Prólogos de la serie de Tarzán de E. R. Burroughs
Carlos Sáiz Cidoncha
Prólogo de Tarzán y el hombre león (Tarzan
and the lion man, 1934)
Hombres mono y hombres-león
Un día de otoño de 1911, Thomas Newell
Metcalf, entonces jefe de redacción de la revista mensual norteamericana All Story recibió un curioso manuscrito
firmado por un tal Normal Bean. Llevaba el título de Dejah Thoris, martian princess, y se refería a una serie de
formidables aventuras, muy del gusto de la época, que se desarrollaban por
añadidura, tal como el título prometía, nada menos que en el planeta Marte.
El escritor se llamaba en realidad Edgar
Rice Burroughs, un hombre de treinta y seis años, casado, que a la sazón
trabajaba como ejecutivo en una fábrica de sacapuntas. Ni buscándola con candil
hubiera podido hallarse una profesión más alejada de toda idea de aventuras ni
hazañas exóticas.
Y sin embargo la vida de Edgar Rice
Burroughs no había carecido anteriormente de los dichos elementos. Nacido en
Chicago el primero de septiembre de 1875, fue su madre Mary Evaline Zeiger y su
padre George Tyler Burroughs, quien había combatido en la guerra de Secesión
como mayor del ejército del Norte. El segundo nombre del recién nacido, Rice,
había sido tomado de su antepasado Deacon Edmund Rice, colonizador de
Massachussetts durante la era colonial, lo que pretendía darle un sello de
verdadero norteamericano, con raíces si no en el propio Mayflower, sí en una
fecha no lejana.
Con tales títulos, la primera carrera de
Edgar fue la militar. Tras unos años de Academia Militar, frustrado su proyecto
de ingresar en West Point, se alistó como simple hombre de tropa, siendo
destinado a Fort Grant, en Arizona, durante una época en que todavía los
apaches, bandidos y otros elementos turbulentos mantenían la intranquilidad en
la región. Pero problemas de salud le hicieron renunciar a la carrera de las
armas algún tiempo después. Sucesivamente desempeñó las actividades de buscador
de oro y vigilante de ferrocarriles. Esta última se refería a impedir que los
vagabundos viajaran gratuitamente en los vagones ferroviarios, y ello hubiera
podido ponerle en contacto (violento contacto) con otros escritores como Jack
London y Jack Williamson, muy aficionados en sus épocas juveniles a tan
económico como peligroso modo de desplazamiento.
En medio de todas aquellas actividades,
Edgar había tenido tiempo de casarse recién entrado el nuevo siglo con Emma
Centennia Hulbert, hija de militares y para 1908 la pareja tenía ya dos hijos.
Pero la fortuna no se mostraba exactamente favorable a la familia, al menos en
lo que al aspecto material se refiere, y fue por ello que Edgar decidió probar
la carrera literaria. Su puesto en la fábrica de sacapuntas fue conseguido con
el propósito de tener un trabajo fijo tranquilo que le permitiera escribir en
los ratos libres.
Y puede decirse que aquel día otoñal de 1911
constituyó un verdadero hito en la vida de nuestro hombre, modificándola total
y completamente. Pues a Metcalf le gustó la historia marciana, se firmó el
contrato y la obra vio la luz en febrero de 1912 con el título de Under the moons of Mars (Bajo las lunas de Marte), y firmada con
el pseudónimo ligeramente alterado respecto al original, de Norman Bean. El
argumento era el de un antiguo oficial sudista que, huyendo de los apaches, se
refugia en una cueva de hechiceros enclavada en el desierto de Arizona y de
allí es trasladado un tanto místicamente a Marte, donde corre mil aventuras y
conquista el amor de una bella princesa marciana. La novela, que más tarde se
publicaría en libro como A princess of
Mars debía ser la primera de toda una serie de aventuras marcianas que más
tarde, en efecto, se llegaría a desarrollar.
Pero en ese momento, la carrera literaria de
Edgar Rice Burroughs todavía no se veía demasiado clara. Su segunda obra, The outlaw of torn, ambientada en el
marco heroico y caballeresco de la Guerra de las Dos Rosas en Inglaterra, fue
rechazada por Metcalf con la consabida carta disculpatoria.
Pero Edgard no cejaba y antes incluso de que
su primera obra admitida hiciera su aparición en la revista, ya estaba
escribiendo una tercera novela de acción. Del primero de diciembre de 1911 al
14 de mayo del siguiente año escribió Tarzan
of the apes (Tarzán de los monos),
vagamente influenciada por la saga de Mowgli, tal como Kipling la describió en El Libro de la Selva. En la obra, el
hijo de un aristocrático matrimonio inglés náufrago en una zona inexplorada de
África, es criado tras la muerte de sus padres por una tribu de grandes monos
antropoides parecidos a los gorilas, desarrollándose como un auténtico señor de
la jungla y corriendo numerosas aventuras hasta ser rescatado por un barco de
guerra francés y llevado a la civilización en compañía de su amada Jane,
hallada por él tras un segundo naufragio en la peligrosa costa selvática
escenario de su actividad.
Entretanto, los lectores de All Story habían desarrollado una
nutrida campaña epistolar pidiendo más obras de Norman Bean, por lo que no hubo
el menor inconveniente para que Bob Davis, sucesor de Matcalf, contratara la
nueva obra, que vio la luz en octubre de 1912, despertando un entusiasmo si
cabe superior al de la primera.
Tanto fue así que Edgar Rice Burroughs
decidió escribir una continuación a la misma, con el original título de Monsieur Tarzan (la acción se iniciaba
en París, aunque pronto, evidentemente, se trasladaba a las selvas africanas).
Pero Metcalf, que había vuelto a su cargo, no halló de su gusto la obra y la
rechazó. Poco importó tal rechazo en esta ocasión al autor, pues de inmediato
la llevó a otra revista similar, New
Story, donde apareció bajo el título de The
return of Tarzan (El retorno de
Tarzán).
La suerte estaba echada. Edgar Rice
Burroughs inició una continua labor de escritor, con tres o cuatro novelas al
año, y ya no tuvo problema de rechazos; más bien el de elegir la revista en la
que sus obras saldrían. Por añadidura, Tarzan
of tbe apes aparecería en 1913 por entregas en el gran periódico
neoyorquino The Evening World, y el
año siguiente se editaría en forma de libro por la editorial MacClurgh, pronto
seguido por A princess of Mars.
La obra literaria de Edgar Rice Burroughs se
diversificaba en varias series. La principal era, desde luego, la relativa a Tarzán de los Monos; alternando con las
aventuras claramente selváticas, de luchas con animales feroces y tribus
primitivas, Burroughs inició el tema de las aventuras fantásticas, y para ello
pobló África de una serie de ciudades perdidas habitadas por atlantes, romanos,
cruzados, cavernícolas, pigmeos y etnias similares, siempre en pos de lograr un
mayor efecto de acción y aventura. Tarzán
de los Monos combatía también con los sucesivos enemigos de los Estados
Unidos de América, enfrentándose así con alemanes del Kaiser, rusos comunistas
y, en la última novela de la serie, Tarzan
and the Foreign Legion, con los japoneses invasores del Pacífico.
Con la obra relativa al Señor de las
Junglas, coexistían igualmente las series de Marte, de Venus, de la Luna, del
mundo subterráneo de Pellucidar y de la salvaje isla de Kaspak, junto con
multitud de obras aisladas de acción, incluso varios westerns.
En 1918 la figura de Tarzán apareció por primera vez en el cine, alcanzando tan gran
éxito que el hombre selvático llegaría a ser el personaje que más repetidamente
apareciera en las pantallas mundiales. A ellas debió la mayor parte de su fama,
aunque los guiones no se adaptaran perfectamente a las novelas. De todas
maneras con ello alcanzó el personaje una popularidad más allá de toda
primitiva esperanza de su autor: el pueblo llano puede desconocer a Huckleberry Finn, Rodolfo de Rasendyll,
Hércules Poirot e incluso Sherlock Holmes,
pero ¿quién no ha oído hablar de Tarzán
de los Monos?
Sin embargo, parece ser que el mundillo del
Hollywood no le gustó demasiado, y lo mostró de sobra en la sátira incluida en
su novela Tarzan and the lion man (Tarzán y el hombre león). En cambio el
escritor se enamoró del paisaje californiano, que rodeaba Los Ángeles, y buscó
un lugar donde instalarse. En el mismo año 1918 compró y acondicionó un rancho
de 550 acres situado en un lugar llamado Reseda, dándole el nombre de Tarzana Ranch, en homenaje al héroe
selvático al que debía una buena parte de su fortuna. Allí se instaló, y allí
pasaría sus siguientes treinta años, dedicado a escribir y a editar por sí
mismo todas sus obras por medio de una compañía que fundó poco después. A su
alrededor se creó un pequeño pueblo que pronto se independizó municipalmente
adoptando el nombre de Tarzana. Hoy es una ciudad residencial de dieciséis mil
habitantes.
Contrastando con sus agitados tiempos de juventud,
Edgar Rice Burroughs pasó su madurez en el tranquilo retiro de Tarzana,
dedicado casi por absoluto a su labor literaria. Viajó poco, y nunca se le
ocurrió hacer una visita a África, campo de acción de su principal héroe. De
hecho, no salió de los Estados Unidos hasta 1914, año en el que se propuso
tomar unas vacaciones tranquilas en el paradisíaco archipiélago de Hawai.
Llegó, pues, en busca de paz y sosiego ¡a Pearl Harbour en diciembre de 1941! Y
allí le sorprendió el bombardeo japonés y el comienzo de la guerra del
Pacífico.
Con tal ocasión, Edgar Rice Burroughs
decidió recordar sus juveniles años de acción, y aun puede que correr alguna
aventura similar a las de sus héroes literarios. Decano de los corresponsales
de guerra a sus sesenta y siete años, recorrió el teatro de operaciones,
viviendo las grandes batallas de la contienda y los exóticos escenarios en que
éstas se libraban.
De vuelta en Tarzana, una vez terminada la
guerra, la actividad del escritor se redujo en gran medida, aquejado por varias
crisis cardíacas y pronto en una silla de ruedas. Tan sólo salió de su pluma la
ya citada Tarzan and the Foreing Legion,
junto con algunos esbozos no desarrollados de novelas marcianas y venusianas.
En la mañana del 19 de marzo de 1950 falleció Edgar Rice Burroughs, mientras
leía plácidamente la tira de comics de su periódico cotidiano.
Tarzan
and the lion man, que aquí se presenta, fue
publicada en revista en 1933, y en libro un año más tarde. Decimonona novela
del ciclo de Tarzán, es quizá una de las peor conocidas. En ella, dentro del
habitual marco de aventuras selváticas, Burroughs, como ya se dijo, deja
escapar una clara sátira contra el mundo cinematográfico norteamericano, al
representar las aventuras y desventuras de una expedición hollywoodense
decidida a rodar en plena selva africana una película de acción sobre un hombre
criado desde su niñez por una manada de leones (el equivalente al propio Tarzán
dentro de otra escala zoológica).
Se le ha reprochado a la novela la
repetición de algunos elementos ya descriptos en Tarzan and the golden lion (Tarzán
y el león de oro), publicada diez años antes. Son los tales la figura de un
sujeto físicamente igual que Tarzán, aunque evidentemente inferior en fuerza,
valor y audacia, una ciudad perdida habitada por gorilas, aunque en esta
ocasión sean éstos híbridos de humano, merced a unos experimentos biológicos
confusamente descritos por el autor, y la presencia del propio Jad-Bal-Ja, el
León de Oro. No obsta ello para descalificar la trama, que por cierto termina
con una hilarante visita a Hollywood de Tarzán en su personalidad del
aristocrático John Clayton, Lord Greystoke, donde se le niega el protagonismo
de una película de Tarzán por "no ajustarse al tipo".
De una forma u otra, queda ante el lector la
obra, que no deja de tener su lugar especial dentro de la larga saga que Edgar
Rice Burroughs iniciara en 1912 en honor del más célebre de los héroes de las
selvas africanas.
Prólogo de Tarzán en el centro de la Tierra (Tarzan at the Earth's core, 1930)
Desde la más remota antigüedad, las
profundidades de la Tierra han ejercido una rara fascinación sobre quienes
pueblan su superficie.
En un principio tal sensación estuvo
claramente teñida de aversión y terror. El hombre primitivo vivía sobre un
plano divisor entre dos Universos distintos, el del aire que se extendía hacia
arriba, hasta el Infinito, y el de la Tierra sólida, igualmente hasta el Infinito,
pero en la otra dirección. El primero claramente visible, el segundo ignoto,
protegido de las intrusiones humanas por su misma esencia. En el Universo aéreo
estaba el Sol, fuente de luz y calor, y también, durante la noche, la Luna y
las estrellas, enigmáticas pero indudablemente atractivas. En el Universo aéreo
se movían pájaros de vistoso plumaje o vuelo majestuoso, bajo la Tierra sólo
existían seres repugnantes, lombrices y gusanos. Una intrusión en el Universo
inferior, penetrando en alguna caverna, tan sólo llevaba a la obscuridad, al
frío y al miedo.
La llegada de las primeras religiones
reflejó claramente la dicotomía. Había dioses y espíritus del cielo, de las
aguas, de los árboles... pero siempre los más temibles eran los subterráneos.
Los seres del mundo inferior lanzaban su fuego por las bocas de los volcanes y
provocaban los terremotos que podían exterminar comunidades enteras. Casi todas
las creencias situaban bajo la Tierra los Infiernos donde los pecadores son
castigados con terribles tormentos, y reinan los demonios y las deidades
infernales. Los muertos son simbólicamente separados de quienes conservan la
vida por el procedimiento de enterrarlos; los muertos pueden surgir de las
profundidades de la Tierra para aterrorizar a los vivientes.
Las primeras incursiones literarias en las
profundidades de la Tierra se refieren a dicha realidad. Héroes de las
literaturas griega y romana descienden al Tártaro por alguna oquedad de la
superficie terrestre, (no pocas de estas entradas eran conocidas y temidas en
el mundo clásico) y conversan con las sombras de los muertos que allí habitan,
con el continuo peligro de quedar allí atrapados para toda la eternidad. El
cristianismo dejó también su particular Infierno en el interior de la Tierra, y
allí hubo de descender Dante en su Divina
Comedia, en la más célebre de las exploraciones del país de lasciate ogni speranza.
Un primer, aunque no completo cambio de
situación tuvo lugar con la modificación científica de la realidad planetaria.
La superficie terrestre no era, después de todo, el plano separador entre dos Universos
Infinitos, sino el límite de una simple esfera, idéntica a las muchas que
discurrían por el firmamento. Se ponían así límites geométricos a los Infiernos,
y los Infiernos son poco proclives a admitir límites geométricos. Poco a poco
la idea de las calderas internas donde los condenados sufren eterno tormento
comenzó a ser dejada de lado.
Pero quedaba, de cualquier forma, un inmenso
territorio tridimensional del que nada se sabía.
¿Sería posible que todo él fuera de
naturaleza sólida e impenetrable? ¿No podría haber un hueco en su interior, o
por lo menos algunas grandes cavernas? Y de admitir esto, ¿por qué no imaginar
que podrían estar habitadas? Y quizá por gentes inteligentes, no horripilantes
como antaño (o por lo menos no obligatoriamente horripilantes).
Antes de que la ciencia pusiera su negativa
a dichas posibilidades, no fueron pocas las consecuencias literarias de la
idea, los viajes imaginarios al interior de nuestro planeta para encontrar
allí, como en el caso de la Luna y los planetas, tanto la utopía como la
aventura.
Una de las primeras obras que podríamos
llamar modernas relativas a un viaje al centro de la Tierra, fue la del
historiador y filósofo noruego Ludvig Holberg, escrita originariamente en latín
en 1740 con el título de Nicolai Klimsi
iter subterraneum y publicada el año siguiente. Más tarde sería traducida
al inglés como A journey to tbe world under-ground
by Nicolas Klimsus y luego a otros idiomas, entre ellos al español como Niels Klim descubre el fondo de la Tierra.
El protagonista, Niels Klim, penetra en las profundidades terrestres por una
abertura volcánica y descubre que el mundo está hueco, y que alberga en su seno
un sol y un planeta, que es detalladamente visitado y descripto. Con
posterioridad Klim es desterrado a la superficie cóncava interior de la Tierra,
donde, tras muchas aventuras, es nombrado emperador. Pero al deslizarse por
camino del autoritarismo y la crueldad, termina por ser derrocado y forzado a
regresar a nuestro mundo externo.
En 1755 se publicó anónimamente en
Inglaterra la obra Voyage to the world in
the centre of the Earth, imitación de la de Holberg, aunque dando a los
habitantes del centro de la Tierra un sistema político basado en la utopía
anarquista. Se incluye la igualdad completa, la abolición de la moneda, la
propiedad privada tan sólo de la vivienda y efectos personales, etc. Aquí el
autor desconocido se dejó llevar más por el camino didáctico que por el de la
acción.
En 1820 el escritor norteamericano John
Cleves Symmes, más conocido por su seudónimo de Capitán Seaborn, publicó la
novela Symzonia, en la que se
describía una Tierra hueca con varias esferas concéntricas en el interior, a
las que se podía acceder por un orificio situado en el Polo Norte. Pero,
pretendiendo pasar de la ficción a la realidad, el escritor, convencido de la
veracidad de la idea, propuso posteriormente al Congreso de los Estados Unidos
el envío de una expedición polar para acceder a las interioridades del planeta.
La propuesta fue rechazada (aunque hubo veinticinco votos a su favor).
En 1864 vio la luz el más celebre y conocido
de los viajes al interior de nuestro planeta, el Voyage au centre de la Terre de Jules Verne. De todos es conocida,
tanto por la novela en sí como por sus repetidos desarrollos cinematográficos,
la odisea de los científicos que penetran en el interior de nuestro mundo por
un volcán islandés, y encuentran en las cavernas interiores un vasto océano y
un verdadero "parque jurásico" de animales prehistóricos de distintas
épocas, culminantes con la momentánea visión de un gigantesco hombre de las
cavernas (¿titántropo?), poco antes de que los protagonistas sean regurgitados
a la superficie terrestre a través de un segundo volcán. La célebre lucha entre
un ictiosaurio y un plesiosaurio, llevada a cabo en el océano subterráneo, fue
considerada durante mucho tiempo fundamental en la idea de la oposición
violenta entre reptiles del secundario, hasta que Walt Disney la superara en su
película Fantasy con la batalla entre
el tiranosaurio y el estegosaurio, luego largamente imitada.
En 1883 otro escritor francés, el conde
Didier de Chousy publicó la novela Ignis
en la que, con referencia a otro viaje al interior de la Tierra, se satirizan
las ideas científicas de la época, mostrándonos un complejo destinado a extraer
energía de los ruegos centrales terrestres, con aparición de una especie de
robots metálicos, los primeros de su clase en aparecer en el mundo literario,
incluso antes que los androides de Capek en R.U.R..
Ya entrado nuestro siglo es cuando Edgar
Rice Burroughs publica su At the Earth's core,
escrita en enero y febrero de 1913, al que luego me referiré más extensamente.
Nueve años más tarde, en 1911, León Creux
continúa la saga de los espacios subterráneos con Le voyage de l'Isabela au centre de la Terre obra en la que el
ingeniero Gare, protagonista de la misma, penetra en las profundidades de
nuestro mundo para encontrar allí un Cosmos en miniatura con sus estrellas,
constelaciones y un planeta, al que bautiza con el nombre de
"Antitierra".
No han faltado tampoco algunos españoles en
el tema de los mundos huecos, aunque en general distintos a la Tierra. José de
Elola y Gutiérrez, sus Viajes Planetarios
publicados a partir de 1922 con el seudónimo de Coronel Ignotus, da al planeta
Venus como atravesado por un túnel que lo perfora de polo a polo, en tanto que
Pascual Enguídanos Usach, en su Saga de
los Aznar, escrita en los años cincuenta con el seudónimo de George H.
White, describe un sistema solar lejano en el que todos los planetas son
huecos, estando el interior de algunos de ellos habitados por extrañas y
hostiles formas de vida. Es de destacar que en su reedición posterior, el autor
altera en algo las descripciones del interior de los tales astros, para
adecuarlas en lo posible a las exigencias científicas en materia de
gravitación, etc..
En su mayoría, estas obras describen
exploraciones del interior terráqueo llevadas a cabo por los hombres de la
superficie, pero existen otras que dejan flotar la sospecha de que los
habitantes de las profundidades pueden irrumpir en el exterior con
consecuencias desagradables para nosotros. La más famosa en tal sentido es The coming race, publicada en 1871 por
el británico Sir Edward Bulwer-Lytton, traducido al español con el sugestivo
título de La Raza que nos aniquilará,
referente al descubrimiento en el interior de la Tierra de una raza superior
que cuenta con una irresistible energía denominada Vril, con la que amenaza
destruir la raza humana, al nivel de los trogloditas cuando no al de los
simios.
Con lo cual parece recuperar el instinto
primigenio del terror a lo subterráneo como morada de dioses malignos,
demonios, lémures y otros seres espantables.
En En
el centro de la Tierra, Edgar Rice Burroughs relata la aventura de David
Innes que, en compañía del científico Perry Abner, viaja al centro de la Tierra
a bordo de un vehículo perforador, invención del segundo. Allí encuentra una
esfera hueca dotada de un sol interior y de un pequeño planeta, a semejanza de
lo descrito en las obras de Holberg y Creux. En la superficie cóncava interior
existen bosques, montañas y océanos, todo un mundo llamado por sus habitantes Pellucidar. A semejanza con el relato de
Veme, se han conservado allí muchas de las especies animales extinguidas en la
superficie externa, así como otras derivadas de aquéllas. Están presentes,
desde luego, los grandes reptiles del secundario, triceratops, pterodáctilos,
etc., de los cuales han derivado no menos de dos razas inteligentes: los mahar,
especie de ramphorryncos grandes y dotados de razón, que dominan Pellucidar, y los horibs, más parecidos
a los hombres, aunque sin disimular sus características saurianas. El terciario
está representado por toda clase de mamíferos gigantes, y el cuaternario por
animales tales como mamuts y tigres de dientes de sable y por diversas razas de
hombres primitivos, desde el hombre-mono puro y simple a otras más
evolucionadas y físicamente indiferenciables de la nuestra. Existen también
humanoides monstruosos como gigantes y hombres con colmillos de sable, e
incluso una estirpe de hormigas gigantes, quizá más relacionada con el futuro
que con el pasado de la evolución biológica terrestre.
En tal entorno, David Innes, típico héroe
burroughsiano, corre mil aventuras hasta lograr liberar las razas humanas de Pellucidar del yugo de los antropófagos
mahar y, de paso, conquistar el amor de la maravillosa cavernícola Diana la
Bella, en oposición a su desagradable pretendiente Hooja el Astuto. Por cierto
que el dicho villano no deja de despertar alguna simpatía por oponer en más de
una ocasión su inteligencia (o astucia) a los métodos de fuerza bruta del
protagonista, y algún lector puede que lamente su desaparición (no se describe
directamente su muerte) en una titánica batalla naval. Cuando al final de la
segunda entrega de la saga Pellucidar,
David Innes estabiliza su dominio victorioso sobre el mundo subterráneo, lejos
de intentar crear allí un sistema democrático igual al proclamado en su país
natal, sencillamente se corona emperador, a semejanza de lo hecho por el Niels
Klim de Holberg, aunque con mejores consecuencias y actuación.
No obstante, en el tercer tomo de la serie Tanar of Pellucidar, Innes ve su imperio
invadido por unos sorprendentes piratas españoles dirigidos por un individuo
llamado el Cid y al parecer anteriores incursores externos en Pellucidar. Prisionero de los tales
filibusteros, es llevado a su fortaleza principal, donde sufre cautiverio.
Remedio a tal situación se lleva a cabo en
el cuarto episodio, Tarzán en el centro
de la Tierra (que es el que aquí se prologa). Conocido el caso en la
superficie terrestre mediante el empleo de una comunicación por la llamada onda
Gridley, se prepara una expedición de socorro por medio de un dirigible que
penetrará en el mundo subterráneo por el consabido orificio en el Polo Norte
descripto por Symmes en su obra. Y entre los participantes en la aventura
estará nada menos que Tarzán de los Monos.
Hay que decir aquí que Burroughs acostumbra
a hacer mención en cada una de sus series a alguna o algunas otras de entre las
mismas. Así en el principio de la serie de Venus se habla de Pellucidar y la expedición aquí descripta,
mientras que en la saga de la Luna la aventura comienza con un frustrado viaje
a Barsoom, el Marte del capitán John Carter y la princesa Dejah Thoris. Pero Tarzán en el centro de la Tierra es el
único ejemplo del personaje de una serie que irrumpe y actúa en el escenario de
otra distinta. Y actúa bien, pues la obra está considerada como una de las más
amenas e interesantes de ciclo pellucidariano.
Tarzán
en el centro de la Tierra apareció por primera vez
en revista en 1929, y en libro el año siguiente. Puede considerarse como
perteneciente a la vez a la serie de Tarzán
y a la de Pellucidar, siendo el
decimoquinto volumen de la primera y el cuarto de la segunda. De su calidad y
amenidad, queda juez el lector de sus páginas.
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