LA PACIENCIA Y LA EDUCACIÓN CORRIGEN PERFECTAMENTE LOS DEFECTOS
Una osa dio a luz un pequeño cachorro
horriblemente feo.
No se reconocía en él ninguna forma de
animal; era como una masa informe y repugnante. La osa, bien apesadumbrada a un
tal hijo, fue en busca de su vecina la corneja, la cual cantaba a la sombra de
un árbol murmurando dé lo lindo.
-¡Mi buena comadre! -díjole-. ¿Qué he
de hacer con mi cachorro? ¡Ganas me viene de estrangularlo!
-¡Guardaos de hacerlo! -contestó la
murmuradora-. Yo he visto a otras osas en la misma situación embarazosa que
vos. Id, pues; lamed dulcemente a vuestro hijo y le veréis hermoso y agraciado
y os honrará.
La osa creyó fácilmente lo que le dijo
la corneja su comadre en favor de su hijo y se esmeró cuidándole; y el
cachorro, poco a poco, pareció menos disforme.
Yendo luego a dar gracias a su
comadre, le habló de esta suerte:
-Si no hubiéseis moderado mi
impaciencia hubiera desgarrado con seguridad al hijo que al presente
constituye el placer de mi vida.
¡Cuántos bienes impide la impaciencia
y cuántos males causa!
LA ABEJA Y LA MOSCA
Cierto día la abeja vio a una mosca
encima de su colmena
-¿Qué haces tú aquí? -le dijo ella con
tono furioso-. Verdaderamente eres atrevido, vil animalejo, mezclándote con
las 'reinas del aire.
-Tienes mucha razón -contestó con
frialdad la mosca-; es hacer un problema aproximarse a una nación tan fogosa
como la tuya.
-Nadie es más sabio que nosotras -dijo
la abeja-, únicamente nosotras tenemos leyes y una república civilizada;
solamente libamos en el cáliz de las flores olorosas y no hacemos más que
deliciosa miel comparable al néctar. ¡Lejos de mi presencia, villana mosca
importuna, que no haces más que zumbar y buscarte la vida entre la basura!
-Vivimos como podemos -contestó la mosca-: la pobreza no es un vicio; pero sí
lo es,, y muy grande, la cólera. Vosotras hacéis la miel que es dulce, pero
vuestro corazón es siempre amargo: vosotras sois sabias con vuestras leyes, pero
iracundas -en vuestra conducta. Vuestra cólera, que os hace picar a vuestros
enemigos, os causa la muerte, y vuestra loca crueldad os hace así peor daño a
vosotras mismas, que a nadie. Es preferible tener unas cualidades menos
admirables y un poco más de moderación.
LOS DOS ZORROS
Dos zorros entraron de noche y por
sorpresa en un gallinero y estrangularon al gallo, las gallinas y a los
polluelos y, después de la carnicería, apaciguaron su hambre. Uno de ellos,
joven y ardiente, quería devorarlo todo; el otro, viejo y avaro, quería guardar
alguna provisión para más adelante. El viejo decía:
-Hijo mío, la experiencia me ha vuelto
sabio: yo he visto muchas cosas desde que estoy en el mundo. No comamos todo
esto en un solo día. Hemos tenido fortuna; es un tesoro lo que hemos
encontrado y es preciso economizar. El joven contestó:
-Yo quiero comerlo todo ahora que lo
tengo y saciarme por ocho días; porque riámonos de lo que pueda suceder; el
mañana no será tan bueno: el amo, para vengar la muerte de sus pollos, nos
acogotará.
Después de esta conversación cada cual
cogió su parte. El joven comió tanto que reventó; apenas pudo llegar a su
madriguera para morir. El viejo, que se creyó más sabio moderando su apetito y
vivir economizando, al día siguiente, al volver a su presa, fue acogotado por
el amo.
Así, cada edad tiene sus defectos; los
jóvenes son fogosos e insaciables en sus placeres; los viejos son incorregibles
en su avaricia.
EL LOBO Y EL CORDERILLO
Dos corderos estaban tranquilamente en
su redil. Los perros dormían y el pastor tocaba la flauta. Con otros pastores
vecinos, a la sombra de un olmo: Llegándose un lobo hambriento observó por las
rendijas del cercado el estado del redil. Un corderillo sin experiencia y que
todavía no conocía al mundo entró en conversación con él.
-¿Qué buscáis aquí? -dijo el glotón.
-Hierba tierna y florida -contestó el
lobo-. Bien sabes que nada es más dulce que apacentar en un verde prado
esmaltado de flores apaciguando el hambre y luego llegar a una clara
fuentecilla para
apagar la sed; yo he hallado aquí
cerca el prado y la fuente. ¿Qué he de hacer? Amo la filosofía que enseña que
conviene alegrarnos un poco.
-¿Es verdad, por ventura -dijo el
corderillo-, que no coméis la carne de los animales y os contentáis con un poco
de hierba? ¡Si es así, vivamos como hermanos y apacentemos juntos!
Con esto el corderillo, saliendo del
redil, se dirigió a la pradera, donde el excesivo filósofo lo destrozó y
devoró.
Desconfiad de las bellas palabras de
la gente cuando hace alarde de su virtud. Juzgadla por sus acciones y no por
sus palabras.
EL DRAGÓN Y LAS ZORRAS
Cierto dragón guardaba un- tesoro en
una profunda caverna, velando día y noche en su defensa. Dos zorras, de mucha
picardía y muy pagadas de su oficio de ladrón, se insinuaron, adulándole, y
llegaron a ser sus confidentes. La gente más complaciente y entrometida no
suele ser la más segura. Le trataban como a un gran personaje y todas sus
fantasías causaban admiración; se ponían siempre a sus órdenes y se burlaban
mutuamente de su propia candidez. Cierto día el dragón, estando ellas, se
durmió, y entonces las zorras lo estrangularon y se apoderaron del tesoro. Lo
difícil fue partirlo, porque dos malvados no se ponen de acuerdo más que para
obrar el mal. Una de ellas quiso moralizar, diciendo:
-¿De qué nos servirá tanta plata? Un
poco de caza nos convendría más; porque el metal no se come: los doblones son
difíciles de digerir. Los hombres son unos insensatos amando tanto a estas
riquezas. No seamos nosotras tan insensatas como ellos.
La otra fingió haberle llegado muy
adentro aquellas reflexiones y aseguró que quería vivir tan filosóficamente
como Blas, llevando siempre sobre sí su tesoro.
Cada una de ellas deseaba quitar el
tesoro a la otra: ambas mintieron y ambas se engañaron. Muriendo, una de ellas
dijo a la otra que se hallaba tan mal parada como ella: - -¿Qué harás de este dinero?
-Lo mismo que harás tú -contestóle la
otra. Cierto hombre que pasaba, comprendiendo la aventura, entendió que no
fueron cuerdas. Y con esto le dijo una de las zorras:
-No lo eres tú menos que nosotras.
Tampoco sabrías nutrirte de dinero como nosotras, y en cambio, vosotros los
hombres os matáis por conquistarlo. Cuando menos nuestra raza ha sido hasta el
presente más sabia que la vuestra, puesto que no ha osado poner en uso la
moneda. La habéis introducido en vuestras costumbres para mayor comodidad y ha
causado vuestra desgracia. Vosotros perdéis los verdaderos bienes, buscando
bienes imaginarios.
LOS ANIMALES SE REÚNEN EN ASAMBLEA PARA ELEGIR REY
Habiendo muerto el león, todos los
animales fueron a su madriguera con objeto de dar el pésame a la leona, su
viuda, cuyos gemidos resonaban en las montañas y en las forestas. Después de
haberle hecho los debidos cumplimientos, discurrieron sobre la elección del
nuevo rey; la corona del difunto hallábase en medio de la asamblea. El
cachorro del difunto era demasiado débil y pequeño para obtener el trono sobre
tan fieros animales.
-Dejadme crecer -dijo él- y sabré
reinar y engrandecerme. Entretanto, yo quiero estudiar la historia de las
hermosas acciones de mi padre, para un día saber igualarle en su gloria.
-Por lo que a mí toca -dijo el
leopardo-, como soy el animal que más se parece al león, pretendo ser coronado
Y objetó el oso:
-Me hicisteis una injusticia
prefiriendo al león a mi persona; porque yo soy fuerte, valeroso carnicero
tanto o más que él, y tengo, además, la cualidad de poder subir a los árboles.
-Juzgad, señores -dijo el elefante-,
que no existe animal alguno que pueda compartir la gloria de ser tan grande,
tan fuerte y tan bravo como yo.
-Yo soy el más noble y el más bello de
los animales -dijo el caballo.
Y yo el más fino de todos ellos
-objetó la raposa.
-¡Y yo el más ligero en las carreras!
-dijo el ciervo.
-Pues ¿seríais capaces de hallar un
animal más industrioso y agradable que yo? -contestó el mono-. Divertiré todos
los días a mis súbditos. Soy el más parecido al hombre, que es el rey de la
creación. Entonces el papagayo habló de esta manera:
-Puesto que haces alarde de tener
mucho parecido con el hombre, más puedo envanecerme yo de ello. Tú le pareces
por tu feo semblante y tus hechos ridículos; pero yo me parezco a él por la
voz, que es la marca de la razón y constituye su más bello ornamento...
Y contestó el gorila:
-¡Cállate ya! ¡Charlatán! Tú hablas,
pero no como habla el hombre; dices las mismas palabras, sin saber lo que
dices.
La asamblea burlóse de los malos
copistas del hombre y entregó la corona al elefante, porque tiene fuerza y
sabiduría, sin ser cruel como las demás bestias furiosas y sin tener la necia
vanidad de tantos otros que quieren parecer lo que no son en realidad.
EL MONO
Habiendo muerto cierto mono, su sombra
bajó a la penumbra del reino de Plutón y pidió permiso a éste para retornar al
reino de los vivos. Plutón, con el fin de castigar su ligereza, vivacidad y
malicia, le dio permiso, a condición de que su cuerpo ocupase el de un borrico
pesado y estúpido; pero el mono le hizo tantas zalemas divertidas y jocosas que
el inflexible rey de los infiernos le concedió escoger el cuerpo dónde debía
ir. Entonces el mono solicitó entrar en el cuerpo de un papagayo, diciendo:
Así al menos conservaré alguna
semejanza con los hombres, que tanto tiempo he imitado. Cuando era mono imitaba
sus gestos; siendo papagayo tendré con ellos agradables conversaciones.
Apenas el alma del mono entró en el
cuerpo del papagayo, cuando una anciana mujer, muy charlatana, lo adquirió. El
mono hizo sus delicias; ella le puso en una hermosa jaula, y él, en buena
amistad, mantuvo largas conversaciones con la vieja charlatana no menos
sensata que él. Y con su nuevo talento llegó a aturdir a todo el mundo,
haciendo valer su antigua profesión; movía ridículamente la cabeza; rechinaba
con el pico; agitaba las alas de cien maneras; movía las patas y hacía más
gestos que el mismo Fagotin. La vieja llevaba caladas las gafas todo el santo
día para admirarlo. Gracias a su sordera no le llegaban a veces las palabras
del papagayo, en el cual hallaba más espíritu que en nadie. El papagayo, siendo
tan mimado, se hizo todavía más hablador, importuno y loco. Y tanto se
atormentó en la jaula y tanto vino bebió con la vieja, que al fin murió. Y helo
de nuevo ante Plutón, el cual esta vez le obligó a vivir en el cuerpo de un
pez, para obligarle a ser mudo; pero como él hiciera una nueva farsa delante
del rey de las sombras y los príncipes no suelen resistir a las peticiones de
los malvados graciosos que los adulan, Plutón acordó que fuera a parar al cuerpo
de un hombre. Y como al dios le dolía enviarle al cuerpo de un hombre sabio y
virtuoso, le destinó al cuerpo de un hombre charlatán, pesado, importuno,
mentiroso, envanecido y ridículo en los gestos, que hacía burla de todo el
mundo, que interrumpía todas las conversaciones, aún las más discretas y serias,
para soltar las tonterías y necedades más groseras. Mercurio le reconoció en
este nuevo estado, y, riendo, dijo:
-¡Demonios! ya te reconozco; tú no
eres más que un compuesto de mono y de papagayo. Quien observe tus gestos y tus
palabras aprendidas de memoria y sin juicio habrá observado tu verdadero ser.
De un alegre mono y de un buen papagayo han hecho un hombre estúpido.
¡Cuántos hombres existen en el mundo
que con sus gestos y fanfarronerías y aire presuntuoso demuestran no tener
sentido común!
EL MOCHUELO
Un joven mochuelo mirándose en una
fuente encontróse muy bello; no diré que se miraba de día (durante el cual es
desagradable), sino durante la noche: y, encantado de su hermosura pensó:
«Yo estoy al servicio de las Gracias;
cuando nací, Venus me ciñó con su cintura; los tiernos amores acompañados de la
juventud y de la risa danzaban en derredor de mí y me acariciaban. Ya es tiempo
de que el blondo Himeneo me dé hijos graciosos como yo, que serán el ornamento
de los bosques y las delicias de la noche. ¡Qué desgracia más grande si se
perdiera la raza de las más perfectas avecillas! ¡Feliz la esposa que pase su
vida contemplándome!»
Estando con estos pensamientos envió
la corneja al águila, la reina de los aires, para que le pidiera en su nombre
uno de sus aguiluchos hembras. La corneja, pesarosa de cargar con esta
embajada, dijo:
-Seguramente seré mal recibida,
proponiendo un casamiento tan poco conveniente. ¿Cómo es posible que el águila,
que tiene la osadía de mirar fijamente al sol, os quiera en matrimonio, cuando
vos no osáis abrir los ojos durante el día? Porque el uno saldría de noche y la
otra de día.
El mochuelo, lleno de vanidad y.
pagado de sí mismo, no quiso escucharle; y la corneja para contentarle, fuese
por fin con la demanda al águila vieja. Ésta se mofó de ella y contestó:
-Si el mochuelo quiere ser mi yerno,
que venga en cuanto se levante el sol y me salude en medio del aire.
El presuntuoso y atrevido mochuelo
quiso ir; mas sus ojos quedaron cegados por los rayos del sol, cayendo desde
lo alto sobre una roca. Los pájaros se echaron sobre él y le arrancaron las
plumas. Y fue feliz pudiendo escapar a su agujero y casarse con la lechuza,
digna dama de aquel lugar. El himeneo fue celebrado de noche y ambos se encontraron
muy bellos y agradables
Que cada cual busque lo suyo y sólo se
envanezca de sus propias ventajas.
EL GATO Y LOS CONEJOS
Un gato, haciéndose el bonachón entró
en el vivero de conejos, y éstos, alarmados se hundieron más en sus agujeros.
Y como el recién venido se pusiera en acecho detrás de un montón de tierra,
los diputados de la nación conejil, que habían observado sus terribles garras,
se presentaron a la entrada y lo más lejos posible del gato, para preguntarles
cuáles eran sus pretensiones. El gato, con voz melosa, protestó que solamente
quería estudiar las costumbres de aquella nación, pues en calidad de filósofo
había viajado por todos los países con el fin de informarse sobre las
costumbres de cada una de las especies animales. Los diputados, simples y
crédulos, retornaron a sus hermanos para manifestarles que aquel extranjero,
tan venerable por su porte modesto y su majestuosa piel, no era más que un
filósofo sobrio, desinteresado y pacífico, que iba buscando la sabiduría, de
país en país; que venía de otros muchos países donde había visto grandes
maravillas; que tendría mucho placer y muchos deseos de entenderlos, sin el
menor deseo de molestar a los conejos, pues creía, como buen brahmán, en la
metempsicosis y no comía de ningún alimento que hubiese tenido vida. La
asamblea se sintió impresionada con tan bello discurso. En vano un conejo
anciano muy astuto, que ejercía la profesión de médico de familia, manifestó
las sospechas que le producía aquel grave filósofo; a pesar de esto, fue, no
obstante, el brahmán, quien, como primer saludó, estranguló a siete u ocho de
aquellos pobres conejos. Los otros gana, Con más que a prisa sus agujeros,
desengañados y bien arrepentidos de su falta. Entonces don Mitis se volvió a la
entrada del vivero, protestando de su cordialidad, que muy a pesar suyo había
causado aquellos asesinatos, estimulado por la necesidad; pero que en adelante
viviría de los otros animales, firmando con los conejos una alianza eterna. Con
esto los conejos entraron en negociaciones con él, desde luego a respetuosa
distancia de sus garras. Las duras negociaciones fueron entretenidas.
Entretanto, un conejo de los más ágiles salió por la parte trasera y fue a
advertir a un pastor vecino que solfa cazar en el lago aquellos conejos bien
nutridos de enebro. El pastor, irritado contra el gato exterminador de un
pueblo tan útil, corrió a la madriguera con el arco y las flechas, y
apercibiendo al gato, atento a su proeza, le disparó una de ellas, y entonces
el gato, expirando, dijo estas últimas palabras:
-Quien engaña una vez, pierde toda la
confianza; y luego es odiado, temido y detestado, y finalmente cogido en sus
propias redes.
EL PALOMO CASTIGADO POR SU INQUIETUD
Dos palomos vivían juntos en un
palomar, gozando de una paz profunda. Hendían el aire con tanta rapidez, que
parecían tener inmóviles las alas entendidas en el aire. Y gozaban volando uno
en pos del otro, huyendo y persiguiéndose mutuamente. Se mantenían del grano
que hallaban en el cortijo o en las vecinas praderas, y gustaban refrescarse en
la onda pura de un arroyuelo que serpenteaba a través de la cerca florida. De
allí volvían a su morada, al palomar blanqueado y lleno de pequeños agujeros,
donde pasaban el tiempo en dulce convivencia con sus fieles compañeros. Sus corazones
eran tiernos y su plumaje lleno de cambiantes, con más matices que los colores
del Iris inconstante. Se oía el dulce arrullo de estos felices palomos y su
vida era deliciosa. Mas uno de ellos, perdiendo el gusto de los goces de la
vida placentera, se dejó seducir por una loca ambición, dejándose llevar por
los proyectos de la política. Abandonó a su antiguo compañero y cruzó el aire
hacia Levante. Pasó las aguas del Mediterráneo. Con las alas extendidas bogaba
por los aires como el navío de extendidas velas boga sobre el seno de Tetis.
Así llegó pronto a Alejandreta y siguió el camino hasta las tierras de Alepo.
Llegando a este lugar, saludó a las palomas de aquellas tierras, mensajeras
reglamentadas, y les deseó felicidad. Entre aquellas palomas se armó una
algarabía, murmurándose que había llegado un extranjero a su nación después de
hendir espacios inmensos; por este mérito se le otorgó el rango de mensajero y
fue destinado a llevar semanalmente las cartas de un bajá, atadas a la pata
haciendo veintiocho leguas en menos de una jornada. El palomo estaba orgulloso
de llevar consigo los secretos de estado y sentía compasión hacia el pobre
compañero que dejara sin gloria en los agujeros del antiguo palomar. Pero
cierto día, cuando llevaba consigo las cartas del bajá, del cual se sospechaba
su fidelidad al Sultán, quiso éste leer las cartas de aquél, por si tuviese
alguna inteligencia secreta con los oficiales del rey de Persia; y una flecha
lanzada hirió al pobrecito palomo; con una ala atravesada y derramando sangre,
mantúvose todavía un poco en el aire, pero luego cayó y las tinieblas de la
muerte cubrieron para siempre sus sus ojos. Cuando se examinaban las cartas,
el pobre palomo expiró dolorosamente, condenando su vana ambición y recordando
la dulce paz del palomar donde viviera en tanta seguridad con su amigo fiel.
LOS DOS RATONES
Un ratón, cansado de vivir entre
peligros y alarmas por causa de Mitis y de Rodilardo, que solían hacer gran
carnicería en la nación ratonil, llamó a la comadre que vivía en un agujero de
la vecindad.
-He tenido -le dijo- una buena idea.
Por ciertos libros que he roído estos pasados días supe que existe un hermoso
país llamado las Indias, donde nuestro pueblo es mejor tratado y goza de más
seguridad que aquí. En aquellos países lejanos creen los sabios que el alma del
ratón fue en otro tiempo el alma de un gran capitán, de un rey o de un fakir
maravilloso, pudiendo, después de la muerte del ratón, entrar en el cuerpo de
una bella dama o de un gran sabio. Si no recuerdo mal llamaban a esto
metempsicosis. Como tienen esta creencia, tratan a los animales con un cariño
fraternal, habiendo levantado hospitales de ratones, donde viven en pensión,
mantenidos como personas de mérito. Vámonos, pues, hermana mía, y hágase por
fin justicia a nuestros méritos
La comadre contestó:
-Pero ¿es que en ese hospital no
entran los gatos? Porque si entran realizarán muy a prisa la metempsicosis y
con un golpe de sus garras o de sus dientes harán un faquir o un rey, y en este
caso no creo lo pasemos tan bien como supones.
-No temáis esto --contestó el ratón-;
en aquel país el orden es perfecto y los gatos tiene sus casas, como los
nuestros las suyas, y tiene también aparte sus hospitales para sus inválidos.
Después de esta conversación partieron
juntos, embarcándose en una navío de gran escala, escurriéndose por las
cuerdas de las amarras, la víspera de su salida. Los dos ratones ansiaban verse
ya en alta mar, lejos de aquellas tierras malditas donde los gatos ejercen una
tiranía cruel. Por fin parte el buque. La navegación fue muy feliz; pronto
llegaron a Sucrates, no para amasar riquezas como los mercaderes, sino para
hacerse tratar bien por los indios. En cuanto entraron en una casa de ratones
quisieron ocupar los primeros puestos. El uno pretendía haber sido en otro
tiempo un brahmán famoso en las costas de Malabar, y la otra, una bella dama
del mismo país, de largas y hermosas orejas...
Tan insolentes se hicieron, que los
demás ratones no podían sufrirlos, lo que causó una verdadera guerra civil, no
concediéndose tregua a los dos europeos que pretendían hacer leyes para los
demás, y en lugar de ser estrangulados por los gatos, fueron muertos por sus
propios hermanos.
Bien está huir lejos del peligro: pero
si no se es modesto y sensato, aun lejos, hállase la desgracia; porque cada
cual puede hallarla consigo mismo.
LAS ABEJAS Y LOS GUSANOS DE SEDA
Cierto día las abejas volaron hasta el
Olimpo, llegando hasta los pies del trono de Júpiter para recordarle que
tuviese cuidado de ellas en atención al que ellas habían tenido de él,
nutriéndole con su miel en el monte Ida, durante su infancia. Júpiter hubiera
querido concederles los primeros honores sobre los demás animales, pero
Minerva, que preside las artes, le hizo presente que había otra especie que
disputaba a las abejas la gloria de las invenciones útiles. Júpiter quiso saber
el nombre de esta especie, y le contestó Minerva:
-Son los gusanos de seda.
Entonces el Padre de los dioses ordenó
a Mercurio que le llevase sobre las alas de los dulces céfiros, los diputados
de aquel pequeño pueblo, a fin de poder juzgar después de oír. ambas partes.
La abeja embajadora de su nación le
hizo presente la dulzura de la miel, que es néctar de los hombres, su utilidad
y el arte con que es elaborada; después le habló también de las leyes políticas
por que se rige la república de las colmenas.
-Ninguna otra especie -decíale- puede
vanagloriarse de esto, y es una recompensa haber podido nutrir en una cueva
al Padre de los dioses. Además nosotras poseemos el valor bélico cuando nuestra
reina anima a las tropas en los combates... ¿Es posible que estos viles y
despreciables insectos osen discutirnos el primer rango? Ellos no saben más que
arrastrarse, mientras que nosotras hendimos el aire con nuestro noble vuelo y
con nuestras alas doradas subimos hasta los astros.
El embajador de los gusanos contestó:
-Nosotros no somos más que pequeños gusanillos; no tenemos aquel gran valor
para los combates, ni aquellas sabias leyes; pero cada uno de nosotros ostenta
las maravillas de la naturaleza y se consume en un trabajo útil. Sin necesidad
de leyes vivimos en paz, de modo que nunca se da la guerra entre nosotros,
mientras que las abejas luchan al cambio de cada reina. Nosotros tenemos las
virtudes de Proteo que cambiaba de formas. Unas veces somos pequeños gusanos
compuestos de once pequeños anillos entrelazados con la variedad de los más
vivos colores que se admiran en las flores de los jardines. Y enseguida
hilamos para que los hombres se vistan ricamente, para adornar los tronos y
los templos de Dios con magnificencia. Luego nos transformamos en
bellota viva, .palpitante, envuelta en
una seda, que no es como la miel que se corrompe, sino que perdura... Después
de estos procedimientos nos tornamos mariposas profusamente adornadas de los
más ricos colores. Y entonces no cedemos nada a las abejas, puesto que en vuelo
llegamos hasta las puertas del Olimpo. Juzgad, pues, Padre de los dioses.
Júpiter hallábase apurado para
decidirse: pero al fin declaró que el primer rango correspondía a las abejas
por los derechos adquiridos en los tiempos atávicos.
-¿Por qué degradarlas? -dijo -: yo les
estoy agradecido; pero creo que los hombres deben aún más a los gusanillos de
seda.
EL NILO Y EL GANGES
Cierto día dos ríos, el uno celoso del
otro, se presentaron a Neptuno con el fin de disputar los primeros honores.
Se hallaba el dios en el seno de una gruta profunda, sentado en un trono de
oro; las bóvedas eran de piedras dibujadas cubiertas de rocalla y conchas marinas;
de todas partes llegaban las aguas inmensas y se detenían a sus pies para
elevarse luego, como un dosel, sobre la cabeza del dios. veíanse allí al viejo
Nereo, rizado y curvo como Saturno; al grande Océano, padre de las ninfas;
Tetis, llena de encantos; Anfítrite con su pequeño Palemón; Ino y Melicertes y
a la multitud de jóvenes Nereidas. Proteo hallábase rodeado de sus rebaños
marinos, los cuales por sus vastas narices abiertas, aspiraban las ondas
amargas para vomitarlas luego como las rápidas cascadas que se despeñan por
los escarpados roquizales. Todas las fuentecillas transparentes, los arroyos
presurosos cubiertos de espumas. Los torrentes que riegan la tierra y los
mares que la rodean, llevaban el tributo de sus aguas al padre soberano de las
ondas. Los dos ríos, el Nilo y Ganges, avanzaron; el Nilo ostentaba en su mano
una palma y el Ganges una caña índica cuyo meollo ofrece un jugo tan dulce que
se le llama azúcar; ambos iban coronados de juncos. La vejez de ambos era tan
avanzada como majestuosa; sus cuerpos nerviosos mostraban un vigor y una
nobleza muy superior a la de los hombres. Su barba, de un verde azulado,
ondulaba hasta la cintura: sus ojos eran vivos y resplandecientes; sus cejas,
espaciadas y húmedas, caíanles sobre los párpados. Atravesaron el conjunto de
monstruos marinos; los rebaños de tritones retozantes tocaban sus retorcidos
cuernos; los delfines sacaban sus cabezas y con las colas levantaban montañas
de espuma y hundíanse de nuevo en las aguas, como sise les abrieran los
abismos.
El Nilo fue el primero en hablar; y lo
hizo de esta suerte:
-¡Oh, gran Hijo de Saturno que
gobernáis el vasto imperio de las aguas! ¡Compadeceos de mi dolor! Ahora se me
discute la gloria adquirida por mí después de tantos siglos; un nuevo río que
fluye por países bárbaros osa disputarme los primeros honores. ¿Por ventura
habéis olvidado que la tierra de Egipto, fertilizada por mis aguas, fue el
asilo de los dioses, cuando los gigantes quisieron escalar el Olimpo? Yo soy
quien ha enriquecido estas tierras; yo soy quien ha hecho tan potente y
delicioso al Egipto. Mi curso es inmenso; yo vengo de los países ardorosos
donde no osan acercarse los mortales; y cuando Faetón, sobre el carro del Sol,
viene para caldearlas y para evaporar mis aguas, entonces levanto tanto mi
cabeza que, desde aquel tiempo hasta el presente, no se ha podido saber dónde
se halla mi fuente y mi origen. Cuando las metodizadas inundaciones de los
riachuelos inundan las campiñas, mis aguas más regulares esparcen por el
Egipto la abundancia, y así son sus tierras deliciosas como un bello jardín; y
dóciles circulan por los canales que el hombre fabrica para regar sus campos y
facilitar el comercio. Innumerables villas -cuéntanse hasta veinte mil en el
solo Egipto- asiéntanse en mis riberas. Sabéis bien que mis cascadas y
cataratas entonan cadencias maravillosas con el caudal ingente de las aguas; bajando
por los roquedales a las llanuras del Egipto. Dícese también que el rumor de
mis aguas llega a ser tan grande que ensordece a los hombres. Siete bocas
diferentes llevan su caudal a vuestro imperio; y el delta que forman constituye
la más sabia morada del pueblo mejor organizado y más antiguo del universo;
cuenta muchos años de historia en la tradición de sus sacerdotes. También votan
a mi favor el largo de mi curso, la antigüedad de mis pueblos, las maravillas
con que los dioses han colmado mis riberas, la fertilidad de mis tierras,
gracias a mis inundaciones, y la singularidad de mi desconocido origen. Mas,
¿por qué ponderarlo contra un adversario que vale tan poco? Él sale de las
tierras salvajes y heladas de los escitas y vierte sus aguas en un mar huérfano
de otro comercio que el de los bárbaros: aquellos países son célebres sólo por
haberlos subyugado Baco seguido de una multitud de hembras ebrias y desgreñadas
que danzaban con los tirsos en la mano. No ostenta en sus riberas ni pueblos
limpios y sabios, ni villas magníficas, ni monumentos en honor de los dioses:
es un nuevo dios que allí se pregona tal, sin dar pruebas de su divinidad. ¡Oh,
poderoso dios! ¡Vos que mandáis a los vientos y a las tempestades, confundid
su temeridad!
Entonces replicó el Ganges:
-Lo oportuno es confundir la vuestra.
En efecto, sois el río más antiguamente conocido: pero no existíais antes de
que yo existiera. Como vos, también yo desciendo de las altas montañas y
recorro vastos países y recibo el tributo de muchos afluentes y por infinitas
bocas vierto mi. caudal al mar y fertilizo las llanuras que inundo. Si,
siguiendo vuestro ejemplo, quisiera ostentar lo maravilloso, diré con los
indios, que bajo del cielo y que mis aguas bienhechoras no son menos
saludables al cuerpo que al alma. Pero no es preciso envanecerse de quimeras
ante el dios de los ríos y los mares. Creado cuando el mundo salió del caos,
muchos escritores me hacen nacer en el paraíso de las delicias, que fue la
primera patria de los hombres. Pero lo cierto es que riego más reinos que vos;
es que recorro otras tierras tan risueñas y tan fecundas: es que arrastro el
oro, que es tan caro a los hombres; es que en mis playas hállanse las perlas,
los diamantes y cuanto orna los templos y los mortales; es que a la vera de mi
corriente vense edificios soberbios donde se celebran largas y magníficas
fiestas. Los indios, como los egipcios, tienen sus antigüedades, sus
metamorfosis, sus fábulas; pero sobre ellos, son gimnosofistas y filósofos
esclarecidos. ¿Quién de vuestros sacerdotes puede compararse a Pilpay? Él
enseñó a los monarcas los principios de la moral y el arte de gobernar con
justicia y bondad. Sus apólogos ingeniosos han hecho su nombre inmortal; se los lee, pero no aprovechan demasiado a
los estados que he enriquecido; y así lo que nos hace quedar mal a los dos es
que únicamente vemos en nuestras riberas monarcas desventurados, porque no aman
sino los placeres y un poder sin moderación; es que ninguno de los dos ve, en
cualquiera de las partes de la tierra, más que pueblos desgraciados, porque
son esclavos casi todos sus habitantes, víctimas de voluntades arbitrarias y de
la insaciable avidez de amos que mejor que gobernarlos los explotan. ¿Para qué
nos sirve, pues, la antigüedad de origen, la abundancia de las aguas y el
espectáculo de las maravillas que ofrecemos al navegante? Yo no aspiro ni a
los honores ni a la gloria de la preferencia, porque con ello no podría
contribuir a la felicidad de las muchedumbres, puesto que sólo serviría para entretener
la molicie y la avidez de algunos tiranos fastuosos e indolentes: No hay
riqueza ni grandeza estimable si no es útil al género humano.
Neptuno y la asamblea de los dioses marinos
aplaudieron el discurso del Ganges y alabaron su tierna compasión hacia la
Humanidad vejada y dolorida. Y le dieron la esperanza de que, desde otra parte
del mundo, transportarían a la India naciones más cultivadas y humanas que
pudieran establecer los principios políticos verdaderos, haciéndoles comprender
que la verdadera felicidad consiste en hacer felices a los súbditos y en
gobernarlos con sabiduría y moderación.
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