El tipo apareció de
improviso, ante la indiferencia general, por detrás de la
columna. Se inclinó
por sobre el hombro del Sordo, lo tocó en un brazo y le dijo
"Quiero hablar
con vos". El sordo levantó la vista, lo miró con el ceño fruncido
como si no lo
conociera, pegó una hojeada sobre los otros componentes de la mesa
y amagó una evasiva.
- Vamos allá -dijo el
otro, señalando las mesas del fondo. El Sordo se puso de
pie, serio. Casi
ninguno, ni Pochi, ni Roger, ni Gustavo, se habían percatado de
la situación.
- Pagale al hombre,
che -dijo en voz alta, Ricardo, el único que había caído en
la cuenta.
- ¿ Siempre lo mismo,
Sordo? -se anotó el Zorro, zumbón-. No lo cagués al
muchacho.
Pero el tipo, muy
serio, ya se alejaba hacia el fondo. Ahora sí, los demás
hicieron un instante
de silencio, prestándole una mínima atención al suceso.
- Parece que viene
pesada la cosa -se rió el Zorro.
- ¿ Y no lo
escuchaste al punto? -preguntó Ricardo- "Quiero hablar con vos" le
dijo. Nada de
"¿Podría hablar un momentito con vos?" o "¿ Tendrías un minuto
para
atenderme?". Nada. "Quiero hablar con vos" y a la lona.
- Será cana.
- Es un novio que se
levantó el Sordo en las vacaciones -dijo Pochi.
- Se habrá puesto
celoso el quía -supuso el Zorro.
- Lo ve con tantos
machos.
- ¿Dónde
"machos"? -se hizo el boludo, Guillermo. Y sin transición alguna
volvieron al tema de
las bailantas y de las tres negras que había traído el
Flaco Campana del
Brasil para bailar en los pueblos. "No le queda guita pero
coge al costo"
justificaba el Pochi.
El tipo se había
sentado enfrente del Sordo y se quedó mirando hacia el lado del
mostrador, los ojos
entrecerrados, rebuscando algo con la lengua entre los
dientes, tomada la
mano que sostenía el pucho en el reborde de aluminio de la
mesa. El Sordo pudo
mirarlo un poco más. Sin ser muy alto, tenía cierta pinta de
bestia. Algún pozo de
viruela en la mejilla, sombra de barba, remera de marca
desconocida abierta
en sus tres botones. Prolijo, pese a todo. Por un momento
bastante largo
pareció que el tipo no iba a empezar a hablar nunca.
- Vos te encamaste
con mi mujer -soltó de golpe mirándolo, ahora sí, al Sordo.
- ¿Cómo? -el Sordo
adelantó la cabeza con un sobresalto elástico del cuello,
como un tero al
caminar.
- Que vos te encamaste
con mi mujer.
- ¿Con tu mujer?
El otro había
adelantado el maxilar inferior dejando un orificio circular entre
sus labios, por donde
el humo del cigarrillo escapaba y le nublaba los ojos. No
dijo nada más, y, por
el casi imperceptible trepidar de la mesa, era notorio que
oscilaba una pierna
pivoteando sobre el pie flexionado como si cosiera a
máquina.
- Espera un
cachito... Esperá un cachito...-se rascó una ceja el Sordo amagando
una sonrisa forzada-.
Yo a vos...¿te conozco?
- Sí, me conocés...
- Porque, vos acá
aparecés... -sobrevoló la información del Sordo- ... me venís
a buscar a la mesa,
me presionás para que venga a hablar con vos... Me hacés
levantar de la mesa
donde...
-Sí me conocés...
-... yo estoy con mis
amigos conversando lo más tranquilo y, de rompe y raja, me
salís con esto de
que...
- No te hagas el
turro que me conocés...
El Sordo paró. Se
quedó con la mano izquierda cerrada con la punta de los dedos
hacia arriba,
interrogante, junto al pecho.
- ¿Que yo te conozco?
¿De dónde te conozco? A ver si nos volvimos todos locos.
- Me conocés de la
puerta de la escuela Mariano Moreno, de Paraguay al 1200...
Vos vas a buscar a tu
piba ahí. Y yo también.
- ¿ Vos también?
- Sí señor... Y a
veces voy yo y a veces va mi jermu. Y vos a veces chamuyás con
mi jermu ahí y otras
veces ... -el tipo inclinó la cabeza como si quisiera
apoyar una oreja en
el nerolite de la mesa en tanto golpeaba con el
índice-..chamuyás con
ella acá, en este mismo boliche.
-¿Acá?
- Sí señor -el tono
del tipo tenía un atisbo de grosería y un siseo remarcado.
- Y... ¿Quién es tu
mujer?
- No te hagás el
boludo que vos sabés muy bien quién es mi mujer.
- No, mi viejo... -se
enojó el Sordo-. No sé quién es tu mujer y tampoco tengo
la más puta idea de
quién sos vos... Vos me venís con eso de que vas a buscar a
tus pibes a la
escuela Mariano Moreno y yo también voy de vez en cuando a buscar
a mi piba a esa
escuela; pero te puedo asegurar que no me acuerdo ni en pedo de
vos ni de tu cara ni
de un carajo...
- No levantés la voz,
no levantés la voz -pidió el otro, lo que en parte
tranquilizó al Sordo.
Al parecer, el
inquisidor no buscaba un escándalo aunque su tono estaba más
cerca de la amenaza
que del paternalismo-. Y no te hagas el boludito -al decir
"boludito"
sacudió hacia ambos costados la cabeza acompañando cada sílaba-. No
te hagas el boludito
-repitió- porque la semana pasada yo fuí con mi mujer a
buscar los pibes al
colegio y vos estabas ahí, y justo estabas al lado nuestro,
y estuvimos hablando,
así que no me vengas con que no sabés quién mierda es el
que tenés sentado
enfrente.
El Sordo se tiró
hacia atrás en su silla, en parte como asombrado, en parte para
alejarse de ese par
de ojos que amartillaban el reproche demasiado cerca suyo.
Unió las manos en una
palmada y se mordió el labio inferior.
- Esto es increíble
-dijo como para sí-. Pero mirá las cosas que uno se tiene
que bancar -observó
hacia todos lados como buscando una explicación y, de paso,
constató si los
muchachos de la mesa seguían las alternativas del episodio y si
llegado el momento,
se hallaban dispuestos a entrar en acción en caso de que
volara el primer
tortazo.
- El que me la
tendría que bancar soy yo -se señaló el pecho el otro-. Y no me
la banco. Así que no
me vengas con que no me conocés y tampoco conocés a mi
mujer porque está muy
claro que no es así. Y tampoco andés mirando para tu mesa
porque ninguno de
esos pelotudos va a venir a ayudarte. Esos son muy buenos para
hablar al pedo pero a
la hora de los bifes se borran todos.
- Pero ¿Qué decís?
¡Pero escucháme! -quedó cortado el Sordo, enojado, no tanto
por el análisis
social que el intruso había esgrimido impunemente sobre sus
amigos sino más bien
porque aquel tipo se había dado cuenta de su mirada de
auxilio hacia la
base- ¡Me pongo así para escucharte con el oído sano! ¿O por
qué te pensás que me
dicen el Sordo?
- Sí señor...-siguió
el otro-. Porque en este boliche son muy de pajearse en
charlas
intelectuales, son muy del franeleo pajero todos ustedes y de hacerse
los nórdicos, los
suecos, en la cuestión de las minas. Pero en donde yo me crié,
toda esa histeria, no
corre, mi querido. Allá estas cosas se resuelven sin tanto
psicoanálisis, estas
cosas se resuelven como se resuelven en el barrio. Y yo
sabía, estaba seguro,
que esto iba a pasar cuando mi mujer me dijo que venía a
este boliche de
mierda, lleno de trolos, de pichicateros y de pajeros.
- Pará un cacho...
pará un cacho... -buscó aire el Sordo, sin saber muy bien
cómo seguir.
- Y por eso vos me
vas a explicar bien explicado cómo fue todo este fato con mi
mujer, con la hija de
puta de mi mujer...
- Pará un cacho...
-continuó haciendo tiempo el Sordo-. Te digo una cosa... Te
digo una cosa... Yo
te estoy respondiendo, te estoy contestando por una
elemental regla de
cortesía. Por una... digamos... elemental norma de respeto
-el otro lo miraba
sin entender-. Pero la verdad es que no debería darte ni
cinco de pelota, ni
cinco de bola debería darte... Vos no sos mi viejo, ni sos
cana, ni sos el
fiscal de la Nación para venir a apurarme con este asunto de ...
- ¿Sabés quién soy
yo? ¿Sabés quién soy yo? -el otro volvió a echar el torso
sobre la mesa-. Yo
soy el esposo de Marcela. El marido de Marcela. Ése soy yo.
El esposo de la mina
con la que vos te encamaste. O te encamás. Eso lo tengo que
averiguar todavía...
El Sordo lo miró un
momentito.
- ¿Quién es Marcela?
¿De qué Marcela me estás hablando?
- Marcela Tessone...
¿La ubicás ahora? -podía decirse que una sonrisa cínica
merodeaba la boca del
tipo.
- ¿Tessone? Mirá...
-El Sordo adoptó un tono condescendiente, como si tuviese
que explicarle a un
niño un tema muy distante de su capacidad de razonamiento-.
Acá todo el mundo se
conoce por el nombre o por el apodo. Yo, hay muchachos de
la mesa esos que vos
decís que son todos putos, que se borran todos - a los que
conozco nada más que
por el apodo ¡ y los conozco desde hace años! Pero que no
tengo ni la más puta
idea de cómo se llaman, del nombre, del apellido, de nada.
Por eso vos me decís
Tessone y yo te digo ... que sí... que puede ser... que por
ahí la...
- La morocha, alta,
medio narigona... Que vos le prestaste el libro de
Soljenitsyn...
El Sordo se quedó
mirándolo. No había mayores posibilidades de evadir el tema. Y
el tipo había
pronunciado el nombre de Soljenitsyn bastante bien.
- ¿Un libro de
Soljenitsyn? -caviló, sin embargo, frunciendo los labios-. Ah
sí...
- Para iniciarla en
lo intelectual...-de nuevo la sorna.
- Sí... Ya sé cuál
es...
- Y la boluda se
deslumbra con cualquier cosa. Hasta con un Patoruzito se
deslumbra...
- Marcela...
Se quedaron un
momento callados, observándose. Filoso el tipo. Más a la
defensiva el Sordo.
- ¿Entonces? -sacudió
el tipo.
- Entonces ... ¿Qué?
El otro mantuvo la
mirada fija.
- Y sí -admitió el
Sordo sin arriar demasiado sus banderas-. A veces hablamos
con tu mujer. Si es
ésa que vos decís, a veces hablamos. Acá, en el boliche.
Cuando ella viene.
Pero te digo que viene muy de vez en cuando. Pero nada más.
Yo a ella casi no la
conozco. La conozco a la amiga.
- A la Patri.
- A ésa. A la
Patricia. A ella la conozco más.
- ¿Así que la conocés
a la amiga? -de nuevo la ironía-. La conocés a la amiga
pero le prestás un
libro a mi mujer.
- A tu mujer la
conozco pero... oíme... la conozco como uno puede conocer a
tanta gente en esta
ciudad. Que la conocés de verla mil veces por la calle.
Como... como vos me
decías que yo te conocía a vos, de la puerta de la escuela.
Pero eso no quiere
decir que te conozco. Sí por ahí te veo y digo "Qué cara
conocida", pero
nada más... Rosario es una ciudad chica... Y hablo con ella como
puedo hablar con
tanta gente que viene acá, somos todos amigos...
- Sí... Amigos...
Amigos... Son todos muy amigos...
- Pero nada más...
El otro se pasó la
mano por la cara como para modelarse de nuevo los pómulos.
- Mirá, mirá...
-dijo-. No me vengas con versos, a mí ya no me caben los
versos...
- Pero... -arremetió
el Sordo-. ¿Y de dónde salió eso de que yo me encamo con tu
mujer? ¿Quién te dijo
eso de que yo me encamé con tu mujer? ¿Quién te fué con
esa pelotudez?
- Ella. Ella me lo
dijo.
El Sordo sintió el
impacto. Se demudó. Miró hacia el techo, hacia la mampara de
madera que separaba
el salón del quiosquito que da a la calle Sarmiento. Vió a
Pedro riéndose con
una mina. A Cary y a Querol hablando con una pendejita rubia.
El mundo seguía
andando y él no podía creer todavía que estaba sentado allí, en
el banquillo de los
acusados, ante un inquisidor que manejaba más información de
la tolerable.
- ¿Ella te dijo eso?
¿Marcela?
- Sí señor. Marcela
me lo dijo.
El Sordo meneó la
cabeza.
- ¿Ella te lo dijo?
- Ella.
- Mentira.
- Ah, claro... Aparte
de cornudo, mentiroso... -se sonrió el tipo,
inexplicablemente
cordial.
- ¡No! Digo, mentiras
de ella. Mentiras, bolazos. Te está macaneando...
- Ah... Me está
macaneando...
- ¡Sí señor! Seguro,
por supuesto.. Te está macaneando. Está hablando al pedo.
No puede decir esa
barbaridad, esa pelotudez...
- ¿Y para qué me lo
dice? ¿A ver?
- Qué se yo. Te
querrá joder. Te querrá cagar la vida. Andá a saber. Vos sabés
cómo son las mujeres.
Las mujeres suelen ser muy hijas de puta, muy...
- Cuidado con lo que
decís...
- Bueno... -El Sordo
ya no sabía de dónde podía venir el cachetazo, adónde podía
pisar sin que
estallase una mina-. Te lo digo en un sentido muy...
- Tenés razón, tenés
razón... -acordó el otro, sin embargo-. Mi mujer es una
hija de puta, pero no
es boluda. No es ninguna boluda. Y no va a venir a decirme
una cosa así
gratuitamente, para que yo la cague a trompadas. No me vino a decir
que se le habían
pasado los fideos o que se había olvidado un paraguas, querido.
Me vino a decir que
se había encamado con un tipo...
- Sí... ¡Y justo me
viene a elegir a mí! ¡A meterme en un quilombo a mí!
- ... y ella sabe que
yo no soy un intelectual, mi viejo, ella sabe que yo la
voy a cagar a
trompadas, no se la va a llevar de arriba si me aparece con una
cosa de ésas...
- Te querrá cagar la
vida, viejo. Qué sé yo... Te sale con esas cosas porque te
habrá dado la cana
con alguna mina. Te conocerá alguna fulería y en esas cosas
las mujeres son muy
vengativas. Son capaces de inventar cualquier historia con
tal de...
- ¿Inventar cualquier
historia? - embistió el otro-. ¿Inventar también el día en
que se encamó con
vos? ¿Y la hora? ¿Y el telo al que fueron?
- ¿El telo? ¿ Te dijo
el telo? Pero...
- Además, querido...
¡Yo no soy de engañar a mi mujer, mi viejo! -el otro estiró
una mano hacia
adelante mostrando al Sordo la palma como si lo hubiesen herido
en lo más profundo-.
Yo podré tener mil quilombos con mi mujer, pero eso no hace
que yo ande
haciéndome el pelotudo con cualquier mina que se me cruce. Que ella
sea una guacha no
quiere decir que...
- ¿También te dió el
nombre de un telo? ¡Dios querido! Pero qué imaginación que
tiene esta mina...
-el Sordo volvió a estallar sus manos en una palmada.
- Nada de
imaginación, mi viejo. Nada de imaginación -el tipo variaba el ángulo
de sus ataques con
una velocidad incontrolable.- No sigas haciéndote el boludo
porque ella me lo
dijo todo, me batió todo, me lo contó todo...
El Sordo lo observó,
algo desarmado.
-... y ella será una
guacha que podrá venir a joderme con muchas cosas, pero
nunca con ese tema
-siguió el tipo-. Y si me viene a contar una cosa así, es
porque es cierto, es
verdad. Eso que me dijo es cierto.
Otro silencio. El
Sordo resopló, enarcó las cejas poblando su frente de arrugas
paralelas y
horizontales.
Luego se encogió de
hombros.
- Y bueno...
-suspiró- ¿Qué querés que te diga?... si ella te dijo eso... Si
ella me manda al
muere...
- El jueves pasado. A
las siete de la tarde. En el Gato Negro. Con video porno y
todos los chiches...
- Y dale, bueno...
Agregale cama de agua también... Nunca hubiera imaginado que
a Marcela se le
podían ocurrir tantas cosas...
- Entonces, viejo...
-pisó firme el otro- ... Yo quiero que arreglemos este
asunto.
El Sordo lo miró,
ceñudo, curioso.
- Afuera -señaló el
tipo con el mentón.
- Pero... ¿Qué estás
diciendo?
- Lo que te digo. En
donde se te ocurra. Los dos, vamos y...
- Pero ... ¿de qué me
hablás?
- Nos cagamos bien a
trompadas.
- ¿A trompadas? -el
Sordo lo miraba con una expresión de infinito asombro-.
¿Pero vos estás en
pedo?
- Sí señor. A
trompadas.
El Sordo se recostó,
relajado, sobre el respaldo de su silla.
- Yo no me cago a
trompadas ni por mi vieja -aclaró.
- No la metas a tu
vieja en este asunto.
- Yo a mi vieja la
meto donde se me cantan las bolas. Ahora lo único que falta
es que venga
cualquera a decirme lo que tengo que hacer con mi vieja.
- Lo que pasa es que
acá -generalizó el otro- están muy acostumbrados a parlarla
demasiado, querido.
Acá, vos y todos estos pajeros están muy acostumbrados a
charlarla lunga, de
cualquier cosa. Resuelven el fato de la guita, de la
política, de la
Revolución, sin levantar el culo de la silla. Son
revolucionarios de
café ustedes. Idiotas útiles. Y vos te creés que conmigo va a
ser lo mismo. Y que
vas a poder explicarme cómo fue que te cogiste a la hija de
puta de mi mujer en
una charla, en una conferencia de prensa; que me vas a poder
decir cómo que te la
empomaste y yo te voy a decir "¡Pero mire qué bien, qué
cosa más interesante!
¿Qué diría Soljenitsyn a todo esto?" O algún otro de esos
escritores culorrotos
que ustedes se pasan leyendo todo el día....
- Te equivocás, te
equivocás... -dijo el Sordo, jugueteando con un tiquet viejo
de consumición entre
los dedos-. No nos pasamos leyendo. Vos estás confundido
-más tranquilo al
comprobar que, pese a esa encendida llamada a la acción
directa, pese a esa
invitación a la violencia, la cosa venía demasiado
dialéctica como para
derivar en un holocausto.
- Conmigo no corre
ésa. Esa mano no corre conmigo...
- Tu mujer no se
encamó conmigo -afirmó el Sordo- Y te voy a decir una cosa, te
voy a decir una
cosa... Vos podés creer lo que se te cantes las pelotas, después
de todo es tu mujer.
Pero te voy a decir una cosa, como para que vos
entiendas...
- No hay nada que
entender, mi viejo... Esto está muy claro... Acá lo ...
- ¿Sabés por qué no
me encamé con tu mujer, ni me encamo, ni me encamaría nunca?
Ahí sí el tipo lo miró,
atento.
- ¿Sabés por qué?
-reafirmó el Sordo.
- ¿Por qué?
- Porque tu mujer no
me gusta.
- ¿Cómo que... no te
gusta?
- No me gusta. Muy
simple. No me gusta.
- ¿Por qué no te
gusta?
- Es jovata, viejo.
Está muy achacada.
- ¿Jovata? ¡No tiene
40 años, querido! ¡No seas pelotudo!
- Mirá, si no tiene
40 años, los aparenta. Te digo más, yo le daba cerca de 45.
- 37 pirulos tiene.
Recién cumplidos.
- ¡Y bueno!
- ¿Qué? ¿ Me vas a
decir que alguna de estas pendejas que están por acá,
aquella, por ejemplo,
con esa pinta de muerta de hambre, están mejor que mi
mujer? ¿Pero no ves
la pinta de pichicateras que tienen todas, que parece que
hace mil años que no
toman sol, fumadas todas, sucias, los pelos roñosos? ¿Ésas
son las pendejas que
te gustan a vos? ¡Por favor! Dejame de joder. Además, no me
vengas con versos, mi
viejo. Si vos tampoco sos ningún pendejo ¿O me vas a venir
con que a vos las
pendejas todavía te dan pelota? No te dan ni cinco de pelota a
vos, mi querido ¿O te
pensas que yo no te veo? ¿O porqué te pasás, acaso todas
las tardes, sentado
en la mesa de todos esos viejos chotos como me dice Marcela
que te pasás? Porque
te dan mucha bola las pendejas, seguramente. Por eso.
Viejos chotos
haciéndose los galanes...
- A mí no me gusta...
- Además, mi mujer,
será una hija de puta que se encama con el primer pelotudo
que le cruza, pero se
rompe el culo haciendo gimnasia para mantenerse en forma,
querido ¡Las veces
que me he tenido que hacer la comida cuando vuelvo del
trabajo porque ella
está haciendo la gimnasia, tirada enfrente del televisor con
la mina esa y el
grone de la ESPN, que hacen gimnasia arriba de un portaaviones!
Y te va al gimnasio,
y te sale a correr...
- No me gusta. No me
digas porque no me gusta...
- Más de una de estas
pendejas querría tener el culo que tiene mi mujer. Las
gomas que tiene mi
mujer, mirá lo que te digo...
- A vos te parece
porque sos el marido. Tenés que convencerte porque...
- ¡No me tengo que
convencer un carajo, querido! Yo no soy tan boludo, no me
pongo ciego ante la
realidad, yo no me engaño... Marcela será una guacha pero
sigue estando
buenísima... ¿O te creés que yo no veo cómo la miran los tipos por
la calle?
- No me gusta.
- Tendrías que verla
en bolas...Bueno... -saltó el tipo-. ¡Si vos la viste en
bolas, hijo de puta!
¡Oíme, salgamos y...!
- No es eso, no es
eso... Yo no te digo que no esté buena...
- ¿Qué no va a estar
buena? ¿Y que me decís entonces?
- No sé... No es mi
tipo de mujer... No... No... Qué se yo... Vos no lo tomés a
mal, pero ... La nariz...
- ¿Qué pasa con la
nariz? ¡Ahora no me vengas con que no te gustan las
narigonas! Al
contrario. Eso es lo que hace interesante a una mujer... ¡ Mirá la
Barbara Streisand,
por ejemplo, mirala a ella! Ahora no me vas a salir con que
te gustan estas
pendejas que se hacen la estética y que quedan todas con la
misma napia. Ésas te
gustan, seguro, esas narices de mierda que parecen
caniches...
- No es eso...
- Además... A la Ley
de Almada, mi viejo. Le tapás la cara con una almohada.
- No es eso...
- ¡Por favor, mi
viejo! ¿ Que me venís?
- Es que a mi me
gusta la mujer más... ¿ cómo decirte? Más...
- ¿Más qué?
- Más dulce, ¿me
entendés?... Más modosita... Más manuable... Tu mujer, Marcela,
es muy grandota, muy
agresiva. Demasiado...
- ¿Agresiva? ¡Porque
tiene personalidad, querido! Ella es así. Avasallante ¿O
querés una boluda de
ésas que se creen una muñequita de lujo?
- No te digo
agresiva...
- ¡Porque te sabe
llevar una conversación! Eso es lo que te jode. Están todos
acostumbrados a estar
con minas que se callan la boca y le dicen que sí a todo,
y no se bancan una
mina que tenga los ovarios bien puestos como para copar una
mesa y opinar de las
cosas igual que los tipos. Eso es lo que pasa. ¡Claro!
Todos los piolas de
tu mesa pueden decir mil pelotudeces de lo que se les cante
pero si aparece una
mina con ideas propias no se la aguantan...
- Será así... Será
así... Por ahí tenés razón...
- Lo que pasa es que
ella te sabe llevar una conversación y...
- Y te aclaro que
ella no viene a la mesa nuestra.
- Porque ha
estudiado, mi viejo ¡Y quién te dice que no ha estudiado más que
cualquiera de todos
estos intelectuales...! ¡Intelectuales de la poronga!
- Seré chapado a la
antigua. Lo admito -enarcó las cejas el Sordo, casi como
apesadumbrado.
- Fijate que al
final, yo... -no detuvo su arremetida el otro- que no soy lo que
puede decirse un tipo
de estudios, porque apenas si tengo el secundario, me
banco una mina
evolucionada. Pero ustedes no. Para ustedes una...
- ¿Sabés lo que pasa?
¿Sabés lo que pasa? Yo seré un antiguo, pero me jode que
una mina te
interrumpa cuando estás hablando ¿viste? No te digo que me joda que
hable. Pero que sepa
respetar cuando el que habla es otro. Que no se meta. Y eso
es lo que hace
Marcela. Se mete. En ese aspecto es... desubicada... grosera...
- ¡Por favor! ¡Mirá
con lo que me salís!
- Te digo más... Más
de una vez, pensé, te juro que pensé, sin conocerte, eh,
sin conocerte...
"Pobre tipo el marido de esta mina! ¡Lo que debe ser aguantar a
esta mina!"
- Pero... ¡Por
favor!... Ella... ¡Ella es una santa! Es incapaz de ...
- Porque una cosa es
charlar un ratito acá, todo muy bien, muy lindo, muy
entretenido. Pero
otra cosa es tenerla todo el día en tu casa y...
- ¡No estás a su
altura, querido! ¡No estás a su altura!... Es una señora...
- Te digo más...
Ahora que te conozco, ahora que te conozco y veo que sos un
tipo honesto,
frontal, un tipo que va de frente, como viniste de frente conmigo,
un tipo que tiene la
grandeza de plantear una cosa delicada como ésta, cara a
cara... merecerías
otra mina. No sé... Más dulce, menos agresiva, menos jodida.
- Por favor... Ya
quisieras vos encontrar una mina como Marcela. Ya quisieras
vos...
- Puede ser...
-caviló el Sordo. La conversación parecía haberse agotado-. Puede
ser...
El otro miró el
reloj.
- Me voy -dijo-. Ya
debe haber llegado -se paró. El Sordo también, las manos en
los bolsillos.
- ¿Tomamos algo?
-frunció las cejas, mirando la mesa vacía y tratando de
recordar. El tipo
negó con la cabeza.
- Chau -dijo-. Pero la
vamos a seguir -advirtió. Y se fué por la puerta de
Sarmiento y Santa Fé.
El Sordo se volvió para la Mesa de los Galanes. Cuando el
tipo pasó junto a
donde estaban Cary y Querol, hizo un gesto con el mentón
señalándole al Sordo
la adolescente flaquita que charlaba con ellos.
- ¡Seguro que una
cosa así te gusta a vos! ¡Qué vas a comparar! -casi gritó,
antes de continuar su
retirada.
El Sordo admitió con
un gesto ambiguo y siguió para su mesa. Ésta se había
poblado bastante.
Habían llegado el Pitufo, el Peruca, Belmondo y Hernán. El
Sordo tuvo que
buscarse una silla de otra mesa y ubicarse en segunda fila, en un
ángulo poco
favorable.
- Mirá vos -se rió el
Zorro-. Tenías ringside y te lo cagaron.
El Sordo iba a
contestar cuando volvió el tipo, por el mismo lado que la vez
anterior, por detrás
de la misma columna. Era obvio que había salido por la
esquina y había
vuelto a entrar por Santa Fé. Le tocó el hombre al Sordo y se
agachó para hablarle
al oído.
- ¿Sabés por qué vos
decís eso? -le dijo. El Sordo esperó, fastidiado.- ¿ Sabés
porqué vos decís eso?
- ¿Qué digo?
- Que no te gusta.
- ¿Por qué?
- Porque Marcela no
te da pelota. Por eso -el Sordo giró para mirarlo -. No te
da bola.
- Sí... Seguro...
- Claro, querido.
Como eso de la zorra y las uvas... "Estaban verdes"
- Sí...
Seguramente...
- Entonces decís que
no te gusta, que es fea, que es un escracho... - El Sordo
meneó, la cabeza con
disgusto, resoplando.
- Sí, preguntale...
- Y... ¡No le va a
dar bola a un tísico como vos, justamente!
- Claro...
Preguntale... -repitió el Sordo, ya engranado.
El otro se irguió,
siempre sonriendo y hasta se dio el lujo de palmearlo al
Sordo en el hombro.
- Sí. Seguro.
Preguntale que hizo el jueves a la tarde... A eso de las siete...
Preguntale
El otro le dió la
última palmada de despedida y se alejó, contento.
- ¡Preguntale!
-alcanzó a gritar, airado, el Sordo-. ¡ Qué hizo! ¡Preguntale!
Pero el otro había
desaparecido por la puerta de la esquina. Y esta vez ya no
regresó.
Roberto Fontanarrosa
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