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Fernando Nachon - En busca del toque perdido

Como siempre, tenía problemas económicos. En realidad no eran graves, pero sí necesitaba lo suficiente para comprar un poco de mota.       
Aunque había estado escribiendo bastante no servía de nada, mis cuentos eran rechazados por las editoriales, los consideraban sucios.  
            Pero mi vida era sucia, no por falta de baño, sino por embriagarme dos veces por semana y hablar con todos.
            Por ejemplo, el Jimmy de vez en cuando se chemeaba, me decía:
            -No, me cae, el resistol 5000 es a toda madre.
            Y por esto lo habían metido a la cárcel más de dos veces, lo madreaban y lo rapaban, pero él no renunciaba al viaje.
            -La realidad es el mal viaje- me decía.
Una época, harto del chemo y prefirió apegarse más al alcohol. Para eso yo era un maestro.  
            Me lo llevé al “Muralto”, que está en la torre Latinoamericana. La suerte estaba de mi lado, pues Jimmy tenía dinero.
            -“La propiedad privada es un robo”- Farfullaba.
A la tercera sangría con vodka que bebí miré el paisaje urbano. Mucho smog, demasiado smog, esto le daba un matiz interesante; los colores habían desaparecido.
            -Mira, Jimmy, mira el mundo en blanco y negro de Arturo de Córdoba. Piensa en los carros de los cincuentas, piensa que si la cosa estaba igual de mal, por lo menos éramos niños, y no te dabas cuenta de la crisis.
            -Sí, cómo no- dijo Jimmy acariciando con firmeza su cara morena, y añadió- tú tenías lana para tragar, así sí, son bonitas esas épocas, además qué dices si nosotros nacimos en el cincuenta y siete.
            -Sí, pero nuestros jefes nos hablaban de los cincuentas, o por lo menos ahí existe una parte de mí, que miró a través de sus ojos.
            -Que melodramático- me dijo.
            -No, si la identificación con los padres es cabrona -le dije sin refunfuñar.
            Un tipo leía un periódico en otra mesa.     
            -¿A poco no te gustaban las navidades?
            -No, pues sí, yo también creía en Santa Claus.
            -Oye Jimmy, sé mi Santa Claus préstame veinte pesos para un churrito de mota.
            -Bueno, cabrón, estás chupando gratis y todavía quieres para la yerba. ¡Carajo! Estas como los cochinos de Amozoc, tienes la mazorca en el hocico y todavía estás chillando.
            -Orale, Jimmy, yo luego te disparo una lata de resistol.
            -¿Qué?  ¿Ya vas a trabajar?
            -Yo trabajo, Jimmy, escribir es trabajar.
            -¿Y por qué no publicas?
            -Ya lo voy a hacer, pero de eso no voy a vivir. Ademas, ¿Qué escribo? Borges dice que ya esta todo escrito. Nuestra época es diferente Jimmy.  Mira, tiembla, hasta de ocho grados en la escala de Richter. Dos guerras mundiales en menos de un siglo. Humo. Y aparte, en mi caso: el hastío, las flores del mal, tú sabes. Soy poeta, Jimmy, Platón corrió a los flautistas y a los poetas de su ciudad, entiendes Jimmy, yo no estoy en este mundo.
            -Cálmate payaso, más bien ya estás pedo.
            -Por eso soy poeta Jimmy, en el momento climático de la droga somos poetas- llamé al mesero.
            -Sírvame otro ron añejo con coca.
            Jimmy pidió otro brandy.
            Volví a mirar por la ventana, había olvidado que estaba en un cuadragésimo piso. En cualquier momento podría venir la orden, pero no, no estaba loco, pero sí más borracho.  
            Jimmy tambien lo estaba, se puso una malla en la cabeza para detenerse el cabello.
            -Es que así lo usan los cholos -me dijo serio.
            -¿Y quienes son los cholos?
            -Pues unos que usan estas redes en Texas.
            Perfecto. Jimmy ya había encontrado su identidad, pero faltaba la mía. Por momentos me creí revolucionario, pero me di cuenta que ya era muy tarde para creer. Los seres me habían dañado mucho. No identificaba muy bien cómo. Pero deducía que habían planeado todo mal, para los poetas.
Me sentía como una verruga en medio de un rostro hermoso.
            -Estoy harto, Jimmy. El mundo va a explotar y nosotros aquí bebiendo.
            -Calma- me dijo-. Mira esos dos pechos de la chava que tienes junto.
            Voltee a verla, traía una blusa de encaje medio transparente, con todo y la poca luz alcance a mirar la carne.    
            -¿Qué tal? ¿Ya volviste a creer en la vida?
            -Mira, Jimmy, las mujeres son unos monstruos, por ejemplo, esa tipa tiene unos veintinueve años de edad, lo único que puede querer es un hijo. Todas son iguales.
            -¿Eso escribes?
            -Sí, y un cuento mío cayó en manos de una feminista.
            -¿Y qué pasó?
            -En una fiesta me dio un madrazo en los huevos, estaba bien peda.
            -Bueno, ¿Venimos a ver el panorama nada más?
            -Déjame escribir, Jimmy- le pedí al mesero una servilleta.
            -Entonces yo voy al ataque -me dijo con sus ojos -fieros- de ciudad.
            No le hice más caso, empecé a garabatear algo, palabras y dibujitos.
            Entré a un excelente estado. Amaba el alcohol.
            Aunque tenía problemas hepáticos y hace poco delirium tremens me sentí en el estado perfecto.               
            Terminé un poema y me paré a ver a Jimmy, estaba bebiendo en la otra mesa.
            -Buenas noches.
            -Hola- me contestaron- siéntate.
            Estaban muy coquetas. Eso me olió raro. Quizá andaban tras la lana de Jimmy.
            -¿Son de por aquí?- les pregunté.
            -No, somos de Mexicali- contestó una de gran escote.
            Con la poca luz no alcanzaba a mirarla bien, aunque no tenía malas tetas.
            En menos de lo que pensé, el Jimmy ya estaba besándose con una, casi le sacaba la chichi. A mi me dio risa.
            Como no quería quedar atrás intenté hacerle plática a la otra.
            -Ya los viste, ¿No te da envidia?
            -Ay, pues sí. ¿Me enciendes un cigarrillo?
            Al momento de prenderlo la primera llama alumbró una cara llena de agujeros, estaba cacariza y tenía tanto maquillaje que parecía tirol planchado. Me dio asco.
            -¿A qué te dedicas?- me preguntó.
            -Escribo.
            -¿Vives de eso?
            -No, escribo mal. Mis jefes me pasan una lana.
            -¿No te da vergüenza? Tan grandote y viviendo con tus padres.
            -No, no me da vergüenza, son otra especie de patrones.
            -¿Entonces eres un junior?
            -Sí, creo que así nos dicen. ¿Es malo?
            -Pues sí, trabaja como un hombre, como obrero, que sientas que produces.
            -Escribo.
            -Sí, pero, ¿A quién le sirve?
            -A mí- le dije.
            Me estaba aburriendo. Esos resentimientos clase medieros me daban hueva. Intenté besarla.
            -No tan rápido- me dijo.
            ¡Chale! Aparte de fea, me sale con aires de señorita.
            Sentí que  mi pensamiento era odioso. Y en realidad lo era.
            -Soy odioso- le dije.
            -¿Por qué?
            -Ya no respeto a nadie.
            Se acercó a la mesa un gringo. Era un tejano, ellas ya lo conocían.
            Era un tipo alto, con botas y sombrero; caminaba apretando el suelo con dureza, se sentía muy macho. Constantemente se tocaba los bigotes, eran su orgullo. Pobre pendejo, pensé.
            -Dice George que nos invita a su departamento ¿Vamos?
            De seguro habría alcohol, yo luego luego me apunté y el Jimmy ya estaba muy caliente.
            Era en Polanco, no tenía muebles, solo un montón de cojines, en realidad no era de George, se lo habían prestado.
            -Esta muy bonito tu departamento -dijo la que iba con Jimmy.
            Yo no le hacía mucho caso a la vieja que me tocaba, estaba muy entretenido con la botella.            
            Aunque desde que llegamos al elevador noté algo raro, estaba demasiado maquillada, como queriendo ocultar algo, además los senos eran demasiados redondos, como dos pelotas de billar forradas de carne. Deduje que era travesti.   
            Yo me encargué de servir las cubas.
            Jimmy estaba en el sillón fajando, pusieron música disco y el gringo y la “loca” comenzaron a bailar.
            Ella comenzó a hacer strip-tease, se desnudó poco a poco hasta dejarse un calzoncito con un bulto aplastado.
            El tejano le quitó la peluca, aventó el sombrero y se la puso, bailaba desquiciadamente.
            -¿No quieres coca?- me preguntó Jimmy-. Andale, para que te pongas speed.
            -¿Para qué? Me ha salido muy caro el pedo como para bajármelo.
            Para entonces el tejano ya se había quitado la camisa y se había puesto el brassier de la tipa. Gritaba estupideces:
            -¡Soy una mujer!
            Traía unos pantalones de mezclilla muy apretados, y se le notaba el bulto del pene peor que a un torero. En eso se acercó a Jimmy y el tejano le quiso agarrar el pito.
            -Orale wey- dijo Jimmy.
            -¡Hazme tuyo!- gritó el tejano con un acento que molestaba. Se comenzó a quitar los pantalones, como no se había sacado las botas se cayó al suelo y se pegó en la cabeza con un mueble.
            -Soy una mujer, díganme que soy bonita-decía en el suelo.
            Una de las tipas para calmarlo le empezó a decir:     
            -You are Beautiful. Baby, oh my little baby.
            El tipo se había descalabrado y sangraba bastante, comenzó a untarse de sangre la cara y lloraba como una niña.
            Jimmy me dijo:
            -¿Qué hacemos?
            No sé Jimmy, préstame veinte pesos para un toque de   marihuana.

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