueta recogieron y Gonzalo Roy a esta hora debe de estar durmiendo su siesta porque se pasó toda la santa mañana dirigiendo la banda como si estuviera muerto de sueño, de manera que debe de estar soñando que viene una mulata sabrosona y le dice Cecilia Valdés mi nombre es. Y yo estoy aquí fumándome mi tabaquito número noventainueve y mirando cómo mi mujer come esa mierda milagrosa. Fumando espero a Clodomira Pérez. Ahí está llamándome otra ve y diciéndome como el telegrafista del Morro, por señas, que venga yo también al tiovivo de la ceiba. A mí.
Fumar es un placer, sensual, idial, ritual.
Pero pensándolo mejor voy a ir. Yo no creo en nada de eso, pero voy a ir y me voy a poner a darle vuelta a la matica y todo. Ella se va a poner muy contenta y va a creer que estoy en lo suyo. La pobrecita: ella viéndome aquí solo sentadito en la sombra, resguardado de la solana, fumándome tranquilo mi tabaco cien. Seguro que se cree que yo no he abierto la boca en toda la santa mañana, que no he dicho ni esta boca es mía. ¿La mataré de un desengaño? Voy a darle yo también mi vuelta boba a la ceiba.
En este libro de Cabrera Infante hay cuentos inéditos y otros, como el que se reproduce, que habían aparecido sólo en inglés, en revistas norteamericanas.