En esta corta reflexión, expondré un punto de vista personal, muy personal… Por ello, el estar en desacuerdo está bien.
En los últimos meses he sentido la necesidad constante de frenar el ritmo y pensar sobre qué realmente estamos haciendo aquí, desde la creación hasta este preciso momento. El ser humano es una constante transformación, nosotros formamos parte de una línea que si bien no es recta, es permanente. Desde Adán hasta el recién nacido, somos partes individuales de un todo y aunque nos cueste aceptar, dependemos del resto.
En este corto lapso de tiempo en que cada cual forma parte de esta historia, se mezcla desordenadamente lo efímero con lo eterno, vamos desarrollando nuevas habilidades, nuevos mecanismos, nos reinventamos cada segundo que pasa aunque algunas veces no para bien.
Hemos mejorado mucho como “ser humano”, SOMOS mejores y más HUMANOS, aunque para llegar hasta aquí hemos sido por veces lo peor de nosotros, nos desangramos para aprender qué es lo que causa dolor y qué es lo que causa placer, qué es lo que nos consolida para crecer y qué es lo que no ataja en el retroceso.
Hemos teorizado todo, dando un nombre y significado para todo. Si lo hemos hecho de la mejor forma, esto no lo sabremos hasta que cada cual alcance su real existencia, la espiritual.
Somos sin lugar a dudas la obra prima de Dios, ocupamos un lugar privilegiado en la creación siendo los únicos con capacidad para transformar toda la materia a nuestro beneficio, con capacidad de ciencia y sentimientos, capaces de vivir de manera organizada en sociedad, entre tantos atributos más que podría citar.
Ahora, Siendo partes de esta masa en constante movimiento nos encontramos individualizados, siendo cada cual soberano de su existencia física, lo que nos lleva al planteamiento principal sobre lo físico y lo eterno.
Nosotros los cristianos, aceptamos la existencia de la vida material y la vida eterna. Sin embargo, ¿Cuál es la relevancia que estamos dando a esta premisa en nuestras vidas? Para nuestra suerte (aunque podemos pensar que es al revés) no existe un porcentaje de cuánto debemos primar por lo material y cuánto por lo espiritual, es indefinido y cada cual sabrá manejar, dado que como mencionada, ambas se mezclan desde que el hombre es hombre.
Lo que me llevó a plantear tantas cuestiones, fue simplemente el hecho de no saber dónde estaba parado. Dicen que son crisis que pasamos, la de la adolescencia, la de los casi 30, bueno, indiferente a ello, por veces sentía un extremo vacío interior y creo que no soy el único que pasa por esto.
Como decía, no existe un porcentaje o una regla que diga: “si quieres una vida más espiritual debes emplear la siguiente fórmula”. Simplemente no existe y es genial, nos cabe a cada cual definir qué queremos, trabajamos o dejamos de trabajar en aquello que aspiramos, en aquello que creemos que nos complementará o realizará.
En su texto, Luiz Gonzaga de Carvalho Neto estimula a reflexionar sobre cuánto nos dedicamos para alcanzar esa espiritualidad que muchos poseen. Gracias a su texto encontré otras vías para calmar ese dolor causado por el vacío.
Es interesante como nos desprendemos totalmente de quiénes somos. Lo físico se apoderó de nuestra rutina completa, desde que despertamos nuestra mente está empleada en el laburo, las cuentas, el almuerzo, la cena, estos bienes que queremos, las salidas con amigos, ese auto, esa casa, la promoción, el salario, esa tele, el club, el viaje de verano… Desde la mañana hasta la noche, el torbellino que se ocupa de nuestra mente es completamente material, pasamos los días, semanas, meses, años enfocados en quiénes queremos ser y adónde queremos llegar aquí. De repente, una noche el ser interior frena las cosas un segundo y dice: “no te olvides de mí, aunque callado sigo acá”. Es en este momento que nos llegan preguntas, dudas, cuestionamientos y nosotros no podemos hacer nada, estamos arraigados afuera y es curioso cómo nos desesperamos cuando nos faltan las respuestas (porque a nosotros mismos no podemos engañarnos con evasivas o invenciones, simplemente declaramos no saber y punto). No hay forma de querer cosechar los frutos, si no cuidamos la planta. Digo esto porque al final, el equilibrio entre nuestras dos realidades nos lleva a algo simple: paz (con uno mismo y con el ambiente). Deseamos la paz de espíritu pero no la cuidamos, encontramos medios paliativos para calmar el vacío pero no lo curamos. Tenemos fobia de hacer introspección, por algún motivo nos asusta conocernos a nosotros mismos y esto justamente hace que nuestra paz de espíritu sea inalcanzable. Podemos conseguir todo en este mundo, emprendemos, inventamos, transformamos, realizamos… Pero adentro nos cuesta simplemente conocernos.
Ahora bien, lo eterno. Eterno es una palabra cuyo significado es tan colosal que simplemente dejamos de un lado el pensar en ello, pero hazlo y verás cómo te asusta lo eterno. Este mundo es un paso muy breve, con una explosión de acontecimientos y experiencias, aún así muy breve. Lo eterno no respeta nuestras categorizaciones de tiempo, no existen horas, meses, años para lo eterno, no existen plazos y nuestro ser espiritual, el que tenemos adentro escondidito y en silencio lo sabe. Me imagino nuestro ser espiritual como una fiera, indomable y traviesa que para ser libre necesita pasar por el mundo, conoce todo sobre lo que no es de aquí y no pertenece a este lugar. Nosotros en nuestra forma material la contenemos, ni siquiera buscamos darle espacio pues nos causa miedo, no sabemos qué puede salir de esto.
Sin embargo, cuanto más trabajamos en conciliar nuestras realidades y buscar conocernos cómo somos adentro, más nos da placer saber que esto que vemos en el espejo no es lo que realmente somos, que en realidad hay algo mayor a nuestra percepción y conciencia residiendo en nosotros.
Perder el miedo en conocernos a nosotros mismos es el primer paso para equilibrar la balanza entre lo físico y lo eterno. Cuidar “nuestro jardín”, espiritualizarse sin temores, porque en este proceso vamos aprendiendo sobre la magnitud de Dios y su creación. La eternidad no nos espera así como nos vemos, nos espera así como somos.
Nuestros actos y prioridades cambian cuando nos sentimos parte de esto, la tierra y sus cosas aunque importantes, pasan a ganar un papel más accesorio, porque no somos de aquí. Con ello no sugiero a nadie a abandonar esta vida, como dije, existe el equilibrio.
El placer causado por la experiencia con Dios libera una carga que puede matar si se lleva de por vida, la clareza de ideas, el cerrar los ojos para ver y sentir Su presencia no tiene precio, finalmente: esa paz que tanto buscamos.
Dios y la eternidad son asuntos asustadores y cada cual trata a su manera, algunos omiten simplemente, otros se atribuyen a sí mismo una relevancia mayor a todo lo que no sea material (Yo no necesito), otros a través de la burla, otros con el odio, todos tienen su forma de reaccionar ante el miedo que causa pensar en ambos temas, pero finalmente no pasa de temor.
Yo sugiero, personalmente, que cada cual trabaje a su manera no el temor, sino que la curiosidad. Buscar a Dios es buscar conocerse a uno mismo, a lo que no seríamos capaz de ver si no fuese nuestro ser espiritual. Y cuando logramos esta experiencia tan singular, es fantástico.
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