Lu Sin
UNA FAMILIA
FELIZ
A LA MANERA
DE SÜ CHIN-WEN[1]
Lu Sin
(1881-1936) nació en el pueblo de Shaosín, donde hoy se le rinde culto como al
más grande escritor chino moderno. La publicación en vernáculo de su Diario
de un loco, en 1918, fue la primera escalada en la revolución literaria que
habría de producir un año después el Movimiento del 4 de Mayo.
Fue también
Lu Sin un líder teórico, quizás el más importante, de la nueva literatura. En
su Breve historia de la ficción en China llevó a cabo un penetrante
análisis de las grandes novelas clásicas chinas, muchas de las cuales habían
sido puestas en discusión con el despliegue de la revolución literaria. A
través de sus obras y de su acción, fue siempre un gran combatiente de las
nuevas ideas, contra la literatura feudal, contra la política cultural
represiva del Kuomintang, por la popularización de la literatura y por los
grandes cambios sociales.
Tres
colecciones recogen sus novelas cortas y sus cuentos: Grito de llamada,
Vagabundeos y Viejos cuentos contados de nuevo. Sus ensayos breves
han sido recogidos en una serie de volúmenes y abarcan toda la gama temática
contemporánea; constituyeron en China una nueva forma literaria que combinaba
la poesía y la polémica política.
"Escribir
sólo cuando uno se siente inspirado. Eso es de veras hacer obra de arte, una
obra que, como la luz del sol, irradie de una fuente infinita de claridad y no
simplemente la chispa que brota del roce de la piedra con el hierro; sólo
entonces el autor es un verdadero artista. Mientras que yo... ¡escribir como lo
he hecho!..."
Cuando
llegó a este punto de sus reflexiones saltó de la cama. Hacía tiempo que venía
diciéndose que era absolutamente necesario escribir algo a fin de obtener un
poco de dinero para la casa; aun más, había decidido por anticipado enviar su
manuscrito a La Felicidad, revista mensual, porque pagaba mejor que
otras publicaciones. Pero tenía que encontrar un tema conveniente, de otro modo
podrían rechazar su trabajo. Bueno, iba a encontrar uno... "¿Cuáles son
los problemas que inquietan a los jóvenes en la actualidad?... Son muchos, sin
duda, pero tal vez la mayor parte de ellos se refiere al amor, al matrimonio, a
la familia... Sí, hay muchos jóvenes que viven preocupados de estas cuestiones
y las discuten todos los días. Bueno, vamos entonces con la familia. Pero ¿cómo
presentarla?... Porque hay que hacer las cosas de modo que esta novela breve no
sea rechazada. Pero ¿para qué estar prediciendo desgracias? Sin
embargo..."
Saltó del
lecho y de cuatro o cinco brincos se aproximó al escritorio; se sentó, sacó del
cajón una hoja de papel con cuadrículas verdes y, aunque con cierta sensación
de humillación, escribió sin vacilar el título: Una familia feliz.
Hecho esto,
su pincel se inmovilizó. Levantó los ojos al cielo raso, pensando en el sitio
en que colocaría a esta familia feliz. ¿Pekín? No, un lugar demasiado muerto,
hasta el aire que se respira parece muerto. Y aunque esta familia viviera en
una casa rodeada de altas murallas, el aire de Pekín no dejaría de llegarle.
¡No, imposible! En Chiangsú y en Chechiang se prevé una guerra de un día a
otro. En Fuchián, ni hablar. ¿Sechuán? ¿Guangdong? Están en plena guerra civil.[2]
¿Tal vez Shangdong
o Jonán?... De ninguna
manera, uno de mis personajes podría ser secuestrado y si cualquiera de ambos
esposos es apresado por los bandoleros, la familia se convertiría en una
familia desgraciada. Por otra parte, las casas situadas dentro de las
concesiones de Shanghai o Tientsín cobran alquileres demasiado subidos... ¿Y si
los pusiera en el extranjero? No, sería completamente ridículo. No sé tampoco
en qué situación están Yunnán y Guichou, pero las comunicaciones son tan
difíciles...
Después de
haber reflexionado largamente y al no encontrar un solo sitio apropiado,
decidió inventar una ciudad que llamaría A. Pero de pronto le asaltó otra idea:
"Existen no pocas personas que están contra el empleo de letras del
alfabeto europeo; dicen que reemplazar el nombre de una persona o de un sitio
por una inicial, disminuye el interés del lector. Más seguro será que en esta
novela me abstenga de hacerlo... Pero ¿qué lugar será mejor, entonces? En Junán
hay guerra, en Dalian los alojamientos son muy caros... En Chahar, en Chilin,
en Jeilongchiang..., bueno, he oído decir que hay muchos bandidos; no, tampoco
sirve esto..."
Volvió a
dedicar largos minutos a la reflexión, pero fue inútil; no pudo encontrar un
sitio conveniente para su relato. Finalmente decidió que esta familia feliz
viviría hipotéticamente en una ciudad llamada A.
"En
definitiva, esta familia tiene que vivir en A; se acabó la discusión. La
familia se compone naturalmente del marido y la mujer, el señor y la señora,
que se han casado por amor. Su contrato de matrimonio comprende una cuarentena
de cláusulas muy detalladas, que aseguran a los esposos una igualdad perfecta y
una gran libertad. Ambos son muy cultos, pertenecen a la élite intelectual...
Haber estudiado en Japón es cosa pasada de moda... Es mejor que hayan estudiado
en algún país de Occidente. El se viste siempre a la europea, con cuello
almidonado e impecable. Ella tiene siempre los rizos en la frente, suaves y
vaporosos, peinados al estilo de un nido de gorriones. Luce siempre dientes
nacarados, pero lleva el vestido chino..."
— No, no,
eso no... ¡Veinticinco libras!
Al oír una
voz de hombre que venía de bajo la ventana, instintivamente se volvió en esa
dirección. Pero las cortinas estaban descorridas y el sol brillaba tan fuerte
que la reverberación le causó dolor en los ojos. Pronto oyó ruido de trozos de
leña que caían al suelo. "No tengo nada que ver con eso", pensó
volviéndose para continuar en sus reflexiones. "¿Veinticinco libras de
qué?... Pertenecen a la élite intelectual, aman la literatura y el arte. Pero
como han sido criados en el seno de familias felices, no gustan de las novelas
rusas... La mayor parte de las novelas rusas muestran a gente del bajo pueblo y
por lo tanto no son adecuadas para esta familia.
"¿Veinticinco
libras? No pensemos en esto. ¿Qué leen entonces? ¿Los poemas de Byron, los de
Keats? No, eso no, no es seguro... Ah, ya lo tengo, están maravillados con el
libro Un marido ideal. Bueno, la verdad es que todavía no he leído ese
libro, pero si los profesores de la Universidad lo elogian tanto, supongo que a
este matrimonio le encantará. Ambos lo leen, cada uno tiene su ejemplar; hay
dos ejemplares de Un marido ideal en el seno de esta familia..."
Experimentó
una sensación de vacío en el estómago y, dejando el pincel, se agarró la cabeza
con ambas manos, lo que le dio la posición de un globo suspendido de dos
columnas. "...Están almorzando", piensa. "Sobre la mesa hay un
mantel de blancura nívea; el cocinero trae los platos, platos chinos.
¿Veinticinco libras de qué? No hay que pensar en esto. ¿Por qué platos chinos?
Los occidentales dicen que la cocina china está a la cabeza del progreso, es la
más sabrosa, la más sana; es la razón por la cual esta pareja prefiere los
platos chinos. El cocinero trae el primer plato. Pero ¿qué puede ser el primer
plato?"
— Leña para
la lumbre...
Se
sobresalta, vuelve la cabeza y ve a la dueña de su propia casa, de pie a su
izquierda. Lo mira con ojos sombríos y tristes.
— ¿Qué
pasa? —pregunta él, descontento de que haya venido a trastornar su creación.
— Hemos
agotado la leña para la lumbre y acabo de comprar más. La última vez las diez
libras costaban veinticuatro sapecas y hoy cuestan veintiséis. Me propongo
darle veinticinco por las diez libras, ¿qué piensas tú?
— Bien,
bien, vaya por las veinticinco.
— No nos ha
hecho un buen peso. Insiste en que hay veinticinco libras y media y yo pienso
insistir en que hay veintitrés libras y media... ¿Qué crees tú?
— Bueno,
vaya por las veintitrés libras y media.
— En ese
caso, cinco veces cinco, veinticinco; tres veces cinco, quince...
¡Oh!...
Cinco veces cinco, veinticinco; tres veces cinco, quince..., tampoco pudo
terminar la multiplicación. Después de una pausa, de súbito cogió con
brusquedad el pincel y en la hoja de cuadrículas verdes en que había escrito Una
familia feliz, se puso a hacer el cálculo. Después de largos minutos
levantó la cabeza y dijo:
— Cincuenta
y ocho sapecas.
— Entonces
no me alcanza; me faltan ocho o nueve sapecas.
Abrió el
cajón de la mesa, sacó todas las monedas que había, cerca de treinta, y las
puso sobre la mano tendida de ella. La miró partir y volvió a su escritorio. Su
cabeza estaba pesada, como si fuera a estallar, llena de atados de leña. Cinco
veces cinco, veinticinco. El cerebro parecía tener números arábigos impresos en
todas direcciones. Aspiró profundamente, luego hizo una forzada espiración como
si con ese recurso fuera a desocupar su mente de la leña para la lumbre, las
cinco veces cinco, veinticinco y los números arábigos. Y, efectivamente,
después de ese ejercicio de respiración, se sintió más relajado. Volvió a sus
reflexiones, que eran un poco vagas:
"¿Qué
platos? No hay nada que impida que esos platos sean extraordinarios. Lomo
frito, holoturias con camarones son platos bastante comunes. Estoy empeñado en
hacerlos comer 'duelo entre tigre y dragón'. Pero ¿en qué consiste este plato?
Algunos dicen que es un plato cantonés muy rebuscado que sólo se sirve en
banquetes importantes y que lo preparan con gato y serpiente. Pero yo vi este
plato en el menú de un restaurante en Chiangsú. En Chiangsú no comen a lo mejor
gatos ni serpientes. Quizás, como me dijo otro, este plato se hace con ranas y
anguilas. Bueno, entonces, ¿de qué provincia tendrían que ser ambos esposos?
Tanto peor, dejemos eso de lado. En todo caso, de cualquiera provincia que
sean, pueden muy bien comer una mezcla de gato con serpiente o de ranas y
anguilas sin que la felicidad de la familia se vea afectada en absoluto, bueno,
quedamos en que el primer plato que se les sirve es 'duelo entre tigre y
dragón'. No hay más que hablar sobre esto.
"Ahora
que el plato 'duelo entre tigre y dragón' se halla al centro de la mesa, los
esposos levantan los palillos al mismo tiempo y señalando el plato se miran
sonriendo:
"— My
dear, please.
"—
Please, you eat first, my dear.
"— Oh,
no, please you!
"Y
ambos, con sus palillos, sacan al mismo tiempo un trozo de serpiente... No, no,
no está bien; la carne de serpiente es demasiado ordinaria; es mejor decir que
sacan un trozo de anguila. En tal caso, el 'duelo entre tigre y dragón' tiene
que componerse de ranas y anguilas. Ambos sacan simultáneamente un pedazo de
anguila de igual tamaño. Cinco veces cinco, veinticinco, tres veces cinco...
Dejemos eso. Se llevan los trozos a la boca al mismo tiempo..."
Tuvo deseos
irreprimibles de volverse para ver lo que ocurría a sus espaldas, porque sentía
gran animación, que alguien iba y venía varias veces; pero se contuvo y continuó
pensando distraídamente:
"Esto
parece un poco sensiblero; no se es tan sentimental en la vida de familia. ¿Por
qué tengo todo tan confuso en la cabeza? Temo que no voy a llegar a dar fin a
esta historia, a pesar de que tiene un título tan bonito...
"Tampoco
es absolutamente necesario que hayan estudiado en el extranjero; pueden haber
estudiado en una universidad china, pero ambos tienen diploma universitario y
pertenecen a la élite intelectual, a la élite... El marido es escritor, la
mujer también escribe, o por lo menos es apasionada por la literatura. O bien
ella es poetisa y el marido un apasionado por la poesía; él es feminista. O
mejor..."
No
resistiendo más, volvió la cabeza.
Junto al
estante de libros que se hallaba a sus espaldas se levantaba un montículo de
coles: tres abajo, dos al centro y una encima, formando una A gigantesca.
"¡Oh!",
lanzó un suspiro de asombro; el calor le subió a las mejillas y sintió una
picazón corriéndole por la espalda. "Pues..." Respiró profundamente
como para desembarazarse de la picazón que tenía junto a la columna vertebral y
luego continuó:
"...Es
necesario que esta casa feliz tenga muchas habitaciones. Hay una despensa donde
se pueden meter los repollos y otros elementos por el estilo. El dueño de casa
tiene un despacho personal, con estanterías para libros que cubren todos los
muros y junto a las cuales no hay coles, naturalmente. Estas estanterías están
colmadas de libros, libros chinos, libros extranjeros, entre los que no falta Un
marido ideal..., dos ejemplares. El dormitorio es una habitación separada,
con un catre de cobre, o bien una cama más corriente; una cama de madera de
olmo como las que fabrican los presos de la cárcel número uno no estaría mal;
debajo de la cama hay mucha limpieza..." Echó una mirada al suelo debajo
de su propia cama; la provisión de leña para la lumbre se había acabado y no se
veía sino un trozo de paja trenzada, estirado en el suelo como el cadáver de
una serpiente.
"Veintitrés
libras y media..." Tuvo el presentimiento de que la leña para la lumbre
iba a llegar —cargas y más cargas— y comenzó a dolerle la cabeza. Se levantó
precipitadamente de la silla y fue a cerrar la puerta; pero cuando sus manos
iban a tocar la perilla pensó que obrar de esa manera equivaldría en realidad a
mostrar muy mal humor; en consecuencia, en vez de cerrar la puerta se limitó a
bajar la cortina llena de polvo. Se dijo que esta medida, menos extrema que la
de encerrarse, le evitaría también los inconvenientes de una puerta abierta;
había alcanzado el justo término medio recomendado por los antiguos.
"La
puerta del despacho del dueño de casa está, por lo tanto, siempre
cerrada", pensó mientras volvía a sentarse. "Si alguien necesita
verlo, golpea la puerta y sólo entra cuando él lo autoriza. Este sistema es muy
razonable. Cuando el marido está en su despacho y la mujer quiere ir a hablar
de literatura con él, también golpea la puerta... Pero el marido no tiene nada
que temer, ni mucho menos que ella vaya a llevarle un montón de coles.
"— Come
in, please, my dear.
"Pero,
¿qué se puede hacer cuando el marido no tiene tiempo para hablar de literatura?
¿La deja llamar discretamente a la puerta sin responderle? No, no es posible. A
lo mejor este caso está descrito en Un marido ideal..., de veras debe
ser una buena novela. Si me pagan por mi narración, tendré que comprar este
libro..."
¡Pam!
Su espalda
se enderezó, porque sabía por experiencia que ese "¡pam!" era el
ruido que hacía la mano de su mujer al caer sobre la cabeza de la hija pequeña,
de tres años.
"En
esta familia feliz...", pensó con la espalda tiesa, oyendo llorar a la
niña, "los hijos llegan tarde, más tarde. O bien no llegan, lo cual es
mucho más simple para dos personas. Pueden vivir en un cuarto de hotel, en una
pensión con todo el servicio comprendido. Por otra parte, sería más simple que
no hubiera sino una persona sola..."
Como los
llantos de la niña redoblaban en intensidad, se levantó y cruzó la cortina
pensando:
"Karl
Marx escribió Das Kapital entre el ruido del llanto de sus hijos, lo que
demuestra que era un gran hombre..."
Atravesó la
habitación junto a la suya y abrió la puerta exterior; un fuerte olor a
petróleo lo asaltó. La niña estaba tendida de boca, a la derecha de la puerta;
al ver a su padre lloró aún con más ganas.
— Vamos,
vamos, no llorar así, no llorar así, mi hijita buena... —Se inclinó para
levantarla. Cuando la tenía en sus brazos se volvió y vio a su mujer, de pie al
otro lado de la puerta. También ella tenía la espalda tiesa y parecía muy
enojada, las manos en las caderas, como si estuviera preparándose para hacer
ejercicios gimnásticos.
— ¡Tú
también vienes a fastidiarme! En vez de ayudarme, lo echas todo a perder.
Claro, tenías que dar vuelta la lámpara de petróleo... ¿Cómo vamos a
alumbrarnos esta noche?
— Vamos,
vamos, hijita, no llores más —poniendo oídos sordos a las enérgicas palabras de
su mujer, llevó a la niña a su habitación, sin dejar de acariciarle la cabeza—.
Tú eres mi hijita buena —dijo poniéndola en el suelo. Se sentó, instaló a la
pequeña entre sus rodillas, y levantando la mano, añadió—: No llores, hijita
buena. Papá va a imitar al minino cuando se lava la cara. Mira.
Alargando
el cuello, sacó la lengua, hizo como que se humedecía la palma de la mano y
luego se la pasó por la cara, dibujando círculos en el aire.
— ¡Ah, ja,
ja, es la gata "Florecilla"! —dijo la niña riendo.
— ¡Eso es,
eso es, "Florecilla"! —Se pasó aún varias veces más la mano en
círculos junto a la cara; la niña lo miraba sonriendo a través de sus lágrimas.
De pronto se dio cuenta del parecido que existía entre esa linda carita de niña
inocente y la de su mujer, cinco años antes. Los labios muy rojos eran
exactamente los mismos, sólo que más pequeños. Había sido en un día de invierno
soleado; al oírlo decir que estaba dispuesto a vencer todos los obstáculos y a
hacer todos los sacrificios necesarios por ella, ella lo había mirado así,
sonriendo a pesar de las lágrimas que nublaban sus ojos. Melancólicamente
sentado en su silla, él daba la impresión de un hombre algo borracho.
"Ah,
los hermosos labios...", pensó.
De súbito
se levantó la cortina y la leña para la lumbre hizo su entrada.
Recuperó su
propio dominio y notó que la niña, aún con lágrimas en los ojos, lo miraba, los
labios rojos entreabiertos. "Labios..." Echó una mirada de soslayo,
vio que la leña llegaba por brazadas. "...Tal vez bastará que cuente cinco
veces cinco, veinticinco, y nueve veces nueve, ochenta y uno, en el futuro,
para que sus ojos se vuelvan sombríos y tristes..." Pensando en ello,
cogió bruscamente la hoja de las cuadrículas verdes en la que había escrito un
título y una serie de cifras, la arrugó y luego la estiró de nuevo y la
aprovechó para enjugar los ojos y la nariz de la niña.
— Pórtate
bien, anda a jugar sola.
La empujó
hacia la puerta y lanzó con violencia la bola de papel arrugado al cesto de los
papeles.
Se
arrepintió en seguida de la brusquedad con la niña, y se volvió para mirarla
alejarse solita. El ruido de la leña que arrojaban bajo la cama lo aturdió. Quiso
concentrarse de nuevo y, sentándose a la mesa de trabajo, cerró los ojos,
desterró los pensamientos que lo perturbaban y permaneció apaciblemente
inmóvil.
La imagen
de una flor negra, redonda y plana, con un corazón de color naranja, surgió
bajo sus pupilas; pasó flotando del rabillo del ojo izquierdo al ojo derecho y
luego desapareció. En seguida fue una flor de un verde vivo con un corazón
verde oscuro; finalmente un montículo formado por seis coles, que se alzó ante
él con el aspecto de una A gigantesca.
18 de
febrero de 1924
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