¡Hasta siempre, señor árbitro!
Los 73.000 espectadores que concurrieron el 15
de enero de 1988 al Duisburg
Stadium de Oberhausen no pudieron dejar de
apreciar que entre los
protagonistas del espectáculo había significativas
ausencias.
Y no se trataba, por cierto, de que el Ruhr
214 no alistara entre sus filas
a Hans "Caperucita" Gfrörer, o bien
que entre los fervorosos "barqueros" del
Postfach no estuviese Fritz, "El
talabartero" Kiepenheuer. Lisa y
llanamente, lo que brillaba por su ausencia
aquella tarde en el Duisburg
Stadium era el público, dado que, la
"Effektivaterien Ballönem Helveticen"
había anunciado el match como una prueba
piloto de un nuevo sistema de
"referato a distancia".
Efectivamente, a escasos cien metros del coqueto
estadio de Oberhausen, los concurrentes podían
advertir una misteriosa
construcción de cemento, de forma tubular, que
alcanzaba la respetable
altura de 75 metros.
Esta torre no representaba ventaja alguna, y
más podía confundirse con un
monumento moderno, o con alguna reminiscencia
emblemática de la
majestuosidad nazi que con lo que
verdaderamente era: la central
computarizada de control desde donde se
dirigía el encuentro. Los curiosos
asistentes al match tampoco podían adivinar
que, bajo sus pies, una
intrincada maraña de cables, sensores
electrónicos, filamento inalámbricos y
terminales computadorizadas, unían el estadio
propiamente dicho con la torre
de referato.
Dentro de la torre, a una altura de 50 metros
sobre el nivel del piso, se
encuentra la nave central, a la cual se accede
mediante el servicio de tres
elevadores, uno para el árbitro y los
restantes para ambos jueces de línea.
Quien entra allí, a ese vasto recinto privado
de luz natural y arrullado por
el permanente murmullo de los acondicionadores
de aire, podrá pensar que se
halla en alguna de las centrales de control de
vuelo de la NASA, o bien que
ha caído en el vientre mismo del Nautilius, el
legendario sumergible del
capitán Nemo.
Ciento veintisiete pantallas de televisión,
prolijamente alineadas, emiten su
mensaje, desde las paredes levemente curvadas
del salón. En frente de ellas,
en medio de ellas, tres hombres, tres
profesionales del difícil arte del
referato futbolístico, recepcionan hasta el
más mínimo detalle de cuanto
ocurre sobre el campo de juego. Allí, alejados
de la gritería ensordecedora
de la turbamulta, ajenos a la indudable
presión que configura el
hostigamiento de los partidarios, los
colegiados pueden dirigir,
asépticamente, el encuentro.
El sistema, costoso hasta el momento,
simplifica notablemente la tarea del
árbitro y ha reducido en forma sensible los
disturbios en los campos de
juego. El juez, fría su mente, gozando del
privilegio de beber su marca de
cerveza preferida en tanto vigila a los 22
jugadores, cuenta, entonces, con
la inestimable ayuda de mil ojos electrónicos,
que complementan los suyos.
En cuanto detecta una infracción, oprime un
botón y un silbato estridente se
escucha a unos cien metros más allá, en todo
el estadio. Si la jugada no ha
sido clara o si la infracción es dudosa, el
colegiado cuenta con otro
valioso recurso para calmar y convencer, en
forma palmaria, al bando que se
considera perjudicado: con otro simple botón
desplegará sobre las dos
inmensas pantallas electrónicas colocadas en
ambas cabeceras del estadio, la
escena repetida, con detención de imagen y
ampliación de los ángulos
necesarios para refrendar con sólidas razones
la penalidad adoptada.
Cualquiera podría suponer que esa maniobra
requeriría dos o tres minutos en
concretarse, con el consiguiente retraso y
ruptura del ritmo del partido.
Pero no es así, ya que la memoria
computarizada seleccionará entre los
centenares de enfoques de la misma acción, las
cuatro o cinco que considera
más gráficas y contundentes, brindando al
juez, en una fracción de segundo,
la posibilidad de poner frente al público las
que juzgue más válidas. Todo
esto, sin que la máxima autoridad del match
sufra el reproche de los
jugadores ni sus estentóreos reclamos.
Más simple aun, para le nuevo sistema de
referato, es eliminar cuanta duda
pueda presentarse respecto de balones fuera de
juego, balones ingresados o
no tras la línea de la portería o bien,
incluso, ante la siempre
controvertida "Ley del Offside". Un
sistema televisivo tipo "Fotochart"
turfístico, elimina cualquier clase de duda,
ya que le ojo eléctrico que
patrulla la línea del último defensor captará,
precisará y denunciará a
quien reciba el balón en posición prohibida.
En los casos de un discutido hand, por
ejemplo, donde ni siquiera la visión
televisiva puede dictaminar en un ciento por
ciento el contacto del balón
con la mano del defensor, también la
insospechable computación vendrá en
auxilio del señor árbitro, puesto que las
pantallas mostrarán la acción,
agregando un luminoso pespunte verde. Nilo de
coordenadas y flechas
indicatorias que avalan la posibilidad o la
imposibilidad, de que dicho
contacto haya tenido lugar.
De cualquier manera, el revolucionario sistema,
llamado provisoriamente
A.U.P. (Arbipeissal Und Perspecktiven) admite
también el encanto de la
controversia. Nadie puede negar el importante
condimento que significa para
el partidario del fútbol la discusión en la
oficina, durante toda la semana,
sobre si tal o cual fallo estuvo acertadamente
tomado. Y no puede tampoco,
quitársele al aficionado común la posibilidad
de exorcizar sus frustraciones
y represiones domésticas, denostando la figura
del colegiado. Así ha sido
siempre y lo seguirá siendo, aunque en menor
medida con el nuevo sistema,
que también deja, sabiamente, resquicios para
la discusión.
En algunos casos, muy puntuales, el poder de
decisión quedará en manos del
clásico y consabido criterio personal del
árbitro. Allí, como siempre la
falibilidad humana seguirá alimentando el
intercambio de opiniones. Se dará,
por ejemplo, con la inefable "Ley de la
ventaja". No habrá computadora,
entonces, que ayude a dictaminar a su referí
si tal o cual jugador cometió
una infracción adrede o sin quererlo, como
tampoco contará el árbitro con
ayuda tecnológica para decidir si el delantero
que se proyectaba solo hacia
el gol ha de caer definitivamente o podrá
continuar con su carrera, luego
del golpe que intentara derribarlo.
La misma incógnita deberá enfrentar el
colegiado cuando deba determinar, sin
respaldo científico alguno, cuándo una
"mano" dentro del área, es
intencional o casual, ya que no hay todavía,
por fortuna, computadora alguna
que esté conectada con el cerebro mismo de los
futbolistas. Se podrán
repetir, entonces, protestas o abucheos del
público, pero ya nunca de la
magnitud de la ocurrida en torno al recordado
árbitro internacional belga,
Henri Degrelle*.
Justamente en virtud de este suceso, la FIFA
aceleró los estudios y puesta
en práctica del sistema A.U.P. De todos modos,
ese grado de controversia,
ese resquicio de humana posibilidad de error
ha sido minuciosamente
estudiado por los sicólogos que trabajaron en
el proyecto para no revestir
al más popular de los deportes de un halo
tecnocrático que le reste
espontaneísmo y creatividad. Así será,
entonces, que los seguidores
partidarios de los conjuntos podrán continuar
exteriorizando sus quejas como
siempre, como en todas las épocas, a pesar de
que, también en ese orden, se
han detectado indicios inquietantes.
En efecto, desde el 17 de junio último, un
adelanto significativo se puso de
manifiesto en el campo de la protesta
partidaria, en ocasión de llevarse a
cabo el clásico encuentro entre el
Benelux-Gotha de Mons y el Astipalaia de
Grecia. Tras un discutido fallo del colegiado
sueco Gustavo Skelleftea, un
proyectil misilístico del tipo M-L7, versión
soviética de segunda
generación, impactó y redujo a polvo la torre
de control de referato. Se
piensa que el proyectil fue accionado por un
fanático del Astipalaia,
mediante un propulsor personal, desde atrás
del arco norte del estadio,
distante casi unos 250 metros de la sólida
construcción tubular, aún hoy
hecha escombros. "Ellos también han
progresado mucho", sólo atinó a decir
Gerd Walde, titular del Consejo Arbitral
Germano y propulsor del sistema
A.U.P., a título de conformista comentario.
Publicado
en el libro El mayor de mis defectos, Ediciones de la Flor,
Buenos
Aires, 1990.
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S.R.L.
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