EL DIARIO DE UN LOCO
LU SIN
Lu Sin
(1881-1936) nació en el pueblo de Shaosín, donde hoy se le rinde culto como al
más grande escritor chino moderno. La publicación en vernáculo de su Diario de un loco, en 1918, fue la primera escalada en la
revolución literaria que habría de producir un año después el Movimiento del 4
de Mayo.
Fue
también Lu Sin un líder teórico, quizás el más importante, de la nueva
literatura. En su Breve historia de la ficción en China llevó a cabo un penetrante análisis de las grandes novelas clásicas
chinas, muchas de las cuales habían sido puestas en discusión con el despliegue
de la revolución literaria. A través de sus obras y de su acción fue siempre un
gran combatiente de las nuevas ideas, contra la literatura feudal, contra la
política cultural represiva del Kuomintang, por la popularización de la
literatura y por los grandes cambios sociales.
Tres
colecciones recogen sus novelas cortas y sus cuentos: Grito de llamada,
Vagabundeos y Viejos cuentos contados de nuevo. Sus ensayos breves han sido
recogidos en una serie de volúmenes y abarcan toda la gama temática
contemporánea; constituyeron en China una nueva forma literaria que combinaba
la poesía y la polémica política.
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Dos hermanos, cuyos nombres me
callaré, fueron mis amigos íntimos en el liceo, pero después de una larga
separación, perdí sus huellas. No hace mucho supe que uno de ellos estaba
gravemente enfermo y, como iba en viaje hacia mi aldea natal, decidí hacer un
rodeo para ir a verlo. Sólo encontré en casa al primogénito, quien me dijo que
era su hermano menor el que había estado mal.
- Le estoy muy agradecido de que
haya venido a visitarlo -dijo-. Pero ya está sano desde hace algún tiempo y se
marchó a otra provincia, donde ocupa un puesto oficial.
Buscó dos cuadernos que contenían
el diario de su hermano y me lo mostró riendo. Me dijo que a través de ellos
era posible darse cuenta de los síntomas que había presentado su enfermedad, y
que él creía que no había ningún mal en que los viera un amigo. Me llevé el
diario y al leerlo comprendí que mi amigo había estado atacado de "delirio
de persecución". El escrito, incoherente y confuso, contenía relatos
extravagantes. Además, no aparecía en él fecha alguna y sólo por el color de la
tinta y las diferencias de la letra se podía comprender que había sido
redactado en diferentes sesiones. Copié parte de algunos pasajes no demasiado
incoherentes, pensando que podrían servir como elementos para trabajos de
investigación médica. No he cambiado una palabra a este diario, salvo el nombre
de los personajes, aunque se trate de campesinos completamente ignorados del
mundo. En cuanto al título, conservo intacto el que su autor le dio después de
su curación.
2 de
abril de 1918
I
Esta noche hay una luna muy
hermosa.
Hacía más de treinta años que no
la veía, de modo que me siento extraordinariamente feliz. Ahora comprendo que
he pasado estos treinta últimos años en medio de la niebla. Sin embargo, debo
tener cuidado: de otra manera, ¿por qué el perro de la familia Chao me iba a
mirar dos veces?
Tengo mis razones para temer.
II
Esta noche no hay luna. Yo sé que
esto va mal.
Esta mañana, cuando me arriesgué
a salir con precauciones, Chao Güi-weng me miró con un fulgor extraño en los
ojos: se habría dicho que me temía o que tenía deseos de matarme. Había además
siete u ocho personas que hablaban de mí en voz baja, con las cabezas muy
juntas: tenían miedo de que las viera. La más feroz de todas mostró los dientes
al reírse mientras me miraba, lo que me hizo estremecerme de pies a cabeza, porque
ahora sé que sus maquinaciones están a punto.
No obstante, continué mi camino
sin miedo. Ante mí había un grupo de niños que discutían también sobre mi
persona; sus miradas tenían el mismo fulgor que la de Chao Güi-weng y en sus
rostros había la misma palidez de acero. Me pregunté qué clase de odio podían
tener los niños contra mí para obrar también de esta manera. No pudiendo
contenerme, grité: "¡Díganmelo!", pero ellos huyeron.
He reflexionado. ¿Qué razones
tienen Chao Güi-weng y los hombres de la calle para detestarme? Hace veinte
años di un pisotón por error en un viejo libro de cuentas del señor Gu Chiu[1], lo que le produjo gran
contrariedad. Aunque Chao Güi-weng no conoce al señor Gu, ha debido oír hablar
de este asunto y quiere sacar la cara por él; por ello se ha puesto de acuerdo
contra mí con los hombres de la calle. Pero ¿por qué los niños? Cuando ocurrió
este incidente ni siquiera habían nacido; entonces, ¿por qué me han mirado con
ese aire extraño que revelaba miedo o deseos de matar? Todo esto me espanta, me
intriga y me desconsuela.
¡Ahora comprendo! Han sabido el
asunto por sus padres.
III
En la noche no consigo dormir.
Para comprender las cosas, es preciso reflexionar en ellas.
Estos hombres han sido
engrillados por el magistrado, abofeteados por el señor del lugar, han visto a
sus mujeres apresadas por los alguaciles de la Corte de Justicia y a sus padres
y madres suicidarse para escapar a los acreedores..., pero nunca mostraron
rostros tan espantosos, tan feroces como los que les vi ayer.
Lo más extraño de todo fue esa
mujer que le pegaba a su hijo en plena calle, gritándole: "¡Muchacho
cochino! ¡Debería comerte unos cuantos pedazos para que se me pasara la
rabia!" Al decir esto me miraba a mí. Me sobresalté, incapaz de dominar mi
emoción, mientras la banda de rostros lívidos y colmillos aguzados estallaba en
risas. El viejo Chen llegó de prisa y me condujo por la fuerza a la casa.
En casa, los miembros de la
familia fingieron no reconocerme; sus miradas eran semejantes a las de la gente
de la calle. Entré en el escritorio y ellos echaron el cerrojo, igual que
cuando se encierra en el gallinero a una gallina o un pato. Este incidente es
aun más inexplicable; verdaderamente no sé lo que pretenden.
Hace algunos días, uno de
nuestros arrendatarios de la aldea de los Lobos, al venir a informar sobre la
sequía que reina en el campo, contó a mi hermano mayor que los campesinos
habían dado muerte a un conocido malhechor del lugar. Luego algunos hombres le
arrancaron el corazón y el hígado, los frieron y se los comieron, para criar
valor. Los interrumpí con una palabra y mi hermano y el labrador me lanzaron
muchas miradas raras. Hoy comprendo que sus miradas eran absolutamente iguales
a las de los hombres de la calle.
Sólo de pensar en ello me estremezco
de la cabeza a los pies.
Si comen hombres, ¿por qué no
habrían de comerme a mí?
Evidentemente esa mujer que
"quería comerse unos cuantos pedazos", la risa del grupo de hombres
lívidos con colmillos aguzados, y la historia del arrendatario, son índices
secretos. Sus palabras están envenenadas, sus risas cortan como espadas y sus
dientes son hileras de resplandeciente blancura; sí, son dientes de comedores
de hombres.
Yo no creo ser un mal sujeto,
pero desde que me metí con el libro de cuentas de la familia Gu, no estoy
seguro de nada. Se diría que guardan algún secreto que yo no acierto a
adivinar. Por otra parte, cuando están contra alguien, no tienen dificultad en
declararlo malo. Recuerdo que cuando mi hermano me enseñaba a disertar, por más
perfecto que fuera el hombre sobre el cual tenía yo que hablar, bastaba que
expusiera algún argumento contra él para ganar un "bien"; y cuando
era capaz de encontrar excusas para un hombre malo, mi hermano decía:
"Además de originalidad, tienes un verdadero talento de litigante".
Entonces, ¿cómo puedo saber lo que piensan, sobre todo en el momento en que se
proponen devorar al hombre?
Para comprender las cosas es
preciso reflexionar en ellas. Creo que en la antigüedad era frecuente que el
hombre se comiera al hombre, pero no estoy muy seguro de esta cuestión. He
cogido un manual de historia para estudiar este punto, pero el libro no
contenía fecha alguna; en cambio, en todas las páginas, escritas en todos
sentidos, estaban las palabras "Humanitarismo", "Justicia"
y "Virtud". Como de todas maneras me era imposible dormir, me puse a
leer atentamente y en medio de la noche noté que había algo escrito entre
líneas: dos palabras llenaban todo el libro: ¡"devorar hombres"!
Los tipos del libro, las palabras
de nuestros arrendatarios, todos, sonreían fríamente, mirándome de un modo
extraño. ¡Yo también soy un hombre y quieren devorarme!
IV
Esta mañana pasé un buen rato
sentado tranquilamente. El viejo Chen me trajo mi comida: un plato de legumbres
y otro de pescado cocido al vapor. Los ojos del pescado eran blancos y duros;
tenía la boca entreabierta, igual que esa banda de comedores de hombres.
Después de probar algunos bocados de esa carne viscosa, no sabía ya si estaba
comiendo pescado o carne humana, de suerte que vomité con asco.
Dije:
- Mi viejo Chen, anda a decirle a
mi hermano que me ahogo aquí y que quisiera salir a pasear por el jardín.
El viejo Chen se alejó sin
responder, pero un poco después volvió a abrirme la puerta.
No me moví, preguntándome qué
iban a hacer, porque sabía muy bien que no iban a dejarme libre. Efectivamente,
mi hermano se acercaba con un viejo que caminaba a pasos lentos. Ese hombre
tenía una mirada terrible, pero como temía que yo me diera cuenta, bajaba la
cabeza hacia el suelo y me miraba a hurtadillas, por encima de sus anteojos.
- Tienes un aspecto magnífico -me
dijo mi hermano.
- Sí -respondí.
- Le he pedido al señor Jo que
viniera a examinarte -siguió diciendo.
Respondí:
- ¡Que lo haga! -¡pero yo sabía
muy bien que ese viejo no era otro que el verdugo disfrazado!
So pretexto de tomarme el pulso
quería calcular mi grado de corpulencia y seguramente iban a darle un pedazo de
mi carne en pago de sus servicios. Yo no tenía miedo; aunque no como carne
humana, me creo más valiente que esos caníbales. Tendí ambos puños y esperé lo
que iba a seguir. El viejo se sentó, cerró los ojos, me tomó largamente el
pulso, permaneció un instante silencioso y luego, abriendo los ojos diabólicos,
dijo:
- No se deje llevar por su
imaginación. Algunos días de tranquilidad y reposo y se repondrá.
¡No dejarse llevar por la
imaginación! ¡Tranquilidad y reposo! Evidentemente, cuando yo estuviera bien
cebado, tendrían más que comer. Pero ¿qué ganaría yo? ¿Era eso lo que iba a
"reponerme"? A esos caníbales les gusta comer hombres, pero obran en
secreto, tratando de salvar las apariencias, y no se atreven a actuar
directamente. ¡Es para morirse de la risa! No pudiendo aguantarme, me eché a
reír a carcajadas, porque eso me divertía una enormidad. Yo sé que en mi risa
vibraban el valor y la justicia. El viejo y mi hermano palidecieron, aplastados
por el valor y la justicia de que yo hacía gala.
Pero justamente porque soy
valiente, tendrán aun más ganas de devorarme, para adquirir parte de mi coraje.
El viejo dejó mi habitación y apenas se habían alejado un poco, dijo a mi
hermano en voz baja: "Engullirlo en seguida". Mi hermano bajó la
cabeza en señal de asentimiento. ¡Tú estás también en esto! Este extraordinario
descubrimiento, aunque imprevisto, no me asombró, sin embargo, excesivamente:
¡mi hermano formaba parte de la banda de caníbales que quería devorarme!
¡Mi hermano es un comedor de
hombres!
¡Soy hermano de un comedor de
hombres!
¡Podré ser devorado por los
hombres, pero no por eso dejo de ser hermano de un comedor de hombres!
V
Estos días he vuelto a mis
reflexiones. Aunque ese viejo no fuera el verdugo disfrazado, aun si fuera
verdaderamente un médico, no es por eso menos un comedor de hombres. En el
libro sobre las virtudes de las hierbas, escrito por uno de sus predecesores,
Li Shi-cheng, ¿no dice acaso con todas sus letras que la carne humana puede
comerse frita? Entonces, ¿cómo podría rechazar el título de caníbal?
En cuanto a mi hermano,
también tengo mis razones para acusarlo. Cuando me enseñaba los clásicos, yo lo
oí decir con sus propios labios: "Cambiaban sus hijos para
comérselos". Otra vez que se trataba de un hombre muy malo, dijo que
merecía no sólo ser muerto, sino aun que "se comieran su carne y se
acostaran sobre su piel". Yo era pequeño en esa época y al oír tal cosa mi
corazón se puso a saltar muy fuerte durante largo rato. Cuando anteayer el
arrendatario de la aldea de los lobos le contó que el corazón y el hígado de un
hombre habían sido comidos, mi hermano no manifestó ningún asombro, limitándose
a aprobar con la cabeza. Está claro
que sus sentimientos no han cambiado. Si se admite que es posible "cambiar
sus hijos para comérselos", ¿qué es lo que no se podría cambiar entonces?
¿Y qué es lo que no se podría comer? Antes me había limitado a escuchar esas
explicaciones sin tratar de profundizarlas, pero ahora sé que cuando me daba
sus lecciones, en el borde de sus labios brillaba grasa humana y que su corazón
estaba lleno de sueños caníbales.
VI
Todo está negro, no sé si es de
día o de noche. De nuevo el perro de la familia Chao se ha puesto a ladrar.
Tiene la ferocidad del león, la
cobardía de la liebre, la astucia del zorro...
VII
Conozco sus maniobras: no quieren
ni se atreven a matarme directamente por temor de las consecuencias; por ello
se las arreglan para tenderme lazos y llevarme al suicidio. A juzgar por la
actitud de los hombres y mujeres de la calle el otro día, y la de mi hermano
estos últimos días, la cosa es poco más o menos segura: quieren que me saque el
cinturón, lo amarre a un poste y me cuelgue. Nadie los llamará asesinos y, sin
embargo, verán colmados sus deseos secretos; esto los llenará de contento y les
provocará una especie de risa plañidera. O bien, me dejarán morir de miedo y
tristeza, y aunque este sistema hace enflaquecer, de todos modos mi muerte los
dejará satisfechos.
¡Sólo comen carne muerta! He
leído en algún sitio que existe una fiera de mirada horrible y aspecto
espantoso llamada "hiena". Esta bestia come carne muerta y es capaz
de triturar los huesos más grandes, que se engulle después de molerlos
minuciosamente. ¡De sólo pensar en esto da terror! La hiena está emparentada
con el lobo, el lobo es de la familia de los perros. El hecho de que el perro
de la familia Chao me haya mirado muchas veces anteayer, demuestra que han
conseguido ponerlo de acuerdo con ellos y que forma parte del complot. En vano
ese viejo baja su mirada hacia el suelo, yo no me dejo embaucar.
Lo más lastimoso es mi hermano.
El también es un hombre; ¿no tiene miedo tal vez? ¿Por qué se ha unido a los
que intentan devorarme? ¿Acaso porque esto se ha hecho siempre, encuentra que
no hay ningún mal en ello? ¿O pone oídos sordos a su conciencia y hace
deliberadamente algo que sabe que es malo?
Será el primero de los comedores
de hombres a quienes maldeciré; será también el primero de los hombres a
quienes trataré de curar del canibalismo.
VIII
En el fondo, deberían saber esto
desde hace tiempo...
De pronto entró un hombre. Tenía
unos veinte años y una cara muy sonriente, cuyos rasgos no distinguí bien. Me
saludó con la cabeza y vi que su sonrisa tenía un aire falso. Le pregunté:
- ¿Es justo comer hombres?
Siempre sonriendo, respondió:
- ¿Por qué comer hombres, cuando
no se tiene hambre?
Comprendí de inmediato que
formaba parte del clan de los que aman la carne humana. Esto azuzó mi coraje e
insistí neto:
- ¿Es justo?
- ¡Para qué hacer tales
preguntas! Verdaderamente... a usted le gusta bromear... ¡Está muy hermosa la
noche!
Estaba muy hermosa la noche, la
luna estaba muy brillante, pero yo le pregunté:
- ¿Es justo?
Tomó un aire de desaprobación y,
sin embargo, respondió con voz no muy clara:
- No...
- ¿No? Entonces, ¿por qué los
comen?
- Eso no puede ser...
- ¿No puede ser? Bueno, ¿acaso no
los comen en la aldea de los Lobos? Además, está escrito en todas partes en los
libros, ¡es claro como el día!
Su faz cambió de color,
poniéndose pálido como un muerto. Con los ojos fuera de las órbitas, dijo:
- Tal vez tenga usted razón, esto
se ha hecho siempre...
- ¿Es por ello justo?
- No quiero discutir ese tema con
usted. ¡Usted no debería hablar de esto, no tiene razón para hacerlo!
Di un salto, con ambos ojos muy
abiertos, pero el hombre había desaparecido y yo estaba completamente mojado
con el sudor. Este hombre es mucho más joven que mi hermano y ya forma parte de
su clan. Seguramente se debe a la educación de sus padres. Quizás ha enseñado
ya esto a su hijo. Por lo cual hasta los niños pequeños me miran con odio.
IX
Quieren devorar a los otros y
temen ser devorados a su vez; por esto se estudian recíprocamente con miradas
cargadas de sospechas...
Si abandonaran estos pensamientos
se sentirían a sus anchas en el trabajo, en el paseo, en la comida, en el
sueño. Para franquear este obstáculo sólo hay que dar un paso: pero el padre y
el hijo, el hermano y el hermano, el marido y la mujer, el amigo y el amigo, el
profesor y el estudiante, el enemigo y el enemigo, y hasta los desconocidos,
forman un clan, se aconsejan y se retienen mutuamente para que a ningún precio
alguien dé este paso.
X
Temprano en la mañana fui en
busca de mi hermano, que miraba el cielo desde la puerta del salón. Llegué por
detrás, me situé en el alféizar de la puerta y le dije con mucha calma y
cortesía:
- Hermano, tengo algo que
decirte.
Se volvió rápidamente y asintió
con un movimiento de cabeza.
- Habla.
- Se trata sólo de algunas
palabras, pero no sé cómo expresarlas. Hermano, es probable que en los tiempos
primitivos los salvajes hayan sido en general algo caníbales. Al evolucionar
sus sentimientos, algunos dejaron de devorar hombres, pugnaban por progresar y
se convirtieron en hombres, en verdaderos hombres. Sin embargo, aún quedan
devoradores de hombres... Es como entre los insectos; algunos han evolucionado,
se han transformado en peces, pájaros, monos y finalmente en hombres. Ciertos
insectos no han querido progresar y hasta hoy continúan en estado de insectos.
¡Qué vergüenza para un caníbal si se compara con el hombre que no come a sus
semejantes! Su vergüenza debe ser muchísimo peor que la del insecto frente al
mono.
"Yi Ya[2] cocinó a su hijo para dar
de comer a los tiranos Chie y Chou; este hecho pertenece a la historia antigua.
¿Quién habría dicho que después de la separación del cielo y la tierra por Pan
Gu[3], los hombres se
iban a devorar entre ellos hasta el hijo de Yi Ya, y que desde el hijo de Yi Ya
hasta Sü Si-ling[4]
y desde Sü Si-ling hasta el malhechor arrestado en la aldea de los Lobos el
hombre se comería al hombre? El año pasado, cuando se ejecutaba a los
criminales en la ciudad, había un tuberculoso que iba a mojar el pan en su
sangre, para lamerla[5].
"Quieren comerme, y por
cierto que solo no puedes nada contra ellos. Pero ¿por qué unirte a ellos? Los
devoradores de hombres son capaces de todo. Si son capaces de comerme, también
serán capaces de comerte. Hasta los miembros de un mismo clan se devoran entre
sí. Pero basta con dar un paso, basta con querer dejar esta costumbre y todo el
mundo quedará en paz. Aunque este estado de cosas dura desde siempre, tú y yo
podríamos empezar desde hoy a ser buenos y decir: "Esto no es
posible". Yo creo que tú dirás que no es posible, hermano, puesto que
anteayer cuando nuestro arrendatario te pidió que le rebajaras el alquiler, tú
le respondiste que no era posible.
Al comienzo sonreía con frialdad,
luego pasó por sus ojos un resplandor feroz y cuando puse al desnudo sus
pensamientos secretos, su rostro se tornó lívido. En el exterior de la puerta
que daba a la calle había un verdadero grupo; Chao Güi-weng se hallaba allí con
su perro y todos estiraban el cuello para ver mejor. Yo no alcanzaba a
distinguir los semblantes de algunos, pues se hubiera dicho que estaban
velados; los otros tenían siempre el mismo tinte lívido y esos colmillos agudos
y esos labios con una sonrisa afectada. Comprendí que pertenecían todos al
mismo clan, que todos eran devoradores de hombres. Sin embargo, yo sabía
también que existían sentimientos muy diferentes. Algunos pensaban que el
hombre debe devorar al hombre porque así se ha hecho siempre. Otros sabían que
el hombre no debe devorar al hombre, pero de todos modos lo hacían, temerosos
de que sus crímenes fueran denunciados; por eso al oírme se llenaron de cólera,
pero se limitaron a apretar los labios esbozando una sonrisa cínica.
En ese instante mi hermano adoptó
un aspecto terrible y gritó con voz fuerte:
- ¡Salid todos! ¡Para qué mirar a
un loco!
Muy pronto comprendí su nuevo
juego. No solamente se negaban a convertirse, sino que estaban preparados de
antemano para abrumarme con el epíteto de loco. De este modo, cuando me
comieran, no sólo no tendrían disgustos, sino que aun les quedarían
agradecidos. El arrendatario nos dijo que el hombre devorado por los campesinos
era un mal hombre; es exactamente el mismo sistema. ¡Siempre el mismo
estribillo!
El viejo Chen entró también, muy
encolerizado; pero ¿quién podría cerrarme la boca? Tengo absoluta necesidad de
hablar a esos hombres.
- ¡Convertios, convertios desde
el fondo del corazón! ¡Sabed que en el futuro no se permitirá vivir sobre la
tierra a los devoradores de nombres! Si no os convertís, todos vosotros seréis
devorados también. ¡Por más numerosos que sean vuestros hijos, serán
exterminados por los verdaderos hombres, como los lobos son exterminados por
los cazadores, como se extermina a los insectos!
El viejo Chen hizo salir a todo
el mundo y luego me rogó que volviera a mi habitación. Mi hermano había
desaparecido no sé dónde. El interior del cuarto estaba completamente negro.
Las vigas y maderas se pusieron a temblar sobre mi cabeza; luego al cabo de un
instante crecieron y se amontonaron sobre mí.
Pesaban mucho, yo no podía
moverme. Querían matarme, pero yo sabía que ese peso era ficticio. Me debatí,
pues, y me liberé, el cuerpo cubierto de sudor. Sin embargo, deliberadamente
repetí:
-¡Convertios en seguida!
¡Convertios desde el fondo del corazón! ¡Sabed que en el futuro no se permitirá
que sobrevivan los devoradores de hombres!...
XI
El sol no aparece más, la puerta
sólo se abre dos veces al día, cuando me traen mis comidas.
Mientras tomaba los palillos,
volví a pensar en mi hermano mayor; ahora yo sé que fue él el causante de la
muerte de mi hermana pequeña. Tenía cinco años y era tan linda que enternecía.
Veo de nuevo a nuestra madre sollozando sin cesar y a mi hermano consolándola.
Tal vez sentía arrepentimiento porque era él quien se la había comido. Si es
todavía capaz de experimentar ese sentimiento.
Nuestra hermana ha sido devorada
por mi hermano; no sé si mi madre llegó a darse cuenta de ello.
Pienso que mi madre lo sabía; si
en medio de sus lágrimas no dijo nada, probablemente fue porque lo encontraba
muy natural. Recuerdo que un día que me hallaba tomando el fresco ante la
puerta del salón -en esa época tendría unos cuatro o cinco años- mi hermano me
dijo que un hijo debe estar dispuesto a cortar un trozo de carne de su cuerpo,
echarlo a cocer y ofrecerlo a sus padres si éstos caen enfermos, pues es así
como obra un hombre honesto. Mi madre no protestó. Si es posible comer un trozo
de carne humana, evidentemente es posible comerse a un hombre entero. No
obstante, cuando vuelvo a pensar en sus sollozos de entonces, no puedo evitar
que el corazón se me apriete. Qué extraña cosa...
XII
Ya no puedo pensar más en ello.
Solamente hoy me doy cuenta de
que he vivido años en medio de un pueblo que desde hace cuatro milenios se
devora a sí mismo. Nuestra hermanita murió justamente en el momento en que mi
hermano se hacía cargo de la familia. ¿No habrá mezclado su carne con nuestros
alimentos para que la comiéramos sin saber que lo hacíamos?
¿Acaso sin quererlo he comido
carne de mi hermana? Y ahora me llega el turno...
Si tengo una historia que cuenta
cuatro mil años de canibalismo -al principio no me daba cuenta de ello pero
ahora lo sé-, ¡cómo podría esperar encontrar a un hombre verdadero!
XIII
Tal vez existan niños que aún no
han comido carne de hombre.
¡Salvad a los niños!...
Abril
de 1918
[1] Gu Chiu significa antigüedad. Aquí el
autor alude a la larga historia de la opresión feudal en China. (N. de los T.)
[2] Cocinero célebre en la Antigüedad por
haber matado a su hijo para servirlo como manjar a un tirano. (N. de los T.)
[4] Revolucionario que, hacia fines de la
dinastía Ching, asesinó al gobernador de Anjui. Fue cortado en pedazos y su
corazón y su hígado ofrecidos en holocausto al hombre que lo mató. (N. de los
T.)
[5] Se trata de una superstición antigua
existente en el pueblo: dice que la sangre humana es capaz de curar la tisis;
por esa razón se solían comprar a los verdugos panes mojados en sangre cuando
éstos ejecutaban a un condenado. (N. de los T.)
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