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Carlos Sáiz Cidoncha - Prólogos de la serie de Tarzán de E. R. Burroughs

Prólogos de la serie de Tarzán de E. R. Burroughs
Carlos Sáiz Cidoncha

Prólogo de Tarzán y el hombre león (Tarzan and the lion man, 1934)
Hombres mono y hombres-león
Un día de otoño de 1911, Thomas Newell Metcalf, entonces jefe de redacción de la revista mensual norteamericana All Story recibió un curioso manuscrito firmado por un tal Normal Bean. Llevaba el título de Dejah Thoris, martian princess, y se refería a una serie de formidables aventuras, muy del gusto de la época, que se desarrollaban por añadidura, tal como el título prometía, nada menos que en el planeta Marte.
El escritor se llamaba en realidad Edgar Rice Burroughs, un hombre de treinta y seis años, casado, que a la sazón trabajaba como ejecutivo en una fábrica de sacapuntas. Ni buscándola con candil hubiera podido hallarse una profesión más alejada de toda idea de aventuras ni hazañas exóticas.
Y sin embargo la vida de Edgar Rice Burroughs no había carecido anteriormente de los dichos elementos. Nacido en Chicago el primero de septiembre de 1875, fue su madre Mary Evaline Zeiger y su padre George Tyler Burroughs, quien había combatido en la guerra de Secesión como mayor del ejército del Norte. El segundo nombre del recién nacido, Rice, había sido tomado de su antepasado Deacon Edmund Rice, colonizador de Massachussetts durante la era colonial, lo que pretendía darle un sello de verdadero norteamericano, con raíces si no en el propio Mayflower, sí en una fecha no lejana.
Con tales títulos, la primera carrera de Edgar fue la militar. Tras unos años de Academia Militar, frustrado su proyecto de ingresar en West Point, se alistó como simple hombre de tropa, siendo destinado a Fort Grant, en Arizona, durante una época en que todavía los apaches, bandidos y otros elementos turbulentos mantenían la intranquilidad en la región. Pero problemas de salud le hicieron renunciar a la carrera de las armas algún tiempo después. Sucesivamente desempeñó las actividades de buscador de oro y vigilante de ferrocarriles. Esta última se refería a impedir que los vagabundos viajaran gratuitamente en los vagones ferroviarios, y ello hubiera podido ponerle en contacto (violento contacto) con otros escritores como Jack London y Jack Williamson, muy aficionados en sus épocas juveniles a tan económico como peligroso modo de desplazamiento.
En medio de todas aquellas actividades, Edgar había tenido tiempo de casarse recién entrado el nuevo siglo con Emma Centennia Hulbert, hija de militares y para 1908 la pareja tenía ya dos hijos. Pero la fortuna no se mostraba exactamente favorable a la familia, al menos en lo que al aspecto material se refiere, y fue por ello que Edgar decidió probar la carrera literaria. Su puesto en la fábrica de sacapuntas fue conseguido con el propósito de tener un trabajo fijo tranquilo que le permitiera escribir en los ratos libres.
Y puede decirse que aquel día otoñal de 1911 constituyó un verdadero hito en la vida de nuestro hombre, modificándola total y completamente. Pues a Metcalf le gustó la historia marciana, se firmó el contrato y la obra vio la luz en febrero de 1912 con el título de Under the moons of Mars (Bajo las lunas de Marte), y firmada con el pseudónimo ligeramente alterado respecto al original, de Norman Bean. El argumento era el de un antiguo oficial sudista que, huyendo de los apaches, se refugia en una cueva de hechiceros enclavada en el desierto de Arizona y de allí es trasladado un tanto místicamente a Marte, donde corre mil aventuras y conquista el amor de una bella princesa marciana. La novela, que más tarde se publicaría en libro como A princess of Mars debía ser la primera de toda una serie de aventuras marcianas que más tarde, en efecto, se llegaría a desarrollar.
Pero en ese momento, la carrera literaria de Edgar Rice Burroughs todavía no se veía demasiado clara. Su segunda obra, The outlaw of torn, ambientada en el marco heroico y caballeresco de la Guerra de las Dos Rosas en Inglaterra, fue rechazada por Metcalf con la consabida carta disculpatoria.
Pero Edgard no cejaba y antes incluso de que su primera obra admitida hiciera su aparición en la revista, ya estaba escribiendo una tercera novela de acción. Del primero de diciembre de 1911 al 14 de mayo del siguiente año escribió Tarzan of the apes (Tarzán de los monos), vagamente influenciada por la saga de Mowgli, tal como Kipling la describió en El Libro de la Selva. En la obra, el hijo de un aristocrático matrimonio inglés náufrago en una zona inexplorada de África, es criado tras la muerte de sus padres por una tribu de grandes monos antropoides parecidos a los gorilas, desarrollándose como un auténtico señor de la jungla y corriendo numerosas aventuras hasta ser rescatado por un barco de guerra francés y llevado a la civilización en compañía de su amada Jane, hallada por él tras un segundo naufragio en la peligrosa costa selvática escenario de su actividad.
Entretanto, los lectores de All Story habían desarrollado una nutrida campaña epistolar pidiendo más obras de Norman Bean, por lo que no hubo el menor inconveniente para que Bob Davis, sucesor de Matcalf, contratara la nueva obra, que vio la luz en octubre de 1912, despertando un entusiasmo si cabe superior al de la primera.
Tanto fue así que Edgar Rice Burroughs decidió escribir una continuación a la misma, con el original título de Monsieur Tarzan (la acción se iniciaba en París, aunque pronto, evidentemente, se trasladaba a las selvas africanas). Pero Metcalf, que había vuelto a su cargo, no halló de su gusto la obra y la rechazó. Poco importó tal rechazo en esta ocasión al autor, pues de inmediato la llevó a otra revista similar, New Story, donde apareció bajo el título de The return of Tarzan (El retorno de Tarzán).
La suerte estaba echada. Edgar Rice Burroughs inició una continua labor de escritor, con tres o cuatro novelas al año, y ya no tuvo problema de rechazos; más bien el de elegir la revista en la que sus obras saldrían. Por añadidura, Tarzan of tbe apes aparecería en 1913 por entregas en el gran periódico neoyorquino The Evening World, y el año siguiente se editaría en forma de libro por la editorial MacClurgh, pronto seguido por A princess of Mars.
La obra literaria de Edgar Rice Burroughs se diversificaba en varias series. La principal era, desde luego, la relativa a Tarzán de los Monos; alternando con las aventuras claramente selváticas, de luchas con animales feroces y tribus primitivas, Burroughs inició el tema de las aventuras fantásticas, y para ello pobló África de una serie de ciudades perdidas habitadas por atlantes, romanos, cruzados, cavernícolas, pigmeos y etnias similares, siempre en pos de lograr un mayor efecto de acción y aventura. Tarzán de los Monos combatía también con los sucesivos enemigos de los Estados Unidos de América, enfrentándose así con alemanes del Kaiser, rusos comunistas y, en la última novela de la serie, Tarzan and the Foreign Legion, con los japoneses invasores del Pacífico.
Con la obra relativa al Señor de las Junglas, coexistían igualmente las series de Marte, de Venus, de la Luna, del mundo subterráneo de Pellucidar y de la salvaje isla de Kaspak, junto con multitud de obras aisladas de acción, incluso varios westerns.
En 1918 la figura de Tarzán apareció por primera vez en el cine, alcanzando tan gran éxito que el hombre selvático llegaría a ser el personaje que más repetidamente apareciera en las pantallas mundiales. A ellas debió la mayor parte de su fama, aunque los guiones no se adaptaran perfectamente a las novelas. De todas maneras con ello alcanzó el personaje una popularidad más allá de toda primitiva esperanza de su autor: el pueblo llano puede desconocer a Huckleberry Finn, Rodolfo de Rasendyll, Hércules Poirot e incluso Sherlock Holmes, pero ¿quién no ha oído hablar de Tarzán de los Monos?
Sin embargo, parece ser que el mundillo del Hollywood no le gustó demasiado, y lo mostró de sobra en la sátira incluida en su novela Tarzan and the lion man (Tarzán y el hombre león). En cambio el escritor se enamoró del paisaje californiano, que rodeaba Los Ángeles, y buscó un lugar donde instalarse. En el mismo año 1918 compró y acondicionó un rancho de 550 acres situado en un lugar llamado Reseda, dándole el nombre de Tarzana Ranch, en homenaje al héroe selvático al que debía una buena parte de su fortuna. Allí se instaló, y allí pasaría sus siguientes treinta años, dedicado a escribir y a editar por sí mismo todas sus obras por medio de una compañía que fundó poco después. A su alrededor se creó un pequeño pueblo que pronto se independizó municipalmente adoptando el nombre de Tarzana. Hoy es una ciudad residencial de dieciséis mil habitantes.
Contrastando con sus agitados tiempos de juventud, Edgar Rice Burroughs pasó su madurez en el tranquilo retiro de Tarzana, dedicado casi por absoluto a su labor literaria. Viajó poco, y nunca se le ocurrió hacer una visita a África, campo de acción de su principal héroe. De hecho, no salió de los Estados Unidos hasta 1914, año en el que se propuso tomar unas vacaciones tranquilas en el paradisíaco archipiélago de Hawai. Llegó, pues, en busca de paz y sosiego ¡a Pearl Harbour en diciembre de 1941! Y allí le sorprendió el bombardeo japonés y el comienzo de la guerra del Pacífico.
Con tal ocasión, Edgar Rice Burroughs decidió recordar sus juveniles años de acción, y aun puede que correr alguna aventura similar a las de sus héroes literarios. Decano de los corresponsales de guerra a sus sesenta y siete años, recorrió el teatro de operaciones, viviendo las grandes batallas de la contienda y los exóticos escenarios en que éstas se libraban.
De vuelta en Tarzana, una vez terminada la guerra, la actividad del escritor se redujo en gran medida, aquejado por varias crisis cardíacas y pronto en una silla de ruedas. Tan sólo salió de su pluma la ya citada Tarzan and the Foreing Legion, junto con algunos esbozos no desarrollados de novelas marcianas y venusianas. En la mañana del 19 de marzo de 1950 falleció Edgar Rice Burroughs, mientras leía plácidamente la tira de comics de su periódico cotidiano.
Tarzan and the lion man, que aquí se presenta, fue publicada en revista en 1933, y en libro un año más tarde. Decimonona novela del ciclo de Tarzán, es quizá una de las peor conocidas. En ella, dentro del habitual marco de aventuras selváticas, Burroughs, como ya se dijo, deja escapar una clara sátira contra el mundo cinematográfico norteamericano, al representar las aventuras y desventuras de una expedición hollywoodense decidida a rodar en plena selva africana una película de acción sobre un hombre criado desde su niñez por una manada de leones (el equivalente al propio Tarzán dentro de otra escala zoológica).
Se le ha reprochado a la novela la repetición de algunos elementos ya descriptos en Tarzan and the golden lion (Tarzán y el león de oro), publicada diez años antes. Son los tales la figura de un sujeto físicamente igual que Tarzán, aunque evidentemente inferior en fuerza, valor y audacia, una ciudad perdida habitada por gorilas, aunque en esta ocasión sean éstos híbridos de humano, merced a unos experimentos biológicos confusamente descritos por el autor, y la presencia del propio Jad-Bal-Ja, el León de Oro. No obsta ello para descalificar la trama, que por cierto termina con una hilarante visita a Hollywood de Tarzán en su personalidad del aristocrático John Clayton, Lord Greystoke, donde se le niega el protagonismo de una película de Tarzán por "no ajustarse al tipo".
De una forma u otra, queda ante el lector la obra, que no deja de tener su lugar especial dentro de la larga saga que Edgar Rice Burroughs iniciara en 1912 en honor del más célebre de los héroes de las selvas africanas.

Prólogo de Tarzán en el centro de la Tierra (Tarzan at the Earth's core, 1930)
Desde la más remota antigüedad, las profundidades de la Tierra han ejercido una rara fascinación sobre quienes pueblan su superficie.
En un principio tal sensación estuvo claramente teñida de aversión y terror. El hombre primitivo vivía sobre un plano divisor entre dos Universos distintos, el del aire que se extendía hacia arriba, hasta el Infinito, y el de la Tierra sólida, igualmente hasta el Infinito, pero en la otra dirección. El primero claramente visible, el segundo ignoto, protegido de las intrusiones humanas por su misma esencia. En el Universo aéreo estaba el Sol, fuente de luz y calor, y también, durante la noche, la Luna y las estrellas, enigmáticas pero indudablemente atractivas. En el Universo aéreo se movían pájaros de vistoso plumaje o vuelo majestuoso, bajo la Tierra sólo existían seres repugnantes, lombrices y gusanos. Una intrusión en el Universo inferior, penetrando en alguna caverna, tan sólo llevaba a la obscuridad, al frío y al miedo.
La llegada de las primeras religiones reflejó claramente la dicotomía. Había dioses y espíritus del cielo, de las aguas, de los árboles... pero siempre los más temibles eran los subterráneos. Los seres del mundo inferior lanzaban su fuego por las bocas de los volcanes y provocaban los terremotos que podían exterminar comunidades enteras. Casi todas las creencias situaban bajo la Tierra los Infiernos donde los pecadores son castigados con terribles tormentos, y reinan los demonios y las deidades infernales. Los muertos son simbólicamente separados de quienes conservan la vida por el procedimiento de enterrarlos; los muertos pueden surgir de las profundidades de la Tierra para aterrorizar a los vivientes.
Las primeras incursiones literarias en las profundidades de la Tierra se refieren a dicha realidad. Héroes de las literaturas griega y romana descienden al Tártaro por alguna oquedad de la superficie terrestre, (no pocas de estas entradas eran conocidas y temidas en el mundo clásico) y conversan con las sombras de los muertos que allí habitan, con el continuo peligro de quedar allí atrapados para toda la eternidad. El cristianismo dejó también su particular Infierno en el interior de la Tierra, y allí hubo de descender Dante en su Divina Comedia, en la más célebre de las exploraciones del país de lasciate ogni speranza.
Un primer, aunque no completo cambio de situación tuvo lugar con la modificación científica de la realidad planetaria. La superficie terrestre no era, después de todo, el plano separador entre dos Universos Infinitos, sino el límite de una simple esfera, idéntica a las muchas que discurrían por el firmamento. Se ponían así límites geométricos a los Infiernos, y los Infiernos son poco proclives a admitir límites geométricos. Poco a poco la idea de las calderas internas donde los condenados sufren eterno tormento comenzó a ser dejada de lado.
Pero quedaba, de cualquier forma, un inmenso territorio tridimensional del que nada se sabía.
¿Sería posible que todo él fuera de naturaleza sólida e impenetrable? ¿No podría haber un hueco en su interior, o por lo menos algunas grandes cavernas? Y de admitir esto, ¿por qué no imaginar que podrían estar habitadas? Y quizá por gentes inteligentes, no horripilantes como antaño (o por lo menos no obligatoriamente horripilantes).
Antes de que la ciencia pusiera su negativa a dichas posibilidades, no fueron pocas las consecuencias literarias de la idea, los viajes imaginarios al interior de nuestro planeta para encontrar allí, como en el caso de la Luna y los planetas, tanto la utopía como la aventura.
Una de las primeras obras que podríamos llamar modernas relativas a un viaje al centro de la Tierra, fue la del historiador y filósofo noruego Ludvig Holberg, escrita originariamente en latín en 1740 con el título de Nicolai Klimsi iter subterraneum y publicada el año siguiente. Más tarde sería traducida al inglés como A journey to tbe world under-ground by Nicolas Klimsus y luego a otros idiomas, entre ellos al español como Niels Klim descubre el fondo de la Tierra. El protagonista, Niels Klim, penetra en las profundidades terrestres por una abertura volcánica y descubre que el mundo está hueco, y que alberga en su seno un sol y un planeta, que es detalladamente visitado y descripto. Con posterioridad Klim es desterrado a la superficie cóncava interior de la Tierra, donde, tras muchas aventuras, es nombrado emperador. Pero al deslizarse por camino del autoritarismo y la crueldad, termina por ser derrocado y forzado a regresar a nuestro mundo externo.
En 1755 se publicó anónimamente en Inglaterra la obra Voyage to the world in the centre of the Earth, imitación de la de Holberg, aunque dando a los habitantes del centro de la Tierra un sistema político basado en la utopía anarquista. Se incluye la igualdad completa, la abolición de la moneda, la propiedad privada tan sólo de la vivienda y efectos personales, etc. Aquí el autor desconocido se dejó llevar más por el camino didáctico que por el de la acción.
En 1820 el escritor norteamericano John Cleves Symmes, más conocido por su seudónimo de Capitán Seaborn, publicó la novela Symzonia, en la que se describía una Tierra hueca con varias esferas concéntricas en el interior, a las que se podía acceder por un orificio situado en el Polo Norte. Pero, pretendiendo pasar de la ficción a la realidad, el escritor, convencido de la veracidad de la idea, propuso posteriormente al Congreso de los Estados Unidos el envío de una expedición polar para acceder a las interioridades del planeta. La propuesta fue rechazada (aunque hubo veinticinco votos a su favor).
En 1864 vio la luz el más celebre y conocido de los viajes al interior de nuestro planeta, el Voyage au centre de la Terre de Jules Verne. De todos es conocida, tanto por la novela en sí como por sus repetidos desarrollos cinematográficos, la odisea de los científicos que penetran en el interior de nuestro mundo por un volcán islandés, y encuentran en las cavernas interiores un vasto océano y un verdadero "parque jurásico" de animales prehistóricos de distintas épocas, culminantes con la momentánea visión de un gigantesco hombre de las cavernas (¿titántropo?), poco antes de que los protagonistas sean regurgitados a la superficie terrestre a través de un segundo volcán. La célebre lucha entre un ictiosaurio y un plesiosaurio, llevada a cabo en el océano subterráneo, fue considerada durante mucho tiempo fundamental en la idea de la oposición violenta entre reptiles del secundario, hasta que Walt Disney la superara en su película Fantasy con la batalla entre el tiranosaurio y el estegosaurio, luego largamente imitada.
En 1883 otro escritor francés, el conde Didier de Chousy publicó la novela Ignis en la que, con referencia a otro viaje al interior de la Tierra, se satirizan las ideas científicas de la época, mostrándonos un complejo destinado a extraer energía de los ruegos centrales terrestres, con aparición de una especie de robots metálicos, los primeros de su clase en aparecer en el mundo literario, incluso antes que los androides de Capek en R.U.R..
Ya entrado nuestro siglo es cuando Edgar Rice Burroughs publica su At the Earth's core, escrita en enero y febrero de 1913, al que luego me referiré más extensamente.
Nueve años más tarde, en 1911, León Creux continúa la saga de los espacios subterráneos con Le voyage de l'Isabela au centre de la Terre obra en la que el ingeniero Gare, protagonista de la misma, penetra en las profundidades de nuestro mundo para encontrar allí un Cosmos en miniatura con sus estrellas, constelaciones y un planeta, al que bautiza con el nombre de "Antitierra".
No han faltado tampoco algunos españoles en el tema de los mundos huecos, aunque en general distintos a la Tierra. José de Elola y Gutiérrez, sus Viajes Planetarios publicados a partir de 1922 con el seudónimo de Coronel Ignotus, da al planeta Venus como atravesado por un túnel que lo perfora de polo a polo, en tanto que Pascual Enguídanos Usach, en su Saga de los Aznar, escrita en los años cincuenta con el seudónimo de George H. White, describe un sistema solar lejano en el que todos los planetas son huecos, estando el interior de algunos de ellos habitados por extrañas y hostiles formas de vida. Es de destacar que en su reedición posterior, el autor altera en algo las descripciones del interior de los tales astros, para adecuarlas en lo posible a las exigencias científicas en materia de gravitación, etc..
En su mayoría, estas obras describen exploraciones del interior terráqueo llevadas a cabo por los hombres de la superficie, pero existen otras que dejan flotar la sospecha de que los habitantes de las profundidades pueden irrumpir en el exterior con consecuencias desagradables para nosotros. La más famosa en tal sentido es The coming race, publicada en 1871 por el británico Sir Edward Bulwer-Lytton, traducido al español con el sugestivo título de La Raza que nos aniquilará, referente al descubrimiento en el interior de la Tierra de una raza superior que cuenta con una irresistible energía denominada Vril, con la que amenaza destruir la raza humana, al nivel de los trogloditas cuando no al de los simios.
Con lo cual parece recuperar el instinto primigenio del terror a lo subterráneo como morada de dioses malignos, demonios, lémures y otros seres espantables.
En En el centro de la Tierra, Edgar Rice Burroughs relata la aventura de David Innes que, en compañía del científico Perry Abner, viaja al centro de la Tierra a bordo de un vehículo perforador, invención del segundo. Allí encuentra una esfera hueca dotada de un sol interior y de un pequeño planeta, a semejanza de lo descrito en las obras de Holberg y Creux. En la superficie cóncava interior existen bosques, montañas y océanos, todo un mundo llamado por sus habitantes Pellucidar. A semejanza con el relato de Veme, se han conservado allí muchas de las especies animales extinguidas en la superficie externa, así como otras derivadas de aquéllas. Están presentes, desde luego, los grandes reptiles del secundario, triceratops, pterodáctilos, etc., de los cuales han derivado no menos de dos razas inteligentes: los mahar, especie de ramphorryncos grandes y dotados de razón, que dominan Pellucidar, y los horibs, más parecidos a los hombres, aunque sin disimular sus características saurianas. El terciario está representado por toda clase de mamíferos gigantes, y el cuaternario por animales tales como mamuts y tigres de dientes de sable y por diversas razas de hombres primitivos, desde el hombre-mono puro y simple a otras más evolucionadas y físicamente indiferenciables de la nuestra. Existen también humanoides monstruosos como gigantes y hombres con colmillos de sable, e incluso una estirpe de hormigas gigantes, quizá más relacionada con el futuro que con el pasado de la evolución biológica terrestre.
En tal entorno, David Innes, típico héroe burroughsiano, corre mil aventuras hasta lograr liberar las razas humanas de Pellucidar del yugo de los antropófagos mahar y, de paso, conquistar el amor de la maravillosa cavernícola Diana la Bella, en oposición a su desagradable pretendiente Hooja el Astuto. Por cierto que el dicho villano no deja de despertar alguna simpatía por oponer en más de una ocasión su inteligencia (o astucia) a los métodos de fuerza bruta del protagonista, y algún lector puede que lamente su desaparición (no se describe directamente su muerte) en una titánica batalla naval. Cuando al final de la segunda entrega de la saga Pellucidar, David Innes estabiliza su dominio victorioso sobre el mundo subterráneo, lejos de intentar crear allí un sistema democrático igual al proclamado en su país natal, sencillamente se corona emperador, a semejanza de lo hecho por el Niels Klim de Holberg, aunque con mejores consecuencias y actuación.
No obstante, en el tercer tomo de la serie Tanar of Pellucidar, Innes ve su imperio invadido por unos sorprendentes piratas españoles dirigidos por un individuo llamado el Cid y al parecer anteriores incursores externos en Pellucidar. Prisionero de los tales filibusteros, es llevado a su fortaleza principal, donde sufre cautiverio.
Remedio a tal situación se lleva a cabo en el cuarto episodio, Tarzán en el centro de la Tierra (que es el que aquí se prologa). Conocido el caso en la superficie terrestre mediante el empleo de una comunicación por la llamada onda Gridley, se prepara una expedición de socorro por medio de un dirigible que penetrará en el mundo subterráneo por el consabido orificio en el Polo Norte descripto por Symmes en su obra. Y entre los participantes en la aventura estará nada menos que Tarzán de los Monos.
Hay que decir aquí que Burroughs acostumbra a hacer mención en cada una de sus series a alguna o algunas otras de entre las mismas. Así en el principio de la serie de Venus se habla de Pellucidar y la expedición aquí descripta, mientras que en la saga de la Luna la aventura comienza con un frustrado viaje a Barsoom, el Marte del capitán John Carter y la princesa Dejah Thoris. Pero Tarzán en el centro de la Tierra es el único ejemplo del personaje de una serie que irrumpe y actúa en el escenario de otra distinta. Y actúa bien, pues la obra está considerada como una de las más amenas e interesantes de ciclo pellucidariano.
Tarzán en el centro de la Tierra apareció por primera vez en revista en 1929, y en libro el año siguiente. Puede considerarse como perteneciente a la vez a la serie de Tarzán y a la de Pellucidar, siendo el decimoquinto volumen de la primera y el cuarto de la segunda. De su calidad y amenidad, queda juez el lector de sus páginas.

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